Por Diego Zúñiga // Fotos: Marcelo Segura Diciembre 2, 2016

_MSM3206.jpgQuizá la mejor forma de presentar a Bruno Vidal (1957) sea a través de alguno de sus poemas. Por ejemplo, ese que dice: “UN POETA MALDITO/ NO SE CORTA LAS VENAS/ SE BAÑA CON LA SANGRE/ DE LOS CAÍDOS”. O este poema que encontramos en su reciente y esperado libro, Rompan filas (Ediciones UDP): “Cambió de actitud subió el pelo/ No volvió a su barrio de origen/ Se ha hecho imprescindible en ese cuartel/ Fue ganando posiciones/ Agarró papa con ese género de vida/ A su cargo la base de datos/ Conocía varios organigramas en sus registros/ Perdió contacto con la familia/ La jefatura lo pone a prueba/ Corresponde liquidar a tres comunistas/ Del comité central/ ¿Eres poco hombre?/ No señor soy capaz de degollar a esos carajos/ No me temblará la mano/ Llega el momento crucial/ Le pasan un corvo/ Los tres tipos a eliminar/ Están arrodillados/ En plena intemperie/ Y los jefes con altos estudios/ En la Academia de Guerra/ Quedan con muy buena impresión/ Ese servidor de la patria/ Se maneja con las distintas formas:/ Picotazo, tajo, cachazo, revés, y zarpazo”.

De eso se trata la poesía de Bruno Vidal: de la cotidianidad de los torturadores, de la incorrección política, de la incomodidad, de darles voz a aquellos que durante la dictadura ejecutaron una violencia sistemática, de indagar en esas vidas de militares rasos que nadie ha querido contar.

Lo dijo alguna vez en una entrevista: “Quiero ser el poeta de los victimarios”. Y ahora, sentado en una sala de reuniones del edificio donde vive en Providencia, agrega con esa voz marcial y contundente que tiene: “Yo no solamente soy el poeta de los victimarios. Yo soy el abogado de la Vicaría de la Solidaridad que defiende a los victimarios, que entiende a los victimarios, que los comprende, que los quiere absolver, porque ante todo soy católico”.

Bruno Vidal: ese que había autopublicado dos libros míticos —Arte Marcial (1991) y Libro de guardia (2004)—, que sólo se conseguían pidiéndoselos a él, y que fueron premiados por poetas de la talla de Enrique Lihn, Gonzalo Millán, Gonzalo Rojas y Diego Maquieira. Libros que quebraron en muchos sentidos a la poesía chilena y que abrieron un camino que nadie más ha querido recorrer, sólo Vidal, que ahora llega a librerías con Rompan filas, donde se podrán leer algunos poemas de sus libros anteriores, aunque encontraremos sobre todo textos inéditos que brillan con esa misma intensidad que lo convirtió en un pequeño mito, un poeta político que no se declara ni de derecha ni de izquierda, tal vez el último poeta realmente excéntrico de Chile.

Quizá hay que dejarlo claro desde el comienzo: leer a Bruno Vidal es una experiencia que por momentos resulta imposible de transmitir. Una experiencia que atraviesa la rabia, el asombro, el desconcierto, la angustia y el cansancio de asistir a un teatro del horror, un lugar que a veces funciona también como un espejo donde no nos queremos mirar.

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Bruno Vidal apareció en el mapa de la poesía chilena a inicios de la década del 90, cuando publicó Arte Marcial. El libro había sido premiado en un concurso a mediados de los 80 —en cuyo jurado estuvieron, entre otros, Enrique Lihn, Jorge Teillier y Humberto Díaz-Casanueva–, pero Vidal decidió esperar unos años antes de sacarlo a la luz. El verso con el que abre el poemario dice: “¡Rompan filas!”. Y sí, la lectura invitaba a romper filas en muchos sentidos: romper filas con la poesía que se estaba haciendo, romper filas en términos políticos, buscar algo nuevo que permitiera comprender lo que venía en un país que recién estaba retornando a la democracia. Un libro que dialogaba, en todo caso, con poetas como Nicanor Parra, Diego Maquieira, Rodrigo Lira, Juan Luis Martínez y el mismo Lihn, una voz que parecía ser una máscara que le permitía a Vidal abordar la dictadura desde una serie de personajes oscuros, lumpenescos, olvidados en medio de la noche: prostitutas, militares, agentes de la CNI, militantes, torturados y torturadores.

“Bruno Vidal ocupa un lugar crucial en la poesía chilena de estas últimas décadas. Diría que un lugar único al darle voz a una serie de personajes triturados por la historia. La suya es una poética degenerada, impura y tremenda”, asegura Matías Rivas.

Un libro intuitivo, que parecía ser indudablemente algo nuevo. Una voz extraña que aparecía de forma inesperada: Vidal creció en el viejo barrio de La Chimba, hijo de un obrero y dirigente sindical que apoyó a la Unidad Popular, fue conociendo la vida en esos lugares, el lenguaje de la izquierda, de los que vienen de abajo. Casi va a una escuela industrial, pero finalmente fue a un liceo en Conchalí y luego entró a estudiar Derecho a la Universidad de Chile —años más tarde estudiaría Psicología—. Nunca ha ejercido como abogado, pero sí decidió pronto que se dedicaría a preparar a los alumnos que rinden su examen de grado, y lleva más de 25 años en eso. De eso ha vivido —tiene una hija y está divorciado—, mientras nunca ha dejado de escribir. De hecho, en 2004 publicó Libro de guardia, donde continuó indagando ya no sólo en esa noche eterna de los 80, sino que ahora se detuvo en las sesiones de tortura, en la forma en que esos hombres que crecieron en barrios pobres, y que por distintos motivos terminaron convertidos en militares, fueron capaces de sistematizar una violencia contra los de su propia clase. Indagar, también, en ese lenguaje marcial en el que descubrió una posibilidad poética que ha desarrollado con un talento indiscutible y cuya fascinación viene desde su infancia, cuando le interesaba averiguar sobre la Guerra del Pacífico y leyó Adiós al Séptimo de Línea, de Jorge Inostrosa.

—El lenguaje de los regimientos siempre me ha parecido muy atractivo para la poesía, para el tratamiento del doble sentido que tiene. La jerga castrense es casi un slang de voces de mando de obediencia y de disciplina. Los giros del habla uniformada son muy estrictos y no permiten la pachotada de la metafísica, y yo he sido testigo en el cuartel del Buin, cuando hace unos años quise filmar un documental, de cómo se enseña a los reclutas. Hay voces que tienen que salir del pecho en posición firme, no se permite el acarreo del tartamudeo ni la cuchufleta. Uno ahí en el sitio militar manda y obedece, no con charlas de seminario académico o vueltas de tuerca o rodeos metafóricos, nada de eso —explica Vidal, quien luego de publicar ese libro, que fue bien acogido por autores como Germán Marín, Roberto Merino y Álvaro Bisama, recibió un llamado desde Argentina de Fogwill, quien también lo alabó.

–He tenido la suerte de tener esa clase de lectores. Nunca entendí muy bien por qué les gustó tanto mi poesía —dice Vidal, quien está sentado tras una mesa donde se encuentran sus tres libros. A un lado Arte Marcial, al otro Libro de guardia, y al centro, su última obra, Rompan filas, en la prestigiosa colección de Ediciones UDP, donde comparte catálogo con esos mismos autores que lo premiaron, como Enrique Lihn, Gonzalo Millán y Gonzalo Rojas. Mira los tres libros. Traza una línea que los une, indudablemente.

—El uso de la cháchara, del lenguaje de la calle, fue muy inconsciente, muy espontáneo en Arte Marcial. Acá, en Libro de guardia —dice, indicándolo— hubo un mayor control. Y Rompan filas es un libro entremedio de los dos. Hubo una suerte de arrebato caprichoso de escribir. De alguna forma, Libro de guardia fue un libro por encargo, donde había una cierta cojera, y eso me permitió escribir Rompan filas, porque tenía una rabia enorme, me sentía culpable por no haberlo hecho bien. Rompan filas también fue un libro por encargo, había una espontaneidad en él, aunque el encargo era sagrado. Porque sentí que el material me decía: “Hombre, por Dios, usted está en una coyuntura donde es absolutamente necesario que su visión de esos acontecimientos se dé a conocer. Déjese de tonterías, eso de que usted es un poeta independiente, no, aquí usted hágase cargo del efecto utópico en el cuerpo social. Dé a conocer eso. Usted juéguesela”.

Matías Rivas, director de Ediciones UDP, le había propuesto desde hacía mucho tiempo reeditar sus libros, hacer una antología, poder mostrar su poesía a todos los lectores, pero Vidal se rehusaba. Hasta que lo convenció.
—Bruno Vidal ocupa un lugar crucial en la poesía chilena de estas últimas décadas. Diría que un lugar único al darle voz a una serie de personajes triturados por la historia —explica Matías Rivas—. Vidal desata una lengua capaz de mostrar aquello que esconde la corrección política, el trauma, las pulsiones de muerte y el goce prohibido. La suya es una poética degenerada, impura y tremenda.

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Fue a inicios de este año, cuando viajó por primera vez a La Habana. Ahí, en Cuba, Vidal empezó a darle forma a Rompan filas. Pensaba en la propuesta de Rivas de hacer una antología, pero no lo convencía. Se llevó sus dos primeros libros, los volvió a leer y se dio cuenta de que en realidad tenía mucho material nuevo, que podía sacar algunos poemas de sus primeras obras, pero que lo central iban a ser esos poemas que aún no publicaba.
—Los examiné muy autocríticamente y dije: “No me interesa una mera antología más unos inéditos”, sino que me di cuenta de que tenía que dar un paso de maduración desde el punto de vista literario. Así que empecé a trabajar. De los textos que están en el libro, un 5% son poemas publicados, el resto es inédito —cuenta Vidal, quien decidió ir a La Habana no sólo porque no la conocía, sino porque no alcanzó a ver a los Rolling Stones en Santiago, así que decidió ir a verlos allá, a la mítica capital cubana.

Ya de regreso en Santiago, trabajó durante meses en el libro hasta que se fue a imprenta. Se tomó un año sabático —suspendió las clases a los estudiantes de Derecho— y pudo concentrarse exclusivamente en el libro.
—Hubo minutos en que me atemoricé de esta literatura que me surgía con una virulencia y una intensidad que me atoraba, que me hacía surgir un nudo en la garganta. Pero yo decía: “Bueno, esto es ser escritor…”. Por primera vez lo sentí. Con los libros anteriores les decía a los amigos: “Esto es un hobby”, pero en este caso me sentí afectado en mi persona. Me acordé de muchos testimonios, como cuando Pepe Donoso habla de El obsceno pájaro de la noche y terminó hospitalizado. Yo sentí que eso era verdad, que no era un chamullo.
—Esa intensidad de la escritura se traspasa también al lector, que termina agobiado después de transitar por este lugar donde nos encontramos con el mal absoluto.
—Yo creo que con este libro me involucré en muchos sentidos, y me di cuenta, desde el punto de vista psicológico, de que estaba en un taller de escisión, conocí mis escisiones profundas, el bien y el mal, mis brotes psicóticos, mis fugas. Y cuando eso entra en el terreno de la escritura uno se atemoriza. De hecho, cuando ya vi el libro editado sentí una liberación. Sentí que fue como una transfusión de sangre.
Rompan filas es un viaje por cierta miseria humana, por aquello en lo que no queremos reconocernos. Un viaje por la banalidad del mal y también por el resentimiento. Un viaje por un lenguaje de la calle, del lumpen —el oído de Vidal es superlativo en ese sentido—, por ese mundo de las novelas de Armando Méndez Carrasco, por la violencia que reside en los lugares inesperados. Un viaje incómodo, donde en un momento no sabemos si Bruno Vidal es realmente un poeta de derecha que quiere ser la voz de los victimarios o si en realidad es toda una performance para abordar, desde un lugar inesperado y sorprendente, lo que fue la violencia de la dictadura, y darle un giro, y hacernos pensar una y otra vez en los desaparecidos, pero también en los que sufrieron esos años desde otro lugar. En ese juego de máscaras, Vidal termina por construir una obra personalísima, una pequeña estrella distante en medio de un firmamento donde encuentra, sin lugar a dudas, muchos compañeros de ruta.

–A Rodrigo Lira le debo el gatillo para decidirme a tirar de la espoleta en la escritura, esa manera de hablar, de hacer uso de la palabra me impresionó devastadoramente, un locutor totalmente empático con la gallada popular. Maquieira también es un compadre que me influyó por el lado de la cinefilia y el desparpajo, y todo ese barroco aristocratizante. Y con Elvira Hernández hubo un punto de contacto con La Bandera de Chile, eso de arriar e izar fue fulminante y coetáneo. Lo malo es que esa bandera se le fue de las manos y terminó como un trapo sucio que no se lavaba en casa, y el emblema patrio para mí es sagrado. Lo de Juan Luis Martínez me atrajo muchísimo, por lo lúdico. Juan Luis era un morrocotudo de la cita capital, del artefacto irónico. Y de los cabros, Juan Carreño se las manda con Compro fierro, un texto al que le tengo mucho cariño —dice Vidal, haciendo un recorrido por aquellos autores chilenos con los que encuentra afinidad. Un mundo de la poesía que ha intentado subvertir una y otra vez con sus poemas.
—A mí me encanta esa escena que viví y que la escribí en un poema de Rompan filas. Un gurkha sabe que en la plaza de artesanos van a reprimir violentamente y, entonces, empieza a silbar “La Internacional”. Se le acerca un joven y le dice “compañero”. El gurkha lo mira y le dice: “Cabro huevón, ándate de aquí, no estái en condiciones, te vai de aquí, por favor, porque aquí, compañerito, va a quedar la cagada”… la paternidad responsable de ese gurkha es algo que el 99,9% de las personas que se dicen de izquierda no van a comprender nunca. ¿Por qué? Porque son tan antipatriarcales que no tienen ese calibre de darse cuenta de que un victimario puede tener sentimientos. Y eso es lo que trabajo yo. Sobre eso es lo que escribo.

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