Antes que llegara la Navidad, el diverso y ultraconectado y extremadamente pop público de las redes sociales (una suma de generación X y millennials y ya post-millennials que quizás no ve los noticieros, pero se siente parte de la conversación y entiende que Instagram es capaz de generar noticias y contenido y tendencias) empezó a encender alarmas y a bullyiar el año 2016. Esto sucedió más precisamente el día 23 de diciembre con el anuncio que la actriz Carrie Fisher (sí, la Princesa Leia) había sufrido un ataque cardíaco arriba de un avión y aterrizaba inconsciente en Los Ángeles. Una celebridad más, algún cínico podría argumentar (¿por qué es célebre Carrie Fisher realmente? Respuesta: porque es la Princesa Leia y con eso sobra, la verdad; con eso es más que suficiente), pero justo ese día 23 sucedió algo: los fans, aquella inmensa mayoría (la mayoría, diría), quisieron enfrentar el 2016 con furia y hasta una demencia cinematográfica para que dejara de ser el annus horribilis, sobre todo en lo concerniente a la música pop. No nos arrebatarán más ídolos, decían los memes y tuits. No te la llevarás. Los fans postearon y subieron y tuitearon, pero sobre todo invocaron a la Fuerza y dejaron claro que Darth Vader no podía llevarse a la Princesa.
Se la llevó.
El 2016 se llevó, dos días antes, además, a George Michael.
Carrie Fisher, con sólo 60 años, no sobrevivió.
Nada de final feliz, no hubo un final hollywoodense.
No pudo volver del lado oscuro; el apoyo mediático de los fans no fue suficiente. Carrie Fisher estuvo casada con Paul Simon, pero no fue parte de los dioses de la música pop; pero su fama se equipara, quizás, más que por ser una gran actriz o una sagaz escritora, porque su fama está asociada a algo superior: el universo Star Wars.
Fue mítica y fue, una vez, joven.
Como lo dijo Jorge Baradit en redes sociales: “Es tan raro que se mueran los mitos; es más triste que la muerte de una actriz. Es raro: es más triste que lo que pensaba que iba a ser”.
En esa otra galaxia muy lejana que es la juventud, la infancia, cuando el disco duro de millones que hoy son los que están controlando el mundo fue formateado, se grabó el holograma de la Princesa Leia y de George Michael. Este pedestre 2016, el año que un rufián de reality fue votado como presidente del imperio, los que tienen por nación y noción la cultura pop se enfrentaron a su mortalidad. Los miró de cerca y les dijo: quién manda a quién. Nada duele más que desaparezcan tus cimientos, tu fundación. Los millennials y los X empezaron a perder a los suyos. Fue un terremoto más feroz que el de Chiloé. El día de Navidad todos respiraron al sentir que Carrie Fisher había logrado contraatacar y vengarse. El 2016 no iba a borrar la memoria colectiva.
Pero el que pestañea pierde, dicen, y hacia el final del día 25, un día donde supuestamente no suceden estas cosas, el 2016 quiso cerrar el año llevándose nada menos que a George Michael (una verdadera estrella o acaso una galaxia tan compleja como misteriosa e imprescindible) que, entre sus hits, tenía un tema que siempre se colaba en las listas de Spotify de fin de año: “Last Christmas”.
Bowie.
Prince.
Juan Gabriel.
Hubo otros, claro: la partida de Leonard Cohen era esperada, pero remeció igual. Y, a pesar que todo el mundo se emocionaba con “Hallelujah”, acaso fue el cover para Shrek lo que lo hizo alcanzar esa fama universal que es al final el pop: el despliegue de un talento singular, el enfrentar emociones y trancas de una manera masiva; hacer arte para millones, no para algunos. Es lograr captar lo que un adolescente siente en su pieza y llegar a millones de adolescentes en sus piezas sin que ninguno sienta que vale menos o celos de que otros sientan lo mismo (al revés: todos sienten lo mismo, todo es plural, no soy el único, somos muchos). Michael curiosamente (¿curiosamente?) apareció poco en las portadas de los diarios locales. Todo el despliegue fue para el terremoto de Quellón. ¿Cuatro muertes claves para el pop no es acaso un terremoto? No hubo víctimas fatales, no llegó el tsunami, pero la debacle del 2016 (cuatro artistas monumentales cuya influencia real demorará décadas en procesarse) terminó, como tantas cosas, en las manos y en los medios de los fans.
Ellos escribieron el obituario de manera fragmentada y colectiva.
Ya lo hicieron con Bowie, con Prince.
Entendieron que Juan Gabriel era lo que escuchaban en la casa, y Bowie y Prince y George Michael era lo que escuchaban en la calle, donde los amigos, en la pieza, en el walkman, en las fiestas, en las discos. Y está el factor ambiguo, gay, sexual, intenso, in-your-face que los cuatro procesaron y cultivaron y expandieron y legitimaron. Como me lo dijo un amigo: nunca hubo un grupo tan gay como Wham! George Michael nunca fue tan gay, nunca envió tantas señales al gaydar antes que la policía de Beverly Hills lo sacara de manera humillante e inexcusable del clóset en un baño público.
Los mismos tabloides ingleses que intentaron derrumbarlo lo despedían con portadas.
¿Es legítimo sentirse viudo o apaleado o atónito? Sí, qué otra cosa se puede sentir. ¿Cuando se despide a George Michael lo que corresponde es hablar en plural? ¿Carrie Fisher acaso no fue la princesa más querida y deseada del planeta?
El año 2016: “fuck you 2016” escribió Madonna antes que Carrie Fisher se fuera. Pero veamos el lado positivo: todos lo que se fueron en realidad sólo regresaron, volvieron, retomaron su lugar. Es más fácil resucitar en la era digital. Así, todos los muertos pop del 2016 pasaron a ser todos nuestros muertos.
Y no me parece raro que fueran los fans los que tomaran el duelo en sus manos, cada uno a su modo: viendo videos, remixeando algo en YouTube, posteando fotos.
Al rato de enterarme de la muerte de George Michael (un amigo, por WhatsApp, destrozado, queriendo compartir algo, me contó que su mamá lo sorprendió a los nueve con guantes amarillos imitando a Wham!, un verano hace mucho tiempo en Concepción) empecé a mirar sus videos.
Me sabía todas sus canciones.
George Michael escondido detrás de las supermodels de los 90 que cantaban sus temas; Michael y su trasero y sus botas y esa barba de tres días que casi se volvió un cliché; Michael como taxista intentando contener a otra chica, pero cuando cantaba que podía ser tu daddy en “Father Figure”, a quién le estaba realmente cantando.
En una era de nichos, George Michael fue el rey de los códigos, algunos secretos, otros obvios, pero daba lo mismo, si se entendían, perfecto; si no se captaban, todo funcionaba igual.
That’s all you wanted
Something special, someone sacred
In your life
Just for one moment
To be warm and naked
At my side
Y vaya que sus temas funcionaban.
¿El sol al final terminó brillando más fuerte que el rostro de Doris Day?
Creo que sí.
Este texto (¿obituario?, ¿crónica?) lo despacho el martes 27. Aparecerá el día 30 de diciembre. ¿Habrá pasado algo más? Carrie Fisher no alcanzó a llegar al 2017, pero estará para el Episodio VIII al parecer. ¿Se irá otro más? Muchos leerán electrónicamente esto, aunque se pensó para el papel. ¿George Michael será la portada de Qué Pasa? ¿O quizás será Carrie Fisher? ¿O los seis? Es poco probable, pero sería bueno. Se lo merecen.
Vuelvo a Michael, aunque capto que la Fisher es parte también de mi vida (no me declaro parte de la Fuerza, pero la entiendo). ¿Cómo se resume una vida con todos los temas claves tan parte de la banda-sonora-de-todos? ¿Es legítimo sentirse viudo o apaleado o atónito? Sí, qué otra cosa se puede sentir. ¿Por dónde empezar cuando la vida de otro necesariamente se enfrenta a la de uno?
¿Uno debe escribir de uno?
¿Cuando se despide a George Michael lo que corresponde es hablar en plural? ¿Carrie Fisher acaso no fue la princesa más querida y deseada del planeta?
Quizás es mejor centrarse y wikipedizar la vida, que curiosamente agarra más vuelo con la muerte, y las canciones vuelven y los recuerdos aparecen y “Freedom! 90” y “Faith” y “Father Figure” y “Too Funky” van alineándose y apretando todos los botones y ahí uno vuelve a ver lo que no vio o capta lo que no captó (vaya que es subversivo y a la vez glorioso y vengativo el video de “Outside”; por Dios, si todo lo que ahora valoramos lo inventó este tipo).
Bowie, Prince, Juan Gabriel, Leonard Cohen, George Michael.
Carrie Fisher.
Demasiados muertos, pero al menos todos pop.
Y, por lo tanto, no morirán.
Ahí están, sonando, volviendo en fotos y en GIF y trozos de películas, en videos y entrevistas, haciéndonos más fuertes, más numerosos, más unidos. Que la Fuerza esté con ellos, aunque quizás eso ya lo sabíamos.
Que la Fuerza esté con nosotros.