A mediados de abril de este año, Mi lucha volvió a convertirse en uno de los libros más vendidos en Alemania. Terminada la custodia estatal y vencidos los derechos de autor, el tratado de Adolf Hitler llegó a librerías mediante una versión íntegra y comentada a cargo del Instituto de Historia Contemporánea de ese país. Según sus responsables, así se combate su uso indebido “desde el punto de vista propagandístico o comercial”, especialmente considerando las múltiples impresiones piratas, por lo general incompletas o adulteradas, que circulan en papel o bien en internet. Por tal razón el próximo año también estará disponible en versión digital.
La última tirada legal de Mi lucha salió a la venta en 1944 y hoy, 72 años después, genera un intenso debate, sobre todo por el deseo de las autoridades de impedir cualquier edición no comentada, lo cual lleva la discusión a dos planos: hasta dónde llega el libre derecho a la información de los lectores y cuál es el parámetro que determina que una edición se considere “comentada”.
Pero la nueva vida del libro ha puesto de relieve aspectos desconocidos de su primera edición, aparecida en julio de 1925. En especial sobre el plan de marketing de su editor para transformarlo en un superventas. Hitler estaba preso en la cárcel de Landsberg mientras redactó Mi lucha y necesitaba ingresos para costear los gastos judiciales y vivir acorde a su popularidad una vez que quedara libre. Por eso, le dijeron, qué mejor que escribir un libro. De hecho, hay registros que demuestran que durante su encierro muchos editores quisieron hacerle ofertas, pero no todos fueron autorizados a ingresar al penal.
“Hitler contaba con recibir importantes honorarios. Por cada ejemplar vendido de la primera edición, el autor exigió dos marcos, es decir, el 20% del precio”, afirma el periodista alemán Sven Felix Kellerhoff, autor de Mi lucha.
La historia del libro que marcó el siglo XX, una sorprendente investigación en torno al texto en lengua germana más difundido de todos los tiempos. El relato describe la negociación que Hitler tuvo con Max Amann, el treintañero gerente de la editorial Eher, propiedad del Partido Nacionalsocialista, el cual le reportó un anticipo lo suficientemente abultado para que, una vez fuera de la cárcel, el futuro dictador comprara un Mercedes-Benz tan lujoso y exclusivo que era el único de su tipo registrado entonces en Alemania.
Kellerhoff indaga sobre las fuentes del libro, su proceso de escritura (hubo muchos que ayudaron comprando papel, mecanografiando su dictado o bien agregaron partes con tal de apurar el borrador); también recoge las reseñas de los críticos, la reacción de los lectores en el extranjero y las razones por las que Amann no publicó un nuevo libro de Hitler, sucesor del gran hit, del cual quedaron redactadas más de 300 páginas.
Sus editores siempre vieron a Mi lucha como una obra de divulgación blanda y bastante light en su contenido si se compara con El mito del siglo XX, de Alfred Rosenberg, aparecido poco después y que los historiadores reconocen como base de lo más drástico del ideario que sustentó al Tercer Reich. El libro de Rosenberg apenas superó el millón de ejemplares vendidos. Los investigadores a cargo de la publicación de sus diarios personales explican que esto ocurrió porque el texto tenía una densidad cercana a un manual de formación política.
Las primeras noticias que tuvieron los lectores sobre Mi lucha datan de junio de 1924, cuando circuló un folleto que anunciaba “el primer libro del jefe del partido”. Su título entonces era Cuatro años y medio de lucha contra la mentira, la necedad y la cobardía. Si bien faltaba aún para convencer al autor de cambiarlo por uno más corto y de fácil recordación, el volante también ofrecía un precio especial de preventa.
La promoción consiguió comprometer tres mil ejemplares, aunque los números no reflejarían el empeño de la editorial: las 9.500 copias del primer año luego bajaron a menos de la mitad. Aquello no cambió hasta 1930, cuando el nacionalsocialismo creció en popularidad y Max Amann decidió apostar a las ediciones de bolsillo y las tiradas especiales de lujo: las encuadernadas en cuero o bien en gran formato. También hubo ediciones para recién casados que se entregaban en el registro civil, para ciegos, y otras que fueron el producto estrella: la especial para mochila, pensada en los soldados en el campo de batalla e impresa en papel delgado. Y todo sin contar las traducciones: la primera, en Inglaterra, vendió 5 mil ejemplares en una semana.
Aunque tal vez el mayor esfuerzo promocional fue un concurso organizado junto a un periódico. Invitaba a los lectores a identificar a Hitler en una foto de curso de 1899, cuando este tenía diez años. ¿El premio? Una edición encuadernada en pergamino y con dedicatoria personal del autor.
Mi lucha llegó a la edición 1.031, impresa un año antes del término de la guerra. Hasta entonces vendió 12,4 millones de ejemplares y, según estimaciones de Kellerhoff, el autor ganó al menos un marco por copia. Todo un éxito. Aunque menor si se compara con los 50 millones de marcos que Hitler recibió por derechos de imagen al reproducirse su rostro en los sellos postales del correo alemán. Pero esa es otra historia. Y otro negocio.