Por Diego Zúñiga // Foto: Jorge Sánchez Septiembre 16, 2016

Tiene las manos llenas de sangre.
Quiere hablar, quiere contar su historia, explicar por qué acaba de asesinar a su mujer. Mira al público, habla en voz alta, quiere que alguien lo escuche. Él viene de abajo, Romilio Llanca, un obrero sindicalista que entra a la oficina de Fernando Larraín Sanfuentes, un hombre de bien, para que escuche su historia. Y los vemos ahí, a los dos encerrados en una oficina: Llanca cuenta su historia y Larraín Sanfuentes lo escucha, está impactado, parece que va a juzgarlo moralmente, pero luego se va reconociendo en la miseria de Llanca, va pensando en sus propios errores, en su alcoholismo, en cómo arruinó su matrimonio.

“Lo que me gusta de los personajes de Manuel Rojas es que presentan una chilenidad contradictoria. Porque Chile es como un témpano de barro anclado en un sitio eriazo, como un lugar terminal donde mueren y nacen las cosas más brutales del comportamiento humano, como una especie de laboratorio siniestro. Y eso lo hace encantador y terrorífico”.

Son, en definitiva, dos hombres que perdieron el rumbo, dos hombres de clases sociales completamente opuestas, pero que se encuentran en la derrota.
Romilio Llanca llora, balbucea, avanza en su relato y ya no parece un personaje de ficción, no parece el protagonista de Punta de rieles, la novela de Manuel Rojas que la compañía La Ermitaña acaba de adaptar al teatro, sino que parece una persona de carne y hueso, un hombre que se está confesando frente al público, al que escuchamos atentos, sorprendidos por la actuación de quien está interpretando a Llanca, el actor Luis Dubó (1964), que le da una humanidad impresionante al personaje. Un pedazo de verdad. Eso es lo que estamos viendo y eso ha caracterizado el trabajo de Dubó: darle verdad a cada uno de los papeles que le han tocado; desde el delincuente que desencadena el conflicto en Coronación (Silvio Caiozzi), pasando por el buzo de La fiebre de loco (Andrés Wood), hasta el preso que escapa después del terremoto en El año del tigre (Sebastián Lelio). Dubó convertido en muchos, muchísimos personajes que apuntan, casi todos, a representar una identidad chilena que pareciera estar perdida, personajes que vienen de abajo y que no olvidan su origen, y que hablan en un idioma profundamente chileno, el mismo con el que escribe Manuel Rojas en Punta de rieles y que nosotros oímos esa noche ahí, en la sala de Matucana 100 —donde se está montando la obra hasta el 2 de octubre—, mientras Dubó se despacha un monólogo memorable sobre el destino de Romilio Llanca. Un monólogo que tiene que ver mucho con la vida del mismo Dubó, con sus orígenes, con cómo uno intenta encontrar su destino, a pesar de todo.

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—Yo el 11 de septiembre de 1973 estuve muerto —dice Luis Dubó, sentado en el café de Matucana 100. Tenía en ese entonces nueve años y vivía en Calama. Su papá trabajaba en la mina de Chuquicamata, donde Dubó creció. Recuerda el viento, recuerda los juegos con los amigos, recuerda que su papá empezó a ascender como minero y entonces llegó ese 11 de septiembre de 1973 y por unos minutos estuvo muerto.
—Era muy enfermizo cuando pequeño, tenía un problema en las arterias, y ese 11, en la mañana, tuve una hemorragia que no se pudo controlar. Había sido el golpe y mi mamá no se atrevía a salir a la calle, pero cuando empecé a perder la conciencia pidió ayuda y los militares nos llevaron al hospital de Chuquicamata. Ahí me volvieron a la vida —dice Dubó, quien luego del golpe, junto a su familia, partieron hacia Quintero. A su papá lo despidieron de la mina y se instaló en la Quinta Región, donde abrió una carnicería. En ese lugar creció Dubó, en ese lugar, aprendió a faenar un animal, a vender la carne, aprendió también a bucear con los pescadores, aprendió a buscarse la vida. Le gustaba el fútbol. Se hizo parte de la barra de Quintero Unido en los 80, época en que el equipo vivió una de sus campañas más memorables, cuando subieron a Segunda División. Fue ahí, en medio de eso, cuando Dubó descubrió que la actuación era un camino posible en su vida.

—Tratábamos de acompañar al equipo a todos lados, entonces realizábamos jornadas de sketch para juntar plata. Ahí yo actuaba y hacía reír a la gente. Y ahí un día un amigo que había hecho un taller de teatro en Santiago me invitó a actuar en una obra. Era ¿Quién, yo?, de Dalmiro Sáenz, un escritor argentino que murió recién. Y yo venía con el ritmo de los sketchs y me atreví. Interpreté el rol protagónico y mostramos la obra todo un verano, tuvimos mucho éxito en Quintero, la dábamos en un restaurante. Y un día vino un grupo de teatro profesional, vieron la obra y me dijeron que me debía ir a estudiar Teatro. Y lo hice.

seleccion-5.jpgDubó tenía 20 años, estudiaba Programación en Computación en Viña del Mar, pero decidió dejarlo todo y probar suerte en Santiago. Ahí se formó en la Escuela de Arte Dramático DRAN, formó su propia compañía y estuvo trabajando en teatro. Más tarde consiguió algunos papeles en teleseries como Playa salvaje y Fuera de control, pero el paso importante fue cuando lo llamaron para ser extra en Coronación (2000). Ahí realizó el casting y se quedó con un papel que le terminó abriendo las puertas al mundo del cine. Ese mundo que él había visto junto a su padre en el cine de Quintero, en tardes enteras donde daban tres largometrajes de corrido: uno de karate, un wéstern y una película rara, como dice Dubó cuando recuerda esos años.

Después de Coronación, actuó en cintas como La fiebre del loco, Machuca, Fuga, La nana, Dawson Isla 10 —por la que obtuvo un Altazor—, El año del tigre —Premio Mejor Actor en Unasur— y Magic, Magic, entre otras.

—Cuando empecé a hacer cine volví a sentir que las interpretaciones tenían que estar sostenidas por la verdad, tenían que ser verdaderas, no un artificio. Eso fue importante. Y también ahora me doy cuenta del tipo de personaje que he sido, una suerte de representante de la voz del pueblo, un personaje popular que he hecho mucho y que conozco porque vengo de ahí.
Un personaje que es, también, en muchos sentidos Romilio Llanca.

—A mí me cae muy bien Romilio Llanca, yo también viví en el norte, conozco los paisajes humanos que retrata Rojas en Punta de rieles. Muchas de sus experiencias también las he vivido, me siento muy comprometido al momento de interpretarlo. Porque me cobijo en una verdad. Trato de ser obsesivo con la búsqueda de los detalles para darles vida a los roles —explica Dubó, quien por estos días también ya planifica uno de sus proyectos más ambiciosos: filmar Animita del agua, una película que nació de una idea original suya y que tendrá a Quintero como protagonista.

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Dubó prepara lo que será su primer largometraje, “Animita del agua”. Lo escribió junto al documentalista Luis Parra, quien lo dirigirá. Una historia de amor, un triángulo entre él, Renata Casale y Daniel Muñoz que ocurre en Quintero, la ciudad donde creció.

Romilio Llanca y Fernando Larraín Sanfuentes —interpretado por Etienne Jean-Marc— se abrazan, hacia el final de la obra, cuando ya nos han contado sus tristezas, y nosotros nos hemos conmovido con estas vidas miserables, pero cercanas. Vidas contadas en el lenguaje de Manuel Rojas, en una adaptación dirigida por Mauricio Roa, y que interpela indudablemente a la actualidad, a estos personajes de distintas clases sociales que se igualan en la miseria.

—Siempre sentí en Manuel Rojas a un portavoz de la realidad que yo conocía, sentía que en su literatura estaba esa realidad puesta sin disfraces, y que era muy certera su mirada. La mirada de un observador social, de un testigo —dice Dubó, quien leyó a Rojas siendo joven y que luego, cuando estudiaba Teatro, hizo un par de ejercicios con “El vaso de leche”. Pero ahora es la primera vez que le toca interpretarlo.
—Lo que me gusta de Romilio Llanca y de los personajes de Rojas, en general, es que presentan una chilenidad contradictoria. Los chilenos somos muy particulares, muy indefinibles, como decía Raúl Ruiz, muy raros. Porque Chile es como un témpano de barro anclado en un sitio eriazo, como un lugar terminal donde mueren y nacen las cosas más brutales del comportamiento humano, como una especie de laboratorio siniestro. Y eso lo hace encantador y terrorífico. Ser chileno es una experiencia —dice Dubó y se ríe.

Hoy, además de trabajar en esta adaptación de Manuel Rojas en el marco de la conmemoración de los 120 años de su nacimiento, Dubó está haciendo teatro itinerante junto a la actriz Renata Casale y prepara lo que será su primer largometraje. Lo escribió junto al documentalista Luis Parra, quien lo dirigirá. Una historia de amor, un triángulo entre él, Renata Casale y Daniel Muñoz que ocurre en Quintero. —Es una película que visita el Chile profundo, nuestra memoria, hay milagros, animitas, ángeles, hay mar y tierra. Es un proyecto que tenemos hace siete años y ahora ya estamos en etapa de preproducción. Tenemos la certificación para empezar a reunir los dineros necesarios, afinando detalles. Tenemos un acuerdo con la Municipalidad de Quintero y con la Corporación Cultural de la comuna, también con la Escuela de Cine de Chile. La idea es poder filmar el próximo año.

—¿Y más proyectos en teatro?
—Sí, con Héctor Noguera. El año pasado hicimos Sueño de una noche de verano y ahora, en el verano, vamos a hacer un espectáculo callejero acerca de Violeta Parra. Es un trabajo nuevo, masivo, vamos a trabajar con un coro de niños. Será dentro de los homenajes por el centenario de Violeta Parra. Ahí también vamos a explorar lo que es la chilenidad. Me gusta ese desafío tan loco de poder explicar quiénes somos, qué nos pasa. Todo mi trabajo siempre ha estado inspirado en eso, así que vamos a ver qué resulta.

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