Cuando Thomas Ostermeier empezó a estudiar teatro, a fines de los 80, justo cuando cayó el Muro de Berlín, sabía que un día iba a dirigir alguna obra de Shakespeare o de Ibsen, o de alguno de esos clásicos que leía e interpretaba en clases, mientras afuera de las salas ocurría la historia, y él se volvía una persona consciente de que aquellos hechos políticos estaban cambiando su vida.
Ostermeier (1968) entendía ya entonces que en esos clásicos existía la posibilidad de leer el presente, que esas obras, que podían estar ambientadas en otro país, en otro tiempo, le hablaban a él, a su época, a aquello que estaba viviendo. Sabía también que para llegar a dirigir un clásico debía adquirir más experiencia, tener más estudios, aprender de todas las áreas del teatro, convertirse en adulto, ser una persona capaz de comprender el mundo con una mayor complejidad.
—Yo sabía que debía tener más de 40 años para dirigir una obra de Shakespeare, un clásico, porque debía aprender lo suficiente sobre cómo ser un director para enfrentarme a ese reto, así que me tardé bastante. Finalmente, lo hice a los 38 años, cuando dirigí Sueño de una noche de verano —cuenta Thomas Ostermeier por teléfono desde Berlín, a poco más de un mes de la visita que lo traerá de vuelta a Chile. Vino en 2011, cuando presentó un elogiado Hamlet y ahora participará nuevamente en el Festival Internacional de teatro Santiago a Mil, que lo tiene como el principal invitado internacional de esta versión.
Desde ese primer Shakespeare han pasado ya 10 años, en los que Ostermeier se convirtió en uno de lo directores europeos más importantes de la actualidad, dirigiendo obras clásicas y también contemporáneas, mientras sigue a cargo de la conducción artística del teatro Schaubühne, el prestigioso y experimental recinto berlinés donde se ha puesto en escena la mayoría de sus trabajos, como El matrimonio de María Braun y Un enemigo del pueblo, las dos obras que se podrán ver en enero en el Teatro Municipal de Las Condes. Dos trabajos que muestran algunas de las principales virtudes de este director alemán: un teatro político, intenso, con una puesta en escena más experimental, que busca interpelar en todo momento al espectador, incomodarlo, conmoverlo, hacer que viva una experiencia única.
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Dicen que la carrera de Thomas Ostermeier ha sido meteórica y es cierto: luego de estudiar dirección teatral en Berlín y dirigir un par de teatros, a los 31 años asumió la dirección del Schaubühne y lo convirtió en un espacio imprescindible, donde conviven clásicos y contemporáneos, donde ha buscado incansablemente que el público más joven vuelva a conectar con el teatro, que sienta que arriba del escenario están expuestos sus propios problemas. Busca también que el público chileno sienta lo mismo cuando vea El matrimonio de María Braun —su adaptación de la película homónima del cineasta alemán Rainer Werner Fassbinder— y Un enemigo del pueblo —obra de Henrik Ibsen—: dos montajes muy distintos entre sí, pero que demuestran la versatilidad y el desparpajo de Ostermeier para involucrarse con historias donde el dinero, el amor y las distintas convenciones sociales son puestas en discusión. Donde el contexto es fundamental. Y que muestran, además, sus distintas búsquedas estéticas, que lo han hecho dirigir obras de autores tan disímiles como Sarah Kane, Tennessee Williams, Eugene O´Neill, Georg Büchner, Shakespeare e Ibsen, entre otros. Puntualmente, en la obra de Ibsen —Un enemigo del pueblo—, escrita hace más de 130 años, la historia que encontramos es la de un doctor que descubre que la fuente de agua potable de su ciudad ha sido contaminada con residuos industriales. A partir de ahí, decide hacer pública la información y entonces comienza a vivir un infierno, porque se da cuenta de que tendrá que enfrentarse con una serie de poderes —económicos y políticos— antes de dar la alerta al resto de los ciudadanos.
—Leer a Ibsen fue muy importante —cuenta Ostermeier—, porque hasta ese entonces todo director y actor pensaba que este escritor era, más o menos, descriptivo en cada detalle, en el alma de cada personaje, y que sus textos se preocupaban más sobre la capa emotiva de la gente en el escenario, sobre su deseo y su desesperanza, sus problemas amorosos. Pero cuando empecé a dirigir obras de Ibsen me di cuenta también de que en su trabajo era muy importante la realidad social y económica. Por ejemplo, cuando empieza Casa de muñecas, inmediatamente se habla de dinero: “No gastes mucho dinero”, “No tenemos dinero suficiente”, y así… Lo mismo en otras obras. Ahí es cuando entendí que podemos mirar estos montajes a través de unos “lentes materialistas”, y de que podemos mirar la realidad a través de esos lentes. Fue ahí cuando me di cuenta de que al menos yo siempre planteo historias de la clase media.
—Una clase media que en sus obras parece estar siempre en problemas…
—Todo país meramente desarrollado tiene una clase media más grande o más pequeña, y esta clase media es la que hace que la sociedad del país funcione. Antes, ellos solían estar resguardados por la evolución democrática, pero ahora están puestos en peligro por los distintos problemas sociales. Eso hace que algunos de ellos vayan en la otra dirección, haciéndose nacionalistas, racistas, populistas, y eso es un problema. Creo que eso está planteado en esta y en muchas otras obras de Ibsen.
–¿De dónde surge esta preocupación por hablar del presente, a pesar de que estés montando obras escritas en otro siglo?
—No lo sé, para mí es obvio hablar del presente, porque estoy siempre tratando con mi propia vida, con mi propia realidad, esa es mi fuente de inspiración, así que lo que ocurre aquí como una realidad política es lo que me preocupa, entonces eso es lo que tengo que poner en el escenario. Porque con esa realidad tengo que lidiar día a día.
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Si con la obra de Ibsen el reto para Ostermeier era plantear, en parte, su actualidad —de hecho, transforma a los protagonistas en un par de de hipsters—, en el caso de El matrimonio de María Braun tuvo que trabajar de manera muy imaginativa con la adaptación de esta película. Una historia que nos presenta a una pareja de recién casados durante la Segunda Guerra Mundial, Hermann y María, que debe separarse porque él tiene que regresar al frente de batalla. Pasa el tiempo y llegan las noticias de que Hermann ha muerto. Entonces María se enamora de Bill, un soldado afroamericano que conoce en el bar donde ella trabaja. El problema surgirá cuando Hermann vuelva a casa y ella tome una decisión fatal que le cambiará la vida.
"Para mí es obvio hablar del presente, porque estoy siempre tratando con mi propia vida, con mi propia realidad, esa es mi fuente de inspiración, así que lo que ocurre aquí como una realidad política es lo que me preocupa, entonces eso es lo que tengo que poner en el escenario".
En la película de Fassbinder nos encontramos con más de 27 actores y distintos escenarios, mientras que Ostermeier tuvo que hacer coincidir a todos arriba del escenario, y con sólo cinco actores.
—Lo más difícil de todo esto fue la edición —cuenta—. Porque cuando haces una película puedes editar las escenas y hacer cortes, pero en el teatro eso se vuelve muy difícil. Tratamos de resolver este problema con distintas estrategias teatrales. O sea, sólo tenemos cinco actores, quienes están constantemente cambiando su rol o cambiando su vestimenta, sus trajes y otros pequeños detalles de la escenografía. Aquello fue un reto, pero al final terminamos haciendo una performance muy poética, muy teatral.
Habrá cuatro funciones de cada una de estas obras, cuyas entradas ya están a la venta. Durante el mes de noviembre, de hecho, Fundación Teatro a Mil puso a la venta un abono general que permitirá acceder a su programación con descuentos.
La participación de Ostermeier en el festival, de todas formas, no sólo será a través del montaje de estas dos obras, sino que también será parte del nuevo Programa de Dirección Escénica, iniciativa que une a la Fundación con el Goethe-Institut, para la cual eligieron a seis jóvenes directores que podrán asistir a distintas actividades con directores extranjeros, entre ellos Ostermeier, quien realizará una clase magistral y un workshop —ambas actividades tendrán cupos abiertos al público—. En la clase magistral, el director alemán —un invitado frecuente al Festival de Aviñón y quien recibió en 2011 el León de Oro en la Bienal de Teatro de Venecia— revisará parte de su trabajo y, en el caso del workshop, compartirá las distintas metodologías que utiliza en su labor como director artístico del Schaubühne.
—Nos ha ido muy bien haciendo funcionar el teatro y pudiendo recorrer el mundo con la compañía, montando distintas obras. El éxito de este trabajo nos ha hecho ser más libres también. Ya no necesitamos demostrar triunfos. Eso nos deja mucha libertad en las búsquedas estéticas que nos interesan y en la investigación de lo que queremos hacer.