El duelo de Lissette Orozco (29) ha durado 11 años. No hubo un cuerpo que inhumar, pero sí un montón de emociones que enterrar. Era 2006, recién empezaba sus estudios de Cine en la UNIACC y un día, como dictaba el ritual cada tres años, se preparó para ir a buscar junto a su familia a su tía más querida al aeropuerto. Era uno de los momentos más emocionantes: esperar con ansias abrazarla, oler su perfume de siempre, imaginar su vida en Australia, oír su risa fuerte. A escondidas, cuando era chica, quería ser tan bonita y valiente como ella. Pero cuando la vio salir por el vestíbulo de Llegadas, rodeada de policías, y cuando notó que su familia guardaba un silencio cómplice, algo de esa admiración empezó a morir.
Ese día, Lissette descubrió que su tía Chany, de nombre Adriana Elcira Rivas González, era una ex agente de la DINA, ex secretaria de Manuel Contreras y antigua miembro de la Brigada Lautaro, la unidad de exterminio de la policía secreta de Pinochet.
—Nací en una familia donde se escuchaba el discurso facho tradicional. Que en la UP estaba la embarrada porque Allende no le daba comida al país, que la gente le pidió a Pinochet que se tomara el poder. Se hablaba de los terroristas de izquierda; mi abuela salía a cacerolear. No era facha en el colegio, pero si sabía de algo, lo sabía desde esa versión. El “¡ce-hache-i, ¡Chi!, ele-e, ¡le!; ¡viva Chile, Pinochet!” está en mi inconsciente dando vueltas siempre que escucho un ce-hache-i —cuenta la cineasta en la Berlinale, donde se estrenó El pacto de Adriana, el documental que filmó con vistas a descubrir quién era realmente su tía y que obtuvo el Peace Film Prize en Berlín, premio dado a cintas que “defienden la democracia y los derechos humanos”. Una película que habla sobre la memoria de Chile, pero también una historia sobre manipulación, lealtad, amor y rencores familiares.
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La adolescencia de Lissette había sido como tantas otras: fue seleccionada chilena de vóleibol, lo suyo era el deporte y nunca le interesó demasiado la política ni el pasado del país. Pero cuando detuvieron a su tía, la historia reciente del país le llegó como un golpe en la cara. Rivas había sido detenida bajo acusación de ser coautora de secuestro y asesinato en el caso calle Conferencia, una operación de la DINA creada para descabezar a la dirección clandestina del Partido Comunista en 1976. Fue ahí que, movida por la intuición, empezó a leer sobre el régimen de Pinochet, tomó una cámara y empezó a filmar.
“Partí de forma muy ingenua, muy ignorante con respecto al tema de la dictadura, porque siempre escuché un solo discurso. Creía que mi tía era inocente. Pero a medida que me fui enterando de cosas, las etapas que vinieron fueron asombro, desilusión, vergüenza”.
—Partí de forma muy ingenua, muy ignorante con respecto al tema de la dictadura, porque siempre escuché un solo discurso. Y partí desde la ingenuidad, creyendo que mi tía era inocente. Más que si era o no era inocente, no me cabía en la cabeza cómo alguien tan humano para mí podría llegar a hacer cosas inhumanas. En base a esa tesis partí haciendo el documental, nunca pensando en que le iba a limpiar la imagen, sino intentando reconstruir su imagen. Y a medida que me fui enterando de cosas, las etapas que vinieron fueron asombro, desilusión, vergüenza. Pasé por muchos procesos personales. Finalmente, la decisión fue la de hacer mi propia postura. Y esa postura fue no traicionarme a mí misma.
El pacto de Adriana, que se estrenará en Chile en octubre, y que competirá en marzo en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara, es una travesía por el pasado negro de Adriana Rivas, una de las mujeres más temidas de la DINA; es un viaje de cinco años en el que el espectador ve cómo la figura de la tía fuerte y adorada se va derrumbando moral y físicamente ante los ojos de su sobrina. Orozco registra todo sin saber hacia dónde llegará, filma sin miedo a perder, quizás, a su tía en el camino hacia la verdad. Pero también es un recorrido por el pasado de un país al que todavía le duelen sus heridas.
—En las tres funciones que tuvimos en Berlín, la gente estaba muy emocionada. Fue increíble. Muchos lloraban, muchos chilenos exiliados me esperaron hasta el final de la película para hablar. Me agradecían el trabajo y me decían que será muy importante para Chile. Lo único extraño que pasó fue que una niña de unos 20 años fue muy irónica y me dijo en alemán: “Imagino que lo estás pasando tan bien en Alemania, porque en este país hay gente como tu tía, que está impune, y como tú, que le limpia la imagen”. Consideraba que no le hago un juicio explícito a mi tía. Lo más bonito fue que el público le discutió y ella se terminó yendo de la sala —cuenta Orozco, quien en la Berlinale recibió críticas entusiastas por el documental.
Adriana Rivas accedió a participar en el filme con la esperanza de que Lissette contara “su verdad”, y obligada a quedarse en Chile por una orden de arraigo, ambas comenzaron a tener largas conversaciones filmadas. En ellas, entre otras cosas, cuenta que a los 19 años se convirtió en secretaria del Ministerio de Defensa, que tomó un curso de agente de inteligencia y que cenó junto a Pinochet. “¿Tú creís que yo hubiera podido almorzar en el Palacio Cousiño si hubiera sido secretaria ejecutiva? ¿Por qué crees que fueron los mejores días de mi vida?”, confiesa en un momento. Luego, recuerda que hay una cámara encendida: “Para mí fue un trabajo más, no hice nada para avergonzarme ni dormir mal”, dice en otra ocasión.
En 2007, Lissette sufrió un accidente de auto, Rivas fue procesada por su participación en la muerte del dirigente comunista Víctor Díaz, y cuando la cineasta se despertó en el hospital, su tía ya no estaba en Chile. Escapó por Argentina y se subió a un avión con destino a Sídney, donde vive hoy. Pero antes de partir, le dejó a su sobrina una maleta llena de fotos y documentos de su época oscura para que continuara con la película. “En la DINA no te enseñan a mentir, te enseñan a actuar”, le dice alguna vez. En las conversaciones que tendrán a distancia, vía Skype, Orozco comprobará cuán bien su tía aprendió esa lección.
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En El pacto de Adriana, la directora debe enfrentarse a ese pasado de Chile que nunca conoció. Entrevistó a Jorgelino Vergara, conocido como “El Mocito”, el hombre que reveló la existencia del cuartel de la calle Simón Bolívar 8630, un centro de exterminio donde habría trabajado Rivas; interrogó a periodistas que han investigado la Brigada Lautaro y, sobre todo, habló con su tía, que accedió a grabarse sola en Australia con una cámara. Desde ese momento, el papel que interpretará en la pantalla será el de víctima:
“Creo que mi tía la hizo mal en el documental. Si se quería humanizar, el camino que eligió no estuvo bien. En su lugar, yo habría dicho: ‘Tenía 19 años, y si yo no mataba, me ponían una pistola en la cabeza’. En cambio, lo niega todo”.
—Es una película de mucho lenguaje corporal, y si sabes leerlo, su forma de moverse y de actuar te hablará mucho más de lo que realmente ella dice —cuenta Lissette, que antes de llegar a Berlín volvió a hablar con Rivas después de dos años de silencio, para avisarle que había terminado la película y que le mandaría una copia a Australia—. Creo que mi tía la hizo mal. Si se quería humanizar, el camino que eligió no estuvo bien. En su lugar, yo habría dicho: “Tenía 19 años, y si yo no mataba, me ponían una pistola en la cabeza”. En cambio, lo niega todo.
De ahí viene el nombre del documental: el pacto que hace Adriana es el pacto de silencio que los ex miembros de la DINA habrían jurado respetar. Pero hay momentos en que no logra callar: “La tortura existió desde que tengo uso de razón (...) Tenían que quebrar a la gente de alguna manera, porque los comunistas son cerrados, tienen una formalidad (sic) militar mucho mejor que los militares. Pa’ qué estamos con cosas. Era necesario. Lo mismo que usaron los nazis, ¿me entendís? Era una parte necesaria”, le confiesa a Lissette.
—Siempre dije: jamás voy a mostrar imágenes de archivo. Estoy viviendo el presente de esta historia —explica la cineasta, que para mostrar el pasado fue al homenaje a Pinochet y a la ceremonia en el Museo de la Memoria por los 40 años del golpe militar, en 2013—. Dejé los dos eventos porque muestran un contraste enorme. El lugar donde la gente debería gritar odio fue el lugar reflexivo, de dolor, versus el homenaje a Pinochet, donde gritaban con orgullo que por huevones les mataron a las familias. Vivimos en una sociedad muy herida, porque no hay justicia y no la habrá hasta que alguien hable. Si toda la gente de la DINA se muere con las botas puestas, aceptando este pacto de silencio, lo único que provocarán es que las generaciones que vienen sigan sintiendo odio.
En sus planes estaba viajar a Australia para enfrentar a Rivas, pero al final desistió:
—En primer lugar, no fui porque no me dieron la visa. Y es muy raro que en Australia te rechacen la visa. Es muy raro también que pidieran la extradición de mi tía a Chile y también la hayan rechazado. Claramente, aquí hay una DINA que sigue funcionando. Para mí, por lo menos, porque todo es demasiado sospechoso. En segundo lugar, cuando no me dieron la visa, mostré un primer corte de la película en el DocuLab Guadalajara (un laboratorio de cine documental) y todos me dijeron “no es necesario el viaje, tienes el clímax, sólo te queda cerrar tu proceso”. Estaba en el proceso del duelo con mi tía. Llevaba un año sin hablar con ella. Y eso era lo que tenía que verbalizar.
—¿Qué piensas hoy de ella, ahora que estrenas la película en Berlín?
—Me da mucha lata tener que ser yo quien le tiene que mostrar la historia de este país a mi primo y decirle quién es su mamá. Es lo que más me duele de todo. Le mandé la película a él y me escribió para que habláramos. Yo no paro de vivir esto. Y a mi tía no la dejo de querer. Y nunca la voy a dejar de querer, porque es mi tía, pero no estoy de acuerdo con el camino que tomó. Porque la quiero, iría a verla todos los días a la cárcel, pero ese es el lugar donde merece estar. Ella está impune y eso provoca rabia. Por eso Chile está herido.
—¿En qué está el caso calle Conferencia hoy?
—Todavía no se cierra. Yo entiendo por qué mi tía se escapó. No la justifico, pero entiendo que lo haya hecho, porque en Australia tenía casa, hijos, familia, trabajo, mundo. Acá, ella dijo “sí, voy a enfrentar a la justicia”, pero desde el 2007 hasta ahora el caso sigue igual.
—¿Cómo crees que se recibirá el documental en Chile?
—Es la gran incertidumbre que tengo, porque por un lado estoy tranquila con mis valores y mis convicciones, pero también este es un país que sigue estando muy dividido. Creo que a la mayoría le va a gustar y que va a generar mucho debate y dobles lecturas. Hay jóvenes que ven a sus papás, tíos o abuelos yendo a firmar todos los meses y nadie se atreve a preguntar por qué. En esas familias, la película va a ser una bomba. Creo que va a provocar diálogo en muchas casas y eso va a generar un cambio de conciencia. Será muy difícil, sobre todo para mí, porque tendré que enfrentar todo tipo de preguntas de gente sin filtro que no conoce mi proceso. Pero me siento preparada. Por algo hice esta película.