Vernon Subutex alguna vez tuvo una disquería muy rockera y muy popular en París. Alguna vez, también, gozó de la misma admiración que despertaba cualquiera de los músicos cuyos álbumes él vendía por montones. Pero aquello fue en el pasado. Hace veinticinco años. Hoy la tienda ya no existe, subastó por internet su colección de vinilos y lo acaban de echar a patadas del departamento que habitaba por no pagar el arriendo. Digamos, entonces, que Vernon está literalmente en la calle y lo único que tiene es un bolso con algo de ropa y tres cintas de video en que Alex Bleach, un famoso cantante que hizo el camino largo desde el underground a la gran industria, grabó una suerte de testamento antes de morir por sobredosis. Hoy todo el mundo quiere esas cintas para exprimir las últimas gotas de dinero con documentales y biografías sobre el ídolo caído. Pero a Vernon más le importa otra cosa: conseguir un lugar donde pasar la noche y para ello inventa historias que maquillan su miseria de rockero en situación de calle.
La novelista francesa Virginie Despentes (Nancy, 1969) sigue este peregrinaje por casas de amigos y antiguas novias para dar forma a Vernon Subutex 1, primera entrega de una trilogía cuya máxima podría resumirse en una sola idea: no es la música la que envejece, somos nosotros los que la abandonamos; fuimos nosotros los que transamos y nos jodimos.
Despentes se transformó en una autora más profunda, con menos escenas de acción y más ideas. Eso al menos queda luego de leer “Vernon Subutex 1”. Pero Despentes tampoco se engaña. Sabe que la perorata rebelde se marchita, que envejece junto a quienes la enarbolan y que dar todo por la música, salvo excepciones, es lanzarse por un barranco.
Los libros de Virginie Despentes comenzaron a llegar a Chile en 1998. Fóllame, su primera novela (1993), fue traducida al español y formó parte de la colección Reservoir Books de Grijalbo, esa serie de bolsillo con cubiertas en blanco y negro acompañadas de un triángulo de colores vivos. Para su libro, la imagen fue un revólver con el tambor abierto. Suficiente como representación de una historia de violencia sexual, venganza a balazos y rock furioso e iconoclasta. Fóllame se transformó en película. Fue dirigida por la propia Despentes junto a la actriz porno Coralie Trinh Thi. La cinta despertó, desde luego, un gran escándalo, mientras que sus siguientes novelas, Perras sabias y Lo bueno de verdad, también llegaban en español. Aunque lo que definitivamente la situó en el mapa hispanoamericano fue su ensayo titulado Teoría King Kong. Breve, al hueso, descreído y deslenguado, el libro anima a sacudirse el discurso de género y dar un paso más. “El feminismo es una aventura colectiva, para las mujeres pero también para los hombres y para todos los demás”, propone. “No se trata de oponer las pequeñas ventajas de las mujeres a los pequeños derechos adquiridos de los hombres, sino de dinamitarlo todo”.
Algo cambió desde entonces. Da la impresión que Despentes se transformó en una autora más profunda, con menos escenas de acción y más ideas. Eso al menos queda luego de leer Vernon Subutex 1. Pero Despentes tampoco se engaña. Sabe que la perorata rebelde se marchita, que envejece junto a quienes la enarbolan y que dar todo por la música, salvo excepciones, es lanzarse por un barranco. Aunque una de esas excepciones sea, precisamente, su personaje Vernon Subutex.
“Estos tipos del rock son impresionantes, cómo consiguen hacerse viejos directamente, sin pasar por la casilla de la madurez. Se nota que Vernon, como tantos otros, jamás en la vida se ha hecho la más mínima pregunta sobre nada. Ah, él ha pasado de largo, y tan pancho, los grupos de terapia, las sesiones de psicólogo y el trauma de la paternidad. Sigue siendo el mismo que a los veinte años, cualquiera diría que ha envejecido metido en formol”.
Quien habla es Patrice, músico retirado y que aloja a Vernon por unos días. Patrice vive solo, su mujer lo dejó por violencia intrafamiliar y se llevó a sus hijos pequeños. Patrice no sabe qué hacer con los ataques de rabia que le vienen por los detalles más ridículos, trabaja de vez en cuando y está dispuesto a volver con su banda si la oferta de dinero es buena.
“A mí me parecía ridículo, mucho más teniendo en cuenta que ya no escucho ese tipo de música...”, le dice a Vernon mientras ambos cocinan un pastel de papas en uno de los pasajes más notables de la novela. “Pero cuando me dijeron los cachés, me entraron ganas de volver a coger el bajo. Habría hecho piruetas en tanga con tal de pillar tantísima plata”.
Los departamentos donde Vernon consigue quedarse funcionan como soporte a una galería de personajes que hablan de la vida que alguna vez fue: hay guionistas acomodados pero profundamente infelices; ejecutivas exitosas, maniáticas y solitarias; periodistas alternativos y motoqueras rudas pero mantenidas por sus padres sin la menor culpa.
“He elegido un personaje central que tenía una tienda de discos por varias razones”, advierte la autora en una nota introductoria. “Primero, porque en la industria del disco cristaliza sin duda el cambio de un siglo a otro —algo que parecía indestructible desaparecía en un par de años—, como muchas cosas que hemos conocido y que han cambiado de golpe. Segundo, porque el rock me parecía una cultura capaz de definir cómo los sueños de una juventud se habían roto”.
No hay lamentación en las palabras de Despentes. Simplemente constata el paso del tiempo de manera cruda, pues querámoslo o no, como bien dice uno de sus personajes, después de los cuarenta todo el mundo es una ciudad bombardeada.