Por Diego Zúñiga Octubre 14, 2016

Esto que vamos a narrar ahora, eso que ocurrió aquella mañana del 19 de septiembre de 1974 en una calle de Buenos Aires, dura exactamente un minuto y cuarenta y cinco segundos, todo cronometrado, todo planificado con un nivel de precisión que hoy parece imposible, pero que aquella mañana se ejecutó de manera perfecta.

Aquí empieza el inicio de lo que va a ser el secuestro más caro de la historia: un grupo de jóvenes revolucionarios, pertenecientes al grupo guerrillero Montoneros, perfectamente disfrazados de obreros viales, cortan el tránsito y hacen que se desvíe hacia una calle más pequeña el automóvil que lleva en su asiento trasero a los hermanos Jorge y Juan Born —de 40 y 39, respectivamente—, herederos de la compañía Bunge & Born, el grupo empresarial más grande de Sudamérica en aquellos años, que controlaba el negocio mundial de los cereales. Parece un movimiento cotidiano, un pequeño desvío, nada que alerte a su equipo de seguridad, repartido entre hombres que los acompañan en el Ford Falcon gris que los lleva y otros que los siguen de cerca en un auto que los custodia. Parece una mañana normal, pero entonces aquella tranquilidad se va a quebrar por completo —y va a quebrar, de paso, sus vidas— cuando dos camionetas chocan de frente al Ford Falcon en el que van los hermanos Born y al auto que los custodia, y es esto, este momento, el que dura un minuto y cuarenta y cinco segundos: de las camionetas bajan diez hombres, vestidos con uniformes de policías —para desorientar a los testigos— y comienzan a disparar al Ford Falcon, mientras gritan: “¡Alto, comunistas!”. Nadie entiende nada, el equipo de seguridad de los Born piensa que es un malentendido, tratan de dar explicaciones, pero es inútil: la Operación Mellizas está en marcha, ya va más de un minuto y los montoneros han logrado sacar del asiento trasero del Ford Falcon a los hermanos Born. Les ponen una capucha y se los llevan.
Un minuto y cuarenta y cinco segundos cronometrados.

Jorge Born terminaría convirtiéndose en amigo de uno de sus captores, quien lo ayudaría a recuperar parte del dinero décadas después. Otra parte fue la que llegó a la campaña de Menem, el que luego indultaría a los montoneros condenados por el secuestro.

En la tarde, Montoneros deja un comunicado en el diario Crónica y se adjudica el secuestro.
Empieza entonces un cautiverio que durará nueve meses y que termina cuando el padre de los hermanos Born cede —después de una larga negociación— y les entrega a los montoneros la suma de 60 millones de dólares de la época, una cifra que hoy equivaldría a unos 260 millones de la divisa norteamericana. Un monto descomunal que tendría un recorrido tan extraño como inexplicable. Tanto así que una parte del dinero terminaría por financiar la campaña presidencial de Carlos Menem a fines de los 80.
Una historia sorprendente con la que se obsesionó la reconocida periodista argentina María O’Donnell (1970) y que la llevó a escribir El secuestro de los Born (Debate), una investigación que publicó el año pasado en Argentina y que ya ha vendido más de 80 mil ejemplares. Un trabajo minucioso que acaba de llegar a librerías chilenas y que reconstruye toda esta historia, donde habla por primera vez uno de los hermanos Born: Jorge, el mayor. Una investigación periodística que se lee perfectamente como una novela llena de intrigas y giros inesperados. Una novela profundamente argentina.

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La historia de los hermanos Born es una historia de esas que se cuentan una y otra vez en alguna sobremesa, como quien narra un relato que parece más una película que un suceso real. María O’Donnell la había escuchado más de una vez, pero fue cuando reporteaba acerca del financiamiento de la política en Argentina, cuando buscaba casos concretos de cómo se financia la política, cuando le pasaron el dato de que para la campaña presidencial de Carlos Menem, en 1989, una parte del dinero tenía su origen en el rescate que pagó Jorge Born II por sus hijos Jorge y Juan.

secuestro 2—Cuando me dijeron que esa plata venía del secuestro de los Born no lo podía creer —dice al teléfono, desde Buenos Aires, María O’Donnell, quien conduce un programa de conversación política en TVPública Argentina y también tiene un programa de radio. En sus inicios, sin embargo, la escritura fue fundamental: trabajó en Página/12 a comienzos de los 90 y Tomás Eloy Martínez fue uno de sus maestros. Por eso cuando avanzamos por las páginas de El secuestro de los Born nos encontramos una escritura muy trabajada, más cercana al periodismo narrativo que al periodismo político, donde podría haber acabado esta historia. Ella, de hecho, ya había publicado dos libros de ese corte, como fueron El Aparato. Los intendentes del Conurbano y las cajas negras de la política (2005) y Propaganda K (2007), sin embargo al poco tiempo de comenzar a reportear acerca de los Born supo que esta historia debía tener otro tono.

—Estuve como un año reporteando, leyendo el expediente del caso, que era muy grande y con muchos detalles. Entrevisté a varias personas, pero el libro tomó forma cuando pude conseguir una entrevista con Jorge Born.
El hijo mayor de los Born la recibió en su oficina con vista a la Plaza San Martín. Hoy tiene más de 80 años y nunca había querido contar su historia.
—Cuando entré a su oficina le dije que estaba escribiendo sobre los 70. Él me escuchó, me contó algunas cosas. Así empezamos a reunirnos regularmente una vez por semana durante varios meses. Rápidamente se dio cuenta de que quería escribir sobre él, pero sólo me enteré cuando un día llegué y su secretaria me dice: “¿Así que está escribiendo un libro sobre el señor Born?”. De ahí en adelante se generó un vínculo especial. Su familia no quería saber mucho, pero sentí que él me quería contar la historia.
Porque fue él quien logró convencer a su padre de que pagara el dinero que exigían los montoneros por el rescate; mientras, su hermano Juan, más frágil, casi perdió la razón durante el cautiverio.
Jorge, en cambio, siempre estuvo más entero, incluso llegó a establecer un vínculo con sus captores. En una ocasión les apostó que Mohamed Ali derrotaría a George Foreman en una pelea épica que ocurrió en África, y claro, ganó y le tuvieron que dar un vaso de whisky cada noche. El pago del rescate fue una negociación durísima, donde el grupo guerrillero comenzó pidiendo 100 millones de dólares. De hecho, Juan Born salió unos meses antes del cautiverio que Jorge, porque ya no daba más.
O’Donnell trató de contactarlo para tener su versión de la historia, pero esa época de su vida está completamente borrada. No se habla de eso. En la familia de los Born, el relato del secuestro está tapado por un silencio absoluto. Después que los liberaron, la familia partió para Brasil y allá se quedaron por varios años, esperando que todo el episodio se olvidara. De hecho, iban a terminar vendiendo buena parte de sus industrias y dejarían de ser una familia tan poderosa. Querían desaparecer, y de alguna forma lo lograron.
—Me habría encantado hablar con Juan. Tengo una duda grande, que no resuelvo: él aparece como el frágil en el relato, el que se quiebra psicológicamente, pero es a la vez el que más problemas les genera a los montoneros. Es el que no se adapta, el que de alguna manera resistió. Jorge les ayudó a cobrar, en cambio Juan hizo su propio acto de resistencia —dice O’Donnell, quien publicó el libro en mayo de 2015 y a las pocas semanas, cuando fue a buscar a su hija al colegio y vio que varias madres andaban con un ejemplar de su investigación, se dio cuenta de que esto iba a ser leído más allá de la gente que le interesa la política.
—Lo que pasa es que había pocas expectativas, todo el mundo creía que los 70 ya estaban, que contar otra historia sobre eso no tenía mucho sentido. Pero que un cautivo contara su historia era algo muy novedoso.

Así, entonces, El secuestro de los Born se convirtió en un best seller —con muy buenas críticas, también— y ya se prepara su adaptación cinematográfica. Porque la historia no es sólo la de un secuestro, sino también de cómo después de ocurrido todo, un grupo grande de personas fue a la caza de esos 60 millones de dólares.

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En algún momento, Montoneros intentó darle un cariz político al secuestro, pero rápidamente todos entendieron que lo que buscaban era el dinero para poder financiar al grupo: la década del 70 en Argentina fue una década de enfrentamientos, que terminó con un golpe de Estado y con treinta mil desaparecidos. Por eso la necesidad del dinero.

—Estos chicos que organizaron el secuestro eran muy jóvenes, veinteañeros altamente sofisticados en la planificación de cada detalle, muy disciplinados, pero para la parte del dinero no estaban preparados. Mucha gente me ha preguntado (guiados por todo el tema de corrupción que está viviendo la Argentina) si se hicieron ricos con este dinero. Pero la verdad es que no. Ninguno de los tres dirigentes montoneros que estuvo a la cabeza se enriqueció. No hubo un enriquecimiento personal, pero el dinero tuvo un destino muy particular —explica O’Donnell, quien cuenta en el libro cómo Jorge Born terminaría convirtiéndose en amigo y socio de uno de sus captores, quien lo ayudaría a recuperar parte del dinero décadas después de que ocurriera todo. Otra parte fue la que llegó a la campaña de Menem, el que luego indultaría a los montoneros condenados años antes por el secuestro y por otros hechos. Otra parte del dinero se perdería entre Suiza, Cuba y una serie de destinos inciertos.

—El libro de alguna forma le devolvió el lugar de víctima a Jorge. Él había quedado como un paria después de que se supo de su relación con uno de sus secuestradores. Porque él tuvo un momento heroico dentro del cautiverio, pero afuera su destino ya estaba torcido. Él perdió de vista el rol que tenía, y en lugar de ser el heredero, se dedicó a perseguir esa plata y eso lo complicó. De hecho, le impidió presidir la compañía y luego todo se vino abajo. Eso fue muy duro para él —cuenta O’Donnell, quien por estos días trabaja en la adaptación del libro al cine. Aún no hay director, pero sí productora: Kramer & Sigman, la misma que estuvo detrás de los éxitos de Relatos Salvajes y El Clan. Por ahora todo está en proceso de guión y la idea es que se empiece a filmar en septiembre de 2017.
—Es un mundo que no conozco y me ha gustado mucho. El proyecto tiene un presupuesto de unos cuatro, cinco millones de dólares, en colaboración con España, así que va a ser grande. Estoy muy expectante.

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