Por Diego Zuñiga Febrero 28, 2017

—Esto no es una broma —dice frente al micrófono Jordan Horowitz, productor de La La Land, mientras sostiene en la mano derecha la estatuilla de los Oscar—. Esto no es una broma. Moonlight es la mejor película.

Nadie entiende nada, pero lo que acaba de ocurrir es algo que difícilmente vamos a olvidar los Barry Jenkinsque estábamos viendo la entrega 89 de los premios Oscar, y sobre todo el equipo de La La Land, que en ese mismo instante de euforia —cuando celebraban por haber ganado como Mejor Película— deben resignarse y aceptar que todo es un error, un malentendido, una mala comedia que les ha tocado interpretar ahí, arriba del escenario de los Premios Oscar, pues no son ellos los ganadores de la categoría Mejor Película, sino que lo es Moonglight, coescrita y dirigida por Barry Jenkins.

Más allá de este papelón histórico, no son muchos los motivos por los que recordaremos esta versión de los premios Oscar. De hecho, ese “error” fue finalmente un acierto, pues que ganara La La Land como Mejor película hubiese sido demasiado predecible en una jornada sin muchas sorpresas, la verdad. Salvo el premio a Casey Affleck por su protagónico en Manchester by the sea —una actuación contenida de manera magistral—, no hay mucho más que rescatar. Arrival pasó injustamente inadvertida, Isabelle Huppert escandalosamente no ganó como Mejor Actriz por su extraordinario papel en Elle y la genial Toni Erdmann vio cómo la correcta The salesman, del iraní Asghar Farhadi se llevó el premio a Mejor película en lengua extranjera.

Y después de eso, no mucho más. La La Land recibió diversos premios —muchos menos de los que insinuaban sus 14 nominaciones— y finalmente llegó el cierre con esa  mala broma arriba del escenario en que Moonlight terminaría recibiendo, merecidamente, la estatuilla a Mejor película. Lo único bueno de eso, es que el premio hizo que se adelantara su estreno en Chile, que será finalmente este jueves 2 de marzo.

Se esperaba, en parte, que fuera una ceremonia con muchos más discursos políticos, pensando en el momento que vive Estados Unidos, con Donald Trump en el poder. Pero salvo algunas excepciones, no ocurrió mucho. Y no está mal, la verdad. Porque más allá de los discursos y de las palabras, lo que realmente tendría sentido, en este caso, es que los cineastas, los actores, los productores, logren demostrar su malestar político en las próximas películas que hagan. Convertir el arte en política, pero no de forma panfletaria y obvia, sino de manera inteligente. Retratar ese Estados Unidos que les va a tocar vivir ahora, filmarlo con la urgencia que exige el presente, pero sin olvidar la necesidad de que las búsquedas estéticas estén acordes a ese tiempo, a lo que se quiere fijar en la cámara y contar al mundo. Ése es el desafío que viene ahora.

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