Esta historia, no puede ser de otra forma, empieza de noche.
Es así: Rodrigo Blanco Calderón (1980) tiene 23, 24 años. Aún no publica su primer libro, aún no empieza a dar clases de literatura, pero escribe y lee, lee mucho. Acaba de descubrir, de hecho, a un autor venezolano tan extraño como fascinante: Darío Lancini, un hombre con una vida llena de viajes y giros inesperados, y que ha escrito un libro clave, Oír a Darío, un libro construido sólo con palíndromos, esas frases que dicen lo mismo al derecho y al revés, tal como su título. Es 2003, 2004, Hugo Chávez está en el poder, el país comienza a polarizarse. Ese es el contexto, entonces, de aquella noche, una noche venezolana, una noche caraqueña en la que Rodrigo Blanco Calderón está en un paradero, solo, esperando que pase el último autobús que lo lleve a su casa, cuando ocurre todo: en medio de la noche aparece un hombre arriba de una moto, blanco, alto, corpulento, el pelo rojo, que se estaciona frente al paradero, le entrega un papel y arranca.
—En el papel había escrito una serie de advertencias de que Venezuela iba a caer en crisis, que vendrían apagones, que estábamos supuestamente invadidos por el castrocomunismo, todo muy apocalíptico —cuenta Rodrigo Blanco Calderón, quien como en ese entonces estaba muy influido por la lectura de Darío Lancini pensó que quizá había un mensaje cifrado en el papel, así que se puso a descifrar algún juego de palabras, algún lenguaje secreto que quizá se escondía entre esas palabras, pero no había nada. O en realidad sí, había un mensaje que en muchos sentidos iba a predecir el futuro, porque efectivamente, años después, Venezuela caería en una crisis de la que aún no puede salir. Por eso Rodrigo Blanco Calderón nunca olvidó esa noche y ese mensaje. Mientras pasaban los años, el mensaje se iba haciendo realidad y, entonces, él pensó que ahí había algo, una historia o, al menos, el origen de una historia. Y no se equivocó, pues tiempo después escribiría The Night (Alfaguara), una novela sobre la Venezuela actual que convertiría a Blanco Calderón en uno de los escritores venezolanos más importantes de su generación, y que ahora llega a nuestras librerías luego de haber sido uno de los sucesos de la Feria de Frankfurt 2015, cuando la Agencia Balcells fichó a Blanco Calderón y entonces lo dio a conocer al mundo.
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–Iba a ser un cuento, pero nunca pude terminarlo —dice Rodrigo Blanco Calderón por teléfono desde París, donde vive hace más de un año mientras estudia un doctorado en Literatura en París XIII.
La historia del hombre motorizado que le pasa un papel con un mensaje apocalíptico iba a ser ese cuento, pero no lograba encontrarle un final. Así que lo dejó ahí, a medio camino, y se dedicó a escribir otras historias, muchas historias que iban a componer sus primeros libros de cuentos: Una larga fila de hombres (2005), Los Invencibles (2007) y Las rayas (2011). Esos libros harían que el nombre de Blanco Calderón comenzara a circular por Latinoamérica. De hecho, en 2007 fue parte de Bogotá39, y uno de los autores más jóvenes en esa selección de los mejores latinoamericanos del momento. Mientras, daba clases de teoría literaria en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela, en Caracas, la ciudad donde nació y creció y vivió toda su vida hasta que en 2015 partió a París a estudiar. Es decir, Blanco Calderón vivió todo el surgimiento del chavismo y vio cómo el país se comenzaba a polarizar cada vez con mayor radicalidad, un lugar donde ya nadie escuchaba al otro y que en 2010 vivió una crisis energética que hizo que el gobierno decretara cortes eléctricos para ahorrar energía. Una ciudad a oscuras. Una ciudad llena de apagones. Eso lo recuerda perfectamente Blanco Calderón, esa atmósfera apremiante, una ciudad donde no se podía salir de noche, donde a las siete de la tarde ya nadie andaba en la calle, un lugar inhóspito donde comenzaron a asesinar a mujeres, cadáveres que aparecían en la calle, muertes de las que nadie se hacía cargo.
"Creo que la situación de crisis es la misma, pero sólo que cada día se agrava más. Hace poco me impresionó mucho comprobar que amigos y familiares están verdaderamente más delgados producto de la carencia de alimentos y el alto costo de la vida”.
—De alguna forma se transformó en una noche obligatoria, impuesta, que decía mucho de lo que estaba pasando. No sólo la vida en común estaba afectada; hoy vas a cualquier ciudad de Venezuela a las siete de la tarde y ya no hay nadie en las calles. Era una especie de realidad que se parecía mucho a la realidad planteada por la literatura gótica, que apareció antes de la invención del alumbrado público, claro. Surgieron una cantidad de crímenes horrendos, en parte, diría, auspiciados por ese clima de oscuridad e impunidad. La noche se transformó en un ambiente, un contexto, y es también una imagen que representa bien estos últimos años —dice Blanco Calderón, quien sintió que había que hacer algo con eso, contar una historia, pero algo no terminaba de cuajar. No quería hacer un policial a secas, no le interesaba hacer una novela tan evidentemente política, algo faltaba. Hasta que vio la noticia en el diario: el 20 de junio de 2010 falleció Darío Lancini. Y al lado de la noticia del deceso, aparecía una pequeña biografía del poeta venezolano que Rodrigo Blanco Calderón leyó con atención, unos pocos datos que fueron suficientes para hacerle entender que ese era el personaje que faltaba en su historia, que ahí estaba la novela. Y, entonces, comenzó a escribir The Night, donde aparece esa Venezuela de los apagones, esa Caracas llena de cuerpos tirados en la calle, un lugar oscuro, lleno de impunidad, pero también un lugar donde se pueden imaginar y vivir otras historias, donde un hombre se obsesiona con Darío Lancini y sus palíndromos, o un psiquiatra y un escritor frustrado repasan la realidad nacional como quien reconstruye un puzle al que le faltan demasiadas piezas, una realidad llena de claroscuros, de políticos degradados, un país en descomposición, una violencia que no se puede controlar.
Así, en un par de años, Blanco Calderón terminaría por escribir lo que iba a ser esta novela polifónica y ambiciosa, su primera novela.
—La verdad es que no pensé mucho en las diferencias que hay entre escribir una novela o un libro de cuentos. En un momento me di cuenta de que tenía un conjunto de historias unidas por una trama común, ahí sentí que era una novela. Pero no establecí ninguna diferencia. Yo quería que la novela no tuviera puntos ciegos, para mí la escritura de cada capítulo debía tener la intensidad de un cuento.
Y The Night funciona así: una máquina de contar historias que se van entrecruzando, donde resuenan los ecos de Borges, Bolaño, Piglia y otros escritores que fueron fundamentales en la formación de Blanco Calderón. Una novela, además, que fue la última apuesta que hizo Carmen Balcells antes de morir, convirtiéndola en uno de los sucesos de Frankfurt 2015, donde se vendió a varios idiomas. De hecho, el año pasado se publicó en Francia, en la prestigiosa Gallimard, traducida por Robert Amutio —el traductor de Bolaño— y obtuvo el Premio Rive Gauche de París, donde compitió con autores como Julian Barnes y António Lobo Antunes.
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Hoy, Rodrigo Blanco Calderón está radicado en París, pero no deja de mirar a Venezuela. No puede. De hecho, regresó para pasar las fiestas de fin de año y se encontró, incluso, con un país más complejo. Ha empezado a vivir la vida doble del inmigrante, ese que vive en medio de dos mundos, en medio de dos crisis, a pesar de que Venezuela y Francia sean países, aparentemente, tan distintos.
—Andaba muy ansioso con la idea del viaje a Caracas, pero por un lado me sentí como si me hubiera ido el día anterior. Tengo un fuerte nexo con la ciudad, una familiaridad que no se ha roto. Creo que la situación de crisis es la misma, pero sólo que cada día se agrava más. Los niveles de inflación en menos de un año son más de 1.000%. Me impresionó mucho comprobar que amigos y familiares están verdaderamente más delgados producto de la carencia de alimentos y el alto costo de la vida, cosas que veía por las noticias y que pude comprobar. Hay una violencia que no disminuye —dice resignado Blanco Calderón, quien pertenece a una generación de escritores venezolanos que empezaron a publicar y construir una obra en medio de la crisis que se instaló cuando se radicalizaron las diferencias entre el chavismo y la oposición.
—El escritor venezolano actual no tiene ninguna tranquilidad económica para ejercer su oficio, pero yo siento que en los escritores de mi generación, como nacimos en ese contexto de crisis, no se convierte en una queja sino que es la realidad y nos adaptamos a ella, robamos tiempo de lo que podemos y tratamos de guardar energías y de cuidar la imaginación de la voracidad de lo inmediato. Porque si hay algo que nos caracteriza, es que no podemos dejar de hablar de la situación política que atraviesa el país porque es una situación que golpea directa o indirectamente todos los días. Y es una especie de manía monotemática que invade nuestra habla. Cualquiera que llega a Venezuela se da cuenta de la polarización. La dificultad de escribir es hablar de lo que pasa, pero también de otras cosas y evitar los lugares comunes sobre lo que ha sido nuestra desgracia.
Y sí, en ese sentido The Night cumple absolutamente: evita esos lugares comunes de la desgracia y se instala como una novela ambiciosa, lejos del tono íntimo y autobiográfico que impera en las escrituras actuales, y busca en la proliferación de historias una salida para hablar de la actualidad, para abordar lo político desde una mirada distinta, vertiginosa.