Caen y se quiebran en cientos de pedazos frente a nosotros: un jarrón, un plato, una figura de cerámica. Los vemos en esos ocho monitores instalados en una sala del Museo Chileno de Arte Precolombino, rodeados de objetos milenarios, de muchas y diversas figuras de cerámica diaguita, estatuillas de metal y objetos de piedra y textiles. En ese lugar, en diálogo con la exposición El arte de ser diaguita, vemos cómo en esas pantallas, en cámara lenta, van cayendo jarrones, cántaros, recipientes y los icónicos jarros-pato que tienen cientos de años, cómo en esas imágenes se rompen una y otra vez aquellas figuras patrimoniales, y luego se reconstruyen a los pocos segundos, y una vez más vuelven a caer.
“Lo que vemos en los videos son réplicas de objetos diaguitas que se desplazan ante la cámara en caída libre. Ahí trabajo con el tema de la pérdida del patrimonio”.
Es una imagen desconcertante, a ratos violenta incluso, sobre todo perturbadora, pero indudablemente necesaria, pues pone en alerta al espectador que está ahí, visitando aquella muestra, reconociendo esos objetos que trabajaron con tanto talento los distintos hombres y mujeres pertenecientes a las culturas diaguita y molle. Obras que poseen un valor patrimonial incalculable y que hablan de otro mundo, de otras costumbres, de otras culturas —que son parte de la nuestra— que nos siguen resultando, en muchos sentidos, un misterio. Pero lo que importa, realmente, es llamar la atención del espectador, hacerle esa pregunta: ¿qué significa para él que un objeto milenario se rompa en cientos de pedazos frente a sus ojos? Esa es una de las preguntas que plantea el nuevo trabajo de la artista visual Josefina Guilisasti (1963), quien a partir del 1 de abril intervendrá la sala Chile antes de Chile, del Museo Chileno de Arte Precolombino con la video-instalación titulada Caída libre, donde la artista expone imágenes en cámara lenta de aquellas réplicas de cerámicas diaguitas y molles que caen y se rompen en cientos de pedazos. Objetos que ha replicado y que funcionan en continuidad con su trabajo reciente. Un diálogo, también, con el género-pictórico de la naturaleza muerta que se puede vislumbrar en sus pinturas, fotografías y ahora en esta intervención con la que el arte contemporáneo irrumpe, de manera contundente, en medio de una muestra de objetos precolombinos, interviniendo el lenguaje común del museo y creando, así, algo nuevo y fascinante.
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—En casa, desde niña, conviví con objetos de colección, específicamente de porcelanas —cuenta Josefina Guilisasti mientras recuerda cómo empezó su fascinación por el arte—: Después de un tiempo los integré a mi trabajo pictórico y por ende a la investigación del género pictórico de la naturaleza muerta.
Así empieza todo: la fascinación por esos objetos y la posibilidad de darle una nueva vida a ese género tan cuestionado como es la naturaleza muerta, replanteándolo desde una perspectiva contemporánea. Fue en 2006, en estricto rigor, cuando Guilisasti irrumpió en la escena local, con su exposición Bodegones, donde reprodujo 33 pájaros de porcelana en 125 cuadros. Luego de eso, vendrían exposiciones dentro y fuera de Chile, donde destaca la muestra que hizo en Londres, en la galería Saatchi, luego de que el coleccionista Juan Yarur adquiriera una de sus obras más importantes. El año pasado mostró su último trabajo en el Museo de la Memoria. Ahí, en coautoría con los artistas visuales Francisco Uzabeaga y Diego Martínez, expuso Expolio, que consistió en cuatro óleos monocromados de gran tamaño que daban cuenta del saqueo de obras de arte durante la Segunda Guerra Mundial y otros periodos de la historia. Pinturas que impactaban por la pulcritud y sus dimensiones, pero también por todo lo que se escondía detrás de ellas. Sin embargo, un año antes, en 2015, Guilisasti hizo un trabajo que de alguna forma puede funcionar como antecedente de Caída libre: instaló 60 piezas de silicona blanca y de colores traslúcidos en las vitrinas del Museo de Artes Decorativas de Santiago, buscando propiciar un diálogo entre sus objetos y las colecciones que se encuentran en el lugar. Lo tituló Objetos light.
Ha pasado más de un daño desde esa muestra y ahora trabaja, en su taller, en los últimos detalles de lo que será Caída libre. Ahí, en una repisa, se encuentran algunas figuras diaguitas que serán parte de su próxima exposición que inaugurará en Los Ángeles, Estados Unidos, en el museo LACMA, en agosto. Estas son de bronce, sin embargo, distintas a las que utilizó para la muestra que inaugurará en el Museo Chileno de Arte Precolombino en abril. Ahora, de hecho, está concentrada en estas video-instalaciones que irrumpirán en medio de la muestra de arte precolombino.
—Son réplicas de objetos diaguitas y de la cultura molle que se desplazan ante la cámara en caída libre. Entonces, ahí trabajo con el tema de la pérdida del patrimonio, qué pasa con él, qué valor tiene dentro de la cultura. Es darle importancia a lo que implica la memoria en un pueblo —explica Guilisasti, quien tiene la convicción de que los artistas deben tomar conciencia del contexto en el que viven—. No podemos estar tan ajenos. Yo ya no me puedo quedar en la belleza en sí, porque hay una contingencia que cuestionar.
Guilisasti identifica la fragilidad como un concepto clave en el esquema que se ha armado. Su trabajo, que muestra la fragmentación y el quiebre, no está ajeno a lo que ocurre en la actualidad, la fragilidad en todo orden de cosas. Eso es lo que se refleja en su obra y que muestra en medio de su taller, en la pantalla de su Mac, donde busca los videos que conforman Caída libre. En la pantalla aparece el jarro pato, un objeto icónico de los diaguitas que tiene una historia muy ilustrativa para su trabajo. Cuenta Guilisasti que este jarro diaguita fue encontrado hace muchos años por un grupo de trabajadores que faenaba en la vereda de la plaza de La Serena. Ahí creyeron dar con algún legendario entierro de oro. Removieron ávidos las lajas y dieron con aquellos humildes objetos mortuorios; entre ellos estaba el jarro-pato. Pensaron que podía contener algo de valor, entonces lo rompieron para revisarlo: no tenía nada dentro. Con el tiempo fue reconstruido, fragmento a fragmento, hasta quedar rearmado por completo.
Esta historia la conoció después de haber comenzado su proyecto; se la mostró José Berenguer, curador de la muestra El arte de ser diaguita, y le hizo sentido con lo que propone en Caída libre, pues la idea inicial es armar un diálogo con la muestra El arte de ser diaguita, además del que existirá con la sala Chile antes de Chile.
—Más que el quiebre de los objetos, a mí me interesan aquellos sucesos que sin darnos cuenta logran capturar un instante. La belleza aparece en los pequeños fragmentos en constante movimiento, toda esa sutileza que logra capturar esta filmación porque está hecha en cámara lenta. Me interesa detener ese fragmento, esa mirada que el ojo no puede percibir nunca porque es imposible, ya que se filma a 4.000 cuadros por segundo —explica Guilisasti mientras hace una revisión de los videos en su computador y vemos que los fragmentos en la filmación se mueven en una danza incesante.
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Esta es una historia de nuevas experiencias.
Así lo explica Carlos Aldunate, director del Museo Chileno de Arte Precolombino, quien se muestra muy entusiasta con el proyecto de Guilisasti. Y eso a pesar de que no están acostumbrados a este tipo de intervenciones:
—Llevamos como 36 años en esto y nunca habíamos hecho una intervención en las exposiciones permanentes —dice, y agrega que con esto buscan explorar nuevos lenguajes que revitalicen y den fuerza al concepto de museo vivo.
A Guilisasti le interesa el diálogo que se va a producir entre una obra contemporánea y la colección permanente del museo. Quiere ver, saber qué le pasará al espectador, corporal y visualmente, cuando vea estos ocho monitores, dispuestos de forma horizontal y vertical, en un muro detrás de las vitrinas de la Sala Chile antes de Chile. Está expectante y también contenta por el trabajo que ha hecho junto a la curadora Alexia Tala.
—Hemos tenido muchas conversaciones y ha sido muy enriquecedor desde el punto de vista teórico y formal —dice Guilisasti. Hay un respeto mutuo entre artista y curadora, dice Alexia Tala, quien acaba de regresar de un viaje a Guatemala. Allá estuvo conversando con artistas contemporáneos indígenas de comunidades tz’utujiles y kakchiqueles, lo que le permitió reflexionar más profundamente respecto al proyecto de Guilisasti dentro del marco de diálogo entre arte contemporáneo y piezas indígenas.
—Conversamos mucho sobre el valor de los objetos tanto para ellos como para sus ancestros Maya… En algunos de los videos, los trozos de cerámica se vuelven a unir y el objeto se vuelve a armar. Me di cuenta de que ese punto nunca lo toqué en el texto curatorial pero que hoy, luego de largas conversas con el artista Tz’utujil Benvenuto Chavajay, puedo leer metafóricamente en la obra de Josefina una especie de sanación hacia el objeto y pienso que quizás para la cultura diaguita, al igual que para la cosmovisión Maya, los objetos también tienen alma —explica Tala acerca de Caída libre, un proyecto que le permite a Guilisasti desarrollar una vez más esas obsesiones que la han llevado a construir un estilo inconfundible.