Con Deslizamientos (Ediciones UDP), Álvaro Bisama cerró su gran año 2016, un año en que brilló en todos los frentes: primero con El brujo (Alfaguara), su novela que lo hizo conectar no sólo con sus sentimientos sino con los lectores de una manera emocional como quizás nunca lo había hecho; luego, en su labor de columnista, intenso e impredecible, que puede escribir tanto de la televisión trash pública (en La Tercera, su columna acerca de la cobertura de los incendios ya merece un Pulitzer) como ser capaz de leer entre líneas los libros que van apareciendo (acá mismo en Qué Pasa); y finalmente con esta nueva obra —recopilación de crónicas y ensayos—, publicada en la colección Huellas, de Ediciones UDP. Detengámonos un poco en esta colección, que pasa por un gran momento al publicar las huellas de carbono (híbridos, saldos, reflejos, despojos, crónicas, ensayos, trozos, reseñas) de autores que ya están caminando a paso sólido por los posibles senderos literarios que —se saben— siempre se bifurcan.
Bisama usa los artefactos culturales o personajes pop para confeccionar un borrador de su propia biografía.
Así, Deslizamientos une a todos los Bisamas, pero por sobre todo al escritor que se infiltra en los medios y hace literatura de esquirlas y materia prima excéntrica. En efecto, usa las huellas de los demás (Björk, Jorge González, Bob Dylan, el cómico Fernando Alarcón, Enrique Lihn, Germán Marín) para crear algo así como una compendio de aquello que lo inspira y fascina. Entre ellos, por cierto, la televisión. Bisama usa estos artefactos culturales o personajes pop para confeccionar un borrador de su propia biografía y marca claro los postes de sus propias parcelas y territorios: la provincia cercana (Villa Alemana), los 80 y sobre todo los 90, la tele, el mundillo freak-pop, ese no-tan-horroroso Chile que tanto le fascina.
“La dictadura era el tiempo muerto. La dictadura era TVN. La dictadura era el Jappening con Ja. La dictadura era un infierno hecho de repeticiones. La dictadura era la marca IRT... La dictadura era Teleduc... La dictadura era Merino. La dictadura era Robotech. La dictadura eran las películas de Star Wars”, escribe sin filtro.
Bisama reprocesa a otros como Manuel Rojas y se remixea a sí mismo: “...ese lugar que es una frontera helada, que es una ciudad llena de bruma, que es una playa donde refulgen objetos brillantes en medio de la arena negra. Ahí supo tejer una épica, la épica de los héroes invisibles del Chile contemporáneo: jóvenes sin dinero, aventureros perdidos, amantes opacos, lectores de bibliotecas improvisadas, muchachos perdidos en la provincia”.
Deslizamientos se desliza entre los recuerdos, la memoria, el disco duro y un presente que lo sobreexcita. Lo que separa a Bisama de otros narradores no-tan-jóvenes nacionales es lo siguiente: al final, Bisama escribe en plural (“escribir de las voces que están tras la nuestra”). Para él, la crítica es leer o releer desde otro ángulo (el ángulo Bisama, digamos, porque bisamiano no suena; pero ya está más que claro: Bisama tiene voz, tiene mundo, tiene un universo, pero más que nada mira todo desde un ángulo tan insólito e impensado como intransferible).
Algunos críticos consideraban que el primer Bisama saturaba y asfixiaba; quizás era demasiado punk o, como decían por ahí, freak power. Era sin duda desquiciado; ahora el ángulo Bisama no distorsiona sino que mira el mundo cercano y descubre tanto el horror (los incendios, por ejemplo) como lo ultra freak (el cura Valente, Miguel Ángel, el vidente).
“Los mejores textos de crítica literaria que he leído se parecen a singles punk de tres minutos. O a canciones pop. O escapan hacia cualquier parte, se enroscan sobre sí mismos, devorándose, revelándose como fragmentos de una autobiografía, acaso”, dice y en este caso este libro posee singles, EP, remixes y conciertos en vivo enteros. Tanto en El brujo como en Deslizamientos (y en algunos textos y crónicas sentidamente personales) se desliga del lloriqueo marketeado de una cierta literatura chilena centrada en la supuesta victimización de los padres que padecieron la dictadura y remece la casa y pone las cosas en su lugar: con empatía, agudeza e inteligencia se coloca en el lugar del padre o de los tíos o de los mayores (“la memoria no es frágil”; “somos fotos de nuestros padres”). Bisama —queda claro— ya no es un niño ni escribe para ellos. Entiende que quizás la dictadura fue un período negro para el niño que era en ese entonces, pero que no se puede comparar con lo que padecieron sus mayores y aquellos que quiere. Bisama no desea vengarse o ridiculizarlos por no haber hecho lo suficiente sino que, de alguna manera, se pone en su lugar y entiende lo que debe haber sido estar ahí en el momento fatal, en el lugar incorrecto y no haber nacido con la capacidad heroica de inmolarse.