Por Diego Zúñiga Noviembre 11, 2016

–Ahí está Enrique Lihn, todas son primeras ediciones; ahí está Parra y Teillier; ahí está todo Couve, y abajo Arenas y todo eso es Huidobro —dice Pedro Montes (45), indicando dos filas de libros ordenados dentro de un mueble antiguo, un mueble con puertas que parece ser uno de los espacios más importantes de su oficina, esa donde llega temprano por la mañana a trabajar como abogado de una empresa inmobiliaria familiar. Está ese mueble, lleno de primeras ediciones, y están las paredes cubiertas de obras de arte, una fotografía de Paz Errázuriz, una pintura de Enrique Zañartu, varios artefactos de Nicanor Parra.

—Aunque lo más importante está acá —dice Montes, dueño de la Galería D21 y uno de los coleccionistas fundamentales de arte chileno contemporáneo, mientras sale de su oficina y entra a otro lugar, donde hay un archivador de metal, y entonces lo abre: catálogos, muchos e inencontrables catálogos de algunos de los artistas chilenos más valiosos de los años 70 y 80, artistas que Montes se ha dedicado a coleccionar y a difundir dentro y fuera de Chile: Carlos Leppe, Eugenio Dittborn, Paz Errázuriz, Gonzalo Díaz, Las Yeguas del Apocalipsis, Pedro Lemebel; y más y más libros de Enrique Lihn, de Rodrigo Lira, de Diego Maquieira y de Juan Luis Martínez, quizá su última obsesión.

Un vínculo que se hizo real en 2010, poco después de comenzar el proyecto de la Galería D21, cuando realizó una exposición que mostró por primera vez el trabajo visual de Martínez, y que ahora ha dado otro paso importante: la reedición de La nueva novela, el libro mítico del poeta de Villa Alemana, una obra clave de la poesía chilena del siglo XX y que hasta ahora era casi imposible de encontrar. O si se lograba encontrar un ejemplar de su segunda edición, impresa en 1985, el precio variaba entre los $400.000 y los $ 700.000, siempre y cuando uno tuviera suerte.

El proyecto más importante de Pedro Montes para el 2017 es la creación de un centro de estudios del arte. “Un CEP, pero de las artes visuales. Hay una gran cantidad de institutos de pensamiento político, con financiamientos impresionantes, y para las artes no hay ni un peso”, dice.

Ahora, a partir de mediados de noviembre, ya se podrá conseguir la tercera edición de La nueva novela en la Galería D21, a un valor de $70.000. Es un ejemplar prácticamente idéntico a una parte de la tirada de la edición de 1985, una tirada que se imprimió en papel couché. Están los anzuelos de metal pegados a una hoja, la bandera chilena de papel volantín, las transparencias y un “impreso chino original”. Sólo hay dos diferencias: ahora, en la primera página dice: “Ediciones Archivo, Santiago de Chile, 2016”. Y en la última página cambió el colofón, que termina así: “La presente edición de 700 ejemplares sobre papel couché de 170 gramos, se terminó de imprimir en Santiago de Chile, bajo el cuidado de Eliana Rodríguez y Pedro Montes, el día 10 de septiembre de 2016”.

Eliana Rodríguez es la viuda de Martínez y Pedro Montes se ha convertido en su hombre de confianza, con quien consulta todas las decisiones de qué hacer con el legado de un poeta que sigue siendo un misterio.

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La primera vez que Pedro Montes vio La nueva novela fue en su casa. Tenía 16, 17 años, a mediados de los 80, y su hermano Leonidas —economista y ex presidente del directorio de TVN— era ya un lector de poesía que estaba al tanto de los libros que iban apareciendo. De esa forma, entonces, lo consiguió y Pedro pudo tener un ejemplar entre sus manos.

De esa primera lectura, recuerda, no entendió casi nada. Fue un absoluto desconcierto.

—Yo ya estaba leyendo a Nicanor Parra, un poco a Teillier, a Lihn, pero de Martínez no entendía nada. Lo volví a mirar tiempo después, no sabía a dónde me llevaba. Se veía inexplicable, denso, profundo; hoy lo veo con otros ojos, como algo más lúdico, divertido, tan fácil y complicado a la vez —cuenta Montes acerca de la fascinación que le produjo el libro, sentado en su oficina, tras un escritorio donde está uno de los primeros ejemplares de esta nueva edición. Le pegó recién los anzuelos y lo dejó al lado de un ejemplar de la edición de 1985: es prácticamente el mismo libro. Más tarde sacará un ejemplar de la primera edición, la de 1977, que hoy es imposible de conseguir, y que se lo pasó la viuda de Martínez para fijarse en todos los detalles.

—Desde que conocí a Eliana, cuando le propuse exhibir la obra visual de Juan Luis, le comenté de la posibilidad de publicar La nueva novela. Hablamos mucho. Yo le decía que tenía que llamarse Ediciones Archivo, tal como lo hizo él. Ella tuvo muchos ofrecimientos dentro y fuera de Chile, pero no quiso. Hasta que a inicios de este año nos pusimos a trabajar de manera concreta. Partimos escaneando el libro con la mejor resolución, hicimos varias correcciones con Photoshop de algunas manchitas del original, más oscuras ciertas letras, más claras otras, todos los detalles, fuimos revisando uno por uno los pliegos y la verdad es que nos hemos tardado en imprenta unos dos a tres meses, entre conseguir el papel chino, los anzuelos, la bandera chilena. Pero cuando llegamos a Ograma, que es la misma imprenta con la que trabajó Juan Luis, les dije que no había apuro, que debía quedar exactamente igual a como lo hicieron en 1985, y ahora ya casi estamos.

Esta semana le acaban de llegar los primeros 100 ejemplares, y ya muchos de esos están vendidos, pues apenas se supo la noticia de esta nueva edición, varias personas se contactaron para anotarse con un ejemplar.

La experiencia de publicar un libro de Martínez, en todo caso, ya la había vivido Montes. Primero, cuando editó Aproximación del principio de incertidumbre a un proyecto poético —donde se recopiló una parte de su trabajo visual— y luego cuando participó en la publicación de El poeta anónimo, que publicó en Brasil la editorial Cosac Naify y que es hasta la fecha el último libro de Martínez.

“Lo que pasa entre Justo Pastor Mellado y Cerrillos no es peor que otras discusiones. Guardemos las proporciones. Lo que sí creo es que tiene que haber una respuesta del Ministerio, que ha estado muy callado. Porque acá los ministros responden, siempre”.

—Hay mucho material disperso todavía. Hay un baúl que Eliana ni siquiera ha abierto, pero hay que dedicarle tiempo —cuenta Montes, quien luego de leer La nueva novela nunca olvidó la fascinación que le produjo. Y había en ella, de alguna u otra forma, un camino que Montes terminaría recorriendo.

Porque mientras se convertía en lector, en esos años en que estudiaba en el Verbo Divino, también descubría el arte de coleccionar: compraba monedas, medallas de la Guerra del Pacífico, iba a remates a buscar esos pequeños objetos, que era una forma de continuar con una tradición familiar: su abuelo y su padre también eran coleccionistas, y su hermano Leonidas hacía lo mismo con los libros, costumbre en la que Pedro también indagaría, consiguiendo primeras ediciones en San Diego —con Luis Rivano— y en las Torres de Tajamar. Luego estudiaría Derecho en la Universidad Católica, y la curiosidad por la literatura se ampliaría también hacia el arte contemporáneo, especialmente cuando ingresó al taller de Eugenio Dittborn y entonces descubrió un mundo.

—Entré hace unos 10 años atrás. Ahora volví, de hecho. Hago unas esculturas de acrílico. Pero sí, ese taller fue importante. Conversando con Eugenio fui conociendo su mundo, fui descubriendo artistas y ahí empecé a buscar catálogos de la época. Y paralelamente empecé a encontrarme también con obras de todos esos artistas, que seguían en las manos de ellos mismos —cuenta Montes, quien entonces empezó a coleccionar arte contemporáneo chileno, sobre todo el realizado por artistas bajo dictadura, y que hoy conforma su colección, una de las más importantes y que mostró el año pasado en el MAVI, donde se podían ver obras de Dittborn, Carlos Leppe, Juan Dávila, Juan Downey, Gordon Matta-Clark, Lihn, Bertoni, Las Yeguas del Apocalipsis y Juan Luis Martínez, entre otros.

—Sigo pensando que es quizás el mejor arte que hemos tenido en nuestra historia. Casi siempre hemos estado atrasados 40 años, pero el arte de esa época, de dictadura, el arte político, censurado, en ese minuto estaba dentro del sistema global, estaba a la vanguardia. Lo que pasaba en Chile podría haber estado pasando en Nueva York. Y es el arte que hoy están buscando los curadores de afuera, pero les cuesta entenderlo porque no hay catálogos, no hay grandes estudios, no sabemos lo que tenemos.

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Probablemente el proyecto más importante que tenga Pedro Montes para el 2017 es la creación de un centro de estudios del arte.

—Un CEP, pero de las artes visuales —explica y agrega—: La idea es montarlo en el departamento de arriba de la galería, que sea una asociación sin fines de lucro, tener gente asociada, gente investigando, gente financiando, haciendo libros, páginas web, residencias, charlas. Uno se da cuenta de que las universidades no ayudan mucho en esto. Me doy cuenta de que hay una gran cantidad de institutos de pensamiento político, de distintos partidos, con financiamientos impresionantes, y para las artes no hay ni un peso. Los museos no tienen plata ni tiempo para investigar, el GAM tampoco está en esa línea, los centros culturales de las grandes ciudades tampoco tienen recursos y no sé si Cerrillos (el Centro Nacional de Arte Contemporáneo) lo va a lograr…

—¿Y cómo has visto toda la polémica entre Cerrillos y el Museo de Bellas Artes, después de las declaraciones del ministro Ottone y un eventual corte en 1967 para el arte contemporáneo? Hay quienes dicen que si todos los museos tuvieran un buen financiamiento, no habría mayor discusión…
—Sí, es muy probable. Se ha dado como ejemplo lo que pasa en Francia. Pero cada ciudad francesa tiene un museo importante. Cuando sale un nuevo centro cultural a nadie le preocupa porque todos los otros funcionan hace décadas y tienen sus objetivos claros, pero acá están nadando en la pecera las 3 o 4 instituciones que se dedican a lo mismo. Si cada museo tuviera financiamiento, estarían todos tranquilos, pero acá la sensación es que Cerrillos se quiere llevar la obra que ha coleccionado el Bellas Artes en estos últimos años….

—Ahora, en un comienzo te pareció bien la idea del proyecto de Cerrillos, ¿cierto? De hecho, en la muestra inaugural hay doce piezas que son tuyas…
—Cuando me plantearon el proyecto lo encontré fantástico. O sea, todo puede funcionar en el papel, luego hay que implementarlo. Se implementó una primera exposición con buenas obras, pero hay que ver cómo sigue esto en los próximos años. Mira lo que ha pasado con Matucana 100 en las artes visuales, o sea Matucana 100 no es lo mismo que hace 12 años, y ningún otro lugar ha tomado ese espacio. El GAM se posicionó en un minuto, pero terminó siendo más magazinesco, un lugar de paso…

Entonces Cerrillos veamos cómo sigue. Para mí sería fantástico que tuvieran los depósitos, las medidas de climatización, de resguardo, de investigación, es todo lo que yo quiero, pero si no lo puede hacer el Estado, yo lo voy a tratar de hacer por mi cuenta.

Encima del escritorio de Montes se encuentran las tres ediciones de La nueva novela. Las mira, las compara. A fines de noviembre se realizará un seminario sobre poesía y artes visuales en el CEP, donde Alejandro Zambra, Álvaro Bisama y Matías Rivas dialogarán sobre la obra de Martínez, y el 1 de diciembre se inaugurará una muestra en D21 con algunas obras visuales inéditas del poeta, sobre todo collages. Hoy, Montes está enfocado en eso, pero también en otros proyectos, como su editorial Pequeño Dios Editor, donde publica poesía. Acaba de lanzar una antología de poemas de Vicente Huidobro y avanza en otros proyectos. Encima de su escritorio, de hecho, hay tres maquetas de libros que publicará en las próximas semanas: Señales de ruta, un texto que escribieron Enrique Lihn y Pedro Lastra sobre Martínez; Arder, el catálogo de la última exposición que mostró en vida Pedro Lemebel, y Lonquén, el catálogo de la instalación que Gonzalo Díaz montó en el Museo de la Memoria hace unos años. Y, además, Montes junto al curador y crítico Justo Pastor Mellado trabajan en la recopilación de los distintos registros de la obra de Carlos Leppe, los que subirán prontamente a un sitio web.

—A propósito de que estás trabajando con Mellado, imagino que han hablado de toda la polémica, ¿no? Él ha sido muy crítico con el proyecto de Cerrillos.
—Sí, lo hemos hablado. Mira, por un lado yo colaboraba con Cerrillos, con Camilo Yáñez para la exposición, y por otro lado estaba escuchando a Mellado, su punto de vista, y yo de alguna manera… Es quizá bastante egoísta decirlo, pero me he entretenido con este tema. Me parece importante que se pongan estas discusiones sobre la mesa. Es bueno que se cuestionen ciertos procesos e instituciones que están empezando, y es bueno que todos respondan. Me gusta que entremos en un debate, porque no siento que sean críticas o contracríticas tan perniciosas. De todo esto debería salir algo bueno, ver cómo todo esto se relaciona con el Ministerio de las Culturas, que permee a otras partes: discutamos sobre el futuro del Bellas Artes, discutamos cuál es el rol del MAC, discutamos si el MAC es equivalente al Bellas Artes… El mundo de las artes es muy fome, compáralo con la política. Lo que pasa entre Justo Pastor y Cerrillos no es peor que otras discusiones. Guardemos las proporciones. Lo que sí creo es que tiene que haber una respuesta del ministerio, que ha estado muy callado. Porque acá los ministros responden siempre.

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