Al final, la historia siempre es la misma: transformado en un nombre propio, el cantante disfruta de su libertad (del alivio de no someter a consulta cada decisión con sus compañeros de banda). Pero luego las cosas cambian y esa libertad le exige algo más: aprender a soportarse a sí mismo. Entonces el cantante (el solista) entiende que salirse del cuadro para brillar con luz propia requiere de la misma energía que alguna vez necesitó para hacerse oír entre el ruido de las opiniones de los compañeros que decidió abandonar.
Las 192 páginas que componen Vicentico, biografía escrita por el periodista argentino Eduardo Fabregat, tienen algo de esa historia: del día en que Los Fabulosos Cadillacs se acaban por primera vez, del día cuando el mundo se viene abajo por un momento y de cómo a la mañana siguiente su vocalista, Gabriel Fernández Capello, nacido el 24 de julio de 1964 en el Hospital Italiano de Buenos Aires, decide trabajar en solitario. Aunque a diferencia de tantas otras bandas, Vicentico no abandonó a los Cadillacs. Los Cadillacs se quedaron en pausa, congelados y cada uno se las arregló como pudo, sin rencores (o no demasiados, más bien) como para que en el futuro pudieran ir y volver tantas veces como lo han hecho hasta ahora.
Vicentico es de esa clase de libros que se encargan de mostrarte a su protagonista en las dimensiones justas. Terminas de leerlo y si no corres a escuchar su música, de todas formas quedas con la sensación de que conociste un poco más a un tipo extraordinario.
Fabregat abordó este libro con un “sí, pero no” del propio Fernández Capello: al comienzo el músico quiso embarcarse, luego se bajó, aunque nunca se opuso al proyecto, lo cual parece ser la mejor manera de trabajar: un cheque en blanco que, en este caso, llega a buen puerto.
Muy por sobre los aullidos de la fanaticada más dura, Vicentico ahonda en la cabeza de un músico, en los cruces de la creación con la vida de un hombre que hoy, con el camino bastante hecho, disfruta de su familia, de las mañanas de ocio, del trabajo en el estudio y de las giras, pero que antes, cuando era un veinteañero, tuvo que tomar una opción: seguir como estudiante de Arquitectura o echarle para adelante con los Cadillacs.
“A mí no me importaba nada, es algo que pasa cuando empezás, una parte que no tiene que ver con que te dejes cagar por los productores o el boliche donde tocás, sino con tu deseo de tocar”, cuenta Vicentico, cuyo libro es también la crónica de un hombre inquieto, que alguna vez hizo algo de TV y actuó en una película, tiene un guión de cine guardado en su escritorio y una historia con su padre que sobrecoge.
No soy gran fan de los Cadillacs. He pagado mi entrada para verlos en vivo, pero no tengo sus discos. A la hora del ska-rock, prefiero a The Mighty Mighty Bosstones, pero inevitablemente terminé aprendiéndome todas las canciones del Vasos vacíos (1993), ese disco en gran medida recopilatorio que para muchos sonó tan fresco y tan nuevo. Porque la banda, que nació como tal en 1985 (antes se llamaron Cadillacs 57), siempre hizo un disco distinto. Con cada pasada por el estudio creció, sumó nuevos integrantes y se hizo más compleja a fuerza de tocar semana a semana en boliches de diversa calaña. Sólo así dejó de ser, como afirma Fabregat, “el proyecto de cuatro tipos musicalmente poco entrenados”.
La banda dio la vuelta larga, necesitó un buen tiempo para transformarse en Los Fabulosos Cadillacs y conseguir el sonido que los distingue. Y en ese largo camino hay una frase de Vicentico que no está en este libro, pero que sin duda explica mucho. Apareció en la edición argentina de la revista Rolling Stone en 1998: “No te imaginás la cantidad de puertas que se te abren diciendo no”.
Casi veinte años después, en la página 54 de este libro, Vicentico dice: “En una banda grande como los Cadillacs es muy posible que tu canción se vaya a la mierda. Para bien o para mal. Es todo un aprendizaje estar en un grupo. Yo de pronto componía una canción en el piano, la llevaba a la banda, Ariel Minimal le metía una guitarra, Flavio le hacía una línea de bajo... al final terminaba siendo otra canción”.
Poco que agregar. Cuando los grupos comienzan a transformarse en una reunión de músicos con intereses personales más que colectivos lo mejor es detenerse. De manera que lo primero que hizo Vicentico a la hora de armar su proyecto solitario fue, aunque parezca un contrasentido, asegurar a la banda. Pero que fueran sus músicos. Y comenzó por lo principal: la percusión, y para ello convocó a Daniel Buira, ex baterista de Los Piojos.
El libro de Fabregat no necesita apegarse a la linealidad temporal. Sabemos los hitos de la carrera de Vicentico, su trayectoria disco a disco, los premios, las presentaciones memorables (varias de ellas en Chile, que tanto él como Los Fabulosos Cadillacs siempre consideran una plaza grande), pero también cómo en muchos shows individuales debió enfrentar los gritos de los viudos de su anterior banda. Muchas veces le colmaron la paciencia y terminó contestándoles.
Pero tal vez los mejores momentos sean aquellos en que el relato, en vez de avanzar, frena y entra en pozos donde no queda más que la voz del protagonista. Por ejemplo, luego del éxito del álbum Solo un momento (2010), un hit de ventas indiscutido, analizado con la distancia del creador que sabe que una cosa es el taller y otra, muy distinta, lo que pasa con las ventas. “De verdad lo digo, no es falsa modestia: que yo venda 120 mil discos es una cuestión de orto, de suerte total. Eso pasa con algo y me tocó que pasara. Con este disco (el álbum 5, de 2012) probablemente no va a pasar lo mismo. Hay una posibilidad de que suceda, que es otro orto más, pero nadie... no tiene que ver con la persona que lo hace, o no tiene que ver solamente con la persona que lo hace. Está bien, un estribillo puede ayudar, hay cosas que pueden encontrarse con algo, pero que se encuentren es orto, entre comillas, o como lo quieras llamar”.
Vicentico es de esa clase de libros que se encargan de mostrarte a su protagonista en las dimensiones justas. Terminas de leerlo y si no corres a escuchar su música, de todas formas quedas con la sensación de que conociste un poco más a un tipo extraordinario, pero también tan igual a tantos otros.