Por Patricio Jara. Octubre 28, 2016

Pasa con todas las grandes bandas de rock: el primer disco es la oportunidad; el segundo, la confirmación, mientras que el tercero representa el salto: uno lo suficientemente grande para comprobar que valió la pena la oportunidad. O dicho de otro modo: el tercer disco es, por lo general, sinónimo de madurez. Te puedes demorar, pero no te puedes caer.

Black Sabbath publicó Master of Reality en julio de 1971. Sus dos primeros álbumes estaban en los rankings y antes de grabarlos habían terminado una nueva gira por Estados Unidos: si al principio conocieron lo que eran las pizzas y las habitaciones de hotel con sábanas limpias y baño privado, luego sabrían de groupies y drogas duras. El paso desde los barrios obreros de Birmingham a teatros llenos y festivales cambió para siempre algo dentro de la banda: se bajaron del avión completamente locos.

“No recuerdo nada de cómo grabamos ese disco”, dice Ozzy Osbourne desde algún punto de California.

Han pasado 45 años de Master of Reality y hay mucho de qué hablar. O al menos esa es la idea.

—En ese disco Black Sabbath bajó la afinación de la guitarra, tuvo un sonido más pesado y a la vez más nítido.
—Créeme que realmente es uno de los álbumes de los que menos me acuerdo cómo lo hicimos, salvo que estábamos muy parranderos... un poco mucho.

Quizás para varios el aniversario del tercer disco de Black Sabbath pase inadvertido en estos tiempos en que se acerca el final: la gira “The End”, la despedida que los traerá a Chile el próximo 19 de noviembre. El show será en el Estadio Nacional y así como en su anterior presentación hace tres años, a propósito de ese extraordinario disco de canciones largas llamado 13, habrá reunidas al menos tres generaciones de fanáticos. O tal vez más. Black Sabbath es de esas bandas que han estado siempre, incluso en los momentos más bajos, en los de silencio prolongado e idas y regresos de los miembros fundadores. Black Sabbath es tan vieja que cuando llegaron por primera vez a Estados Unidos recién estaban construyendo el World Trade Center.

En plena época del hippismo, el amor libre y las tensiones raciales, muchos norteamericanos pensaban que, por el nombre, se trataba de una banda de afroamericanos que exaltaba el orgullo de su raza. “¡No son negros!”, dijeron decepcionados los activistas que fueron al aeropuerto con pancartas.

El primer concierto que ofreció Black Sabbath fue en Hamburgo en 1969. Por alguna razón, el guitarrista Tony Iommi subió al escenario con una flauta e intentó hacerla sonar, pero como recuerda en su autobiografía Iron Man (2012), el efecto de los sicotrópicos que había consumido hizo que, en vez de la flauta, soplara el micrófono y sólo se dio cuenta una vez que Ozzy fue detrás del escenario y regresó con un espejo que se lo puso en frente.

—El último show que Black Sabbath dio en Santiago llevó mucha gente. Hubo más de 25 mil personas en el Estadio Monumental. Pero ahora van a Ñuñoa.
—Sí, esa presentación fue muy potente. Ha sido de los buenos conciertos de la gira de ese disco y ahora esperamos lo mismo. Por eso hemos escogido el material clásico de Sabbath para el show en Santiago. Son todos los temas que los fans querrán oír. Te aseguro que será así.

—“Paranoid” fue elegida hace algunos años como la canción de heavy metal más grande de todos los tiempos. Votó un millar de músicos de todo el mundo. ¿Qué sientes ahora que la estás cantando por última vez?
—Sí, así es. Aunque “Paranoid” aún es parte del set de canciones que habitualmente toco en solitario y lo seguiré haciendo, pues yo todavía no me voy a retirar de la música. De ninguna manera... y cada vez que salga de gira la tocaré. Claro que sí. “Paranoid” es mi himno.

Es verdad. Lo que se acaba es Black Sabbath en gira. No más estos señores arriba de los aviones haciendo largos trayectos, atrapados por itinerarios agotadores, el griterío de los estadios y el estruendo de las torres de amplificación. Eso es lo que dicen y, en vista de que pronto llegarán a los 70 años, debemos creerles. Que haya un disco sucesor de 13, en cambio, es un tema que no está claro. Si tuvieron la energía para trabajar con Rick Rubin y obtener uno de los álbumes de rock más contundentes de esta década, entonces por qué no hacerlo nuevamente. Con Sabbath, quizás como ninguna otra banda, nunca se sabe. Así ha sido por casi cincuenta años.

***

Son tres nombres que se mencionan de forma consecutiva, aunque en orden distinto: Led Zeppelin, Deep Purple y Black Sabbath. Tres referentes imprescindibles en el desarrollo del rock desde fines de los 60 y la primera parte de los 70, cuando cada banda vivió procesos creativos irrepetibles. Sin embargo, entre ellas hubo rivalidades legendarias, sobre todo a partir de la procedencia: a un lado, los de Londres y la prensa especializada que tendía a ignorar todo lo que no fuese de la capital; al otro, las bandas nacidas en las Midlands, el interior, especialmente en Birmingham.

Como relata el periodista Mick Wall en la biografía Symptom of the Universe (2013), en Black Sabbath se sentían mirados por sobre el hombro y trataban a sus competidores de esnobs, pero fue en los discos donde hubo competencia. Una de las más evidentes fue por llegar lo más arriba en el ranking: cuando Deep Purple lanzó el single “Black Night”, Sabbath hizo lo propio con el álbum Paranoid, que salió a la venta el mismo día que se supo de la muerte de Jimi Hendrix.

Ozzy:
—Nunca tuvimos buena prensa, ni siquiera cuando llegamos a los primeros lugares. Bueno, pensábamos, si no nos pescan ahora, no lo harán nunca y así fue. No lo hicieron.

Lo mismo ocurrió en Estados Unidos. Especialmente con Rolling Stone, cuya reseña literalmente destruyó el primer álbum. Por su parte, los músicos lo consideraban un medio clasista y despectivo con las bandas de extracción, digamos, más popular. El desquite vino al poco tiempo, cuando la revista quiso entrevistarlos en 1971 y no respondieron ninguna pregunta en serio: el bajista Geezer Butler dijo ser el séptimo hijo de un séptimo hijo, por lo que tenía visiones del diablo. Ozzy anunció que sería el primer miembro de la banda en morir.

Hoy nadie pone en duda la vigencia del sonido de Black Sabbath. Su nombre ofrece más aristas que los esfuerzos de las disqueras por reeditar todas las veces que sea posible el viejo material, hacer álbumes conmemorativos o de tributo. Su vigencia tiene que ver con el redescubrimiento de parte de las actuales generaciones de músicos y sus referencias son explícitas. Bastante de lo nuevo dentro del hard rock y del heavy metal lleva al sonido de 1970: limpio, simple, desvestido y sin miedo a paneos al ciento por ciento: por un parlante está sólo la guitarra y, por el otro, sólo el bajo.

¿No hay nada más dentro del género?

Probablemente nada tan perdurable, de manera que lo mejor tal vez sea devolverse, retroceder. Bandas como Rival Sons (que abrirá el show en Santiago) suenan a Led Zeppelin. En los suecos de Ghost la presencia de Blue Öyster Cult es evidente, y proyectos en alza, como Bloody Hammers o Lucifer, evocan con claridad al primer Black Sabbath.

—¿Qué te parece que todas esas bandas rescaten el sonido que ustedes crearon hace tanto tiempo?
—Me siento honrado... Es una alegría que los nombres que mencionas nos tengan como una de sus influencias.

Ozzy Osbourne lo sabe: aquellos músicos bien podrían ser sus hijos. Aunque lo mejor es que retoman una de las razones elementales del rock: un modo de ver el mundo y, para ellos, en el caso de Black Sabbath, una forma de gratitud. Lo que ocurra en el Nacional dentro de algunas semanas mucho tendrá que ver con eso.

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