La pregunta, veinte años después del final y diez años después de ese regreso monumental e ilusorio que llamaron Me Verás Volver, es qué fue exactamente Soda Stereo. Qué tuvo en sus manos esa banda de rock-pop sin discurso social ni político, una banda más entre miles, sin la mitología ni las ínfulas de genialidad de los grandes tótems del rock argentino. Por qué logró romper las barreras que nadie pudo antes ni después, llenar estadios por todo el continente, generar por primera vez histeria colectiva por un género, el rock latino, que no supo sobrevivirlos. Qué significaron esos tres muchachos, tantas veces etiquetados como vacíos, livianos, demasiado pop, y la suma de todo en ese insulto que los persiguió durante años: plásticos. Qué cosa entendieron sólo ellos.
“Si Gustavo no hubiera muerto, es seguro que Soda hubiera vuelto. Seguramente hubieran hecho una gira mucho más grande, en paralelo al Cirque du Soleil”, dice su biógrafo.
Marcelo Fernández Bitar no pudo intuir hasta dónde llegarían, pero la primera vez que los vio arriba de un escenario, en una tanguería en decadencia que en 1984 se llamaba Marabú, ya supo que eran un animal extraño. El clima de la ciudad, recién despertada de una dictadura salvaje y de una guerra ridícula, todavía era espeso. Pero los tres muchachos en el escenario, que tocaban esa noche una especie de ska-punk-new age, hijo freaky de The Police con The Cure, parecían venidos del futuro. O de un presente paralelo al de esa ciudad furiosa llamada Buenos Aires.
—Fue impactante. Era una banda muy salvaje, muy rara. A los que los siguieron más tarde les resultaría raro verlos en ese momento. Prácticamente eran punks, muy desaforados. En el primer disco ya suenan prolijos, pop, no como esa noche —dice Fernández Bitar, una de las firmas fundamentales de esa subcultura periodística que es el rock en Argentina. A partir de esa revelación, el periodista, que con 19 años ya estaba escribiendo una historia del rock trasandino, llegaría a entrevistar a los integrantes de Soda Stereo al menos treinta veces, publicaría la primera biografía del grupo a finales de los 80, los acompañaría y escribiría un libro de la gira Me Verás Volver, y acumularía toneladas de información sobre las giras, las mutaciones, las angustias y la ambición que llevó hasta lo más alto y luego consumió al grupo más importante del rock sudamericano.
Esta suerte de libro involuntario sobre Soda Stereo, construido durante 33 años, acaba de ser publicado en Chile este mes como La Biografía Total (Sudamericana), un nombre pomposo que sin embargo cumple: en sus 268 páginas hay una cantidad abrumadora de datos y testimonios sobre cada gira, cada disco y cada conferencia que dieron Cerati, Bosio y Alberti en los 15 años que duraron juntos. Un material que Fernández Bitar se decidió a transformar en un libro a raíz de Sép7imo Día, el espectáculo con que Cirque du Soleil girará por Latinoamérica como homenaje al grupo y funeral masivo para su líder. Antes de Soda Stereo, la compañía sólo había festejado la música de Los Beatles, Elvis y de Michael Jackson.
Entonces, de nuevo: ¿Qué tenía esta banda para generar un cierre tan fuera de órbita como ese? ¿Fue su sonido obsesivamente moderno y, por lo tanto, siempre cambiante? ¿Fue el carisma de Cerati, su voz magnética? ¿Fue su obsesión, tan incomprendida, por la estética?
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Al comienzo de La Biografía Total, un Cerati veinteañero justifica sus letras con una definición que podría aplicarse a toda su obra. “Queríamos mostrar todas las imágenes pop que teníamos en la cabeza”, dice. Tres décadas después, en una larga conferencia inédita que dieron para la gira de regreso, dice que Soda Stereo es una banda pop y que odia el término “rock nacional”, esa idea que tanto motiva a los argentinos, en la que primero fueron mirados con sospecha y luego convertidos en emblema. Los oídos de la banda nunca estuvieron allí
—antes de Soda Stereo, Cerati tocaba blues, soul, reggae y hasta disco, Zeta versionaba a Elvis Costello, Sex Pistols y The Police, y los tres soñaban con ser new age—, pero más que nada nunca estuvo allí su ambición. También dice algo importante, que siempre estuvo más o menos claro: que no le gusta hacer proselitismo.
Si algo generó dudas sobre Soda Stereo fue su falta de discurso político, en un país tan musical como ombliguista, en donde ser un rockero de primera línea siempre incluyó en el contrato, en cierta medida, intentar ser la voz de una generación. Es la gloria más alta que se le reconoce a Charly García: haber interpretado a tres generaciones de argentinos. Uno podría repetir todos los clichés: que fueron una banda de posdictadura, que siempre aspiraron a ser universales —y hasta grabaron fallidas versiones en inglés de algunos éxitos—, pero lo que leemos en el libro de Fernández Bitar va más allá: sobre todo en sus comienzos, el grupo parece empeñado en dar batalla contra los dogmas conservadores del rock argentino. Por momentos, no parecen tan livianos. Allí está Cerati llamando a hacer música dietética, maquillándose, gritando que quiere ser del jet set, presentando sus discos en locales de comida rápida. Allí está el grupo entero, etiquetados ya como “plásticos”, diseñando mares de celofán y dunas de plumavit sobre un escenario cubierto de arena, redoblando la apuesta.
Hay algo allí, en esa subversión incomprendida en su tiempo, que hoy tiene una resonancia distinta. “Sabemos que hay una contradicción en nosotros, como la hay en todo tipo que vive en la ciudad, y es que teóricamente nos oponemos al consumo, pero estamos rodeados de publicidad y consumo. El joven odia el consumo y la televisión, pero al mismo tiempo la ama. Y esa contradicción aparece en todas nuestras letras”, le dice Cerati al biógrafo a principios de los 80, intentando explicar de qué hablaba el grupo, qué querían decir esas letras sarcásticas que muchos leían literalmente.
—Se los consideraba un grupo liviano, pop, de forma despectiva. Y ellos dicen: “Bueno, ¿somos plásticos? Vamos a ser los más plásticos de todos, vamos a tocar en teatros llenos de plástico”. Sentían que tenían que vencer esa resistencia —dice Fernández Bitar—. Creo que la diferencia con la generación anterior es que no eran una banda que levantaba el dedo índice para decir qué estaba bien y qué estaba mal. Gustavo no quería convertirse en un líder de masas. Lo que quería era perfeccionar el arte de escribir canciones, y llevar su sonido siempre a un lugar distinto.
Eso por un lado. Y lo otro que quería era llevar las canciones de Soda Stereo a donde nunca nadie había llegado. Conquistar estadios, el continente, el planeta. Esa ambición, que estuvo más cerca de cumplir que ningún otro músico de rock latinoamericano, fue la que les marcó el fin del camino.
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El fantasma que siempre acechó a Soda Stereo, luego de explotar en Sudamérica y cambiar de piel al menos cuatro veces, fue la angustia de tocar techo. El grupo pasó del ska-pop al rock-pop en Signos (1986) y Doble Vida (1988), se reconcilió con la tradición del rock argentino en Canción Animal (1990), y más tarde, intentando escapar de una masividad asfixiante, deformó su sonido al extremo en Dynamo (1992), un disco abrasivo con ecos de My Bloody Valentine y Primal Scream, adelantado diez años a su tiempo. Ya entonces Gustavo Cerati buscaba una salida. Sentía que el grupo, que era capaz de llenar 25 conciertos en México en un mes y medio, y ser un éxito en Estados Unidos, en donde la prensa los llegó a comparar con David Bowie, ya no tenía cómo continuar con su principal obsesión: seguir ascendiendo.
Aunque siempre se ha atribuido el fin del grupo a los roces internos, en esta biografía la banda parece más bien víctima de su propia ambición.
Es extraño leer, frente a la timidez y medianía de las bandas del rock argentino actual, el nivel de ambición que tenía una banda como Soda Stereo. Es quizás el tema central de La Biografía Total, porque en sus páginas los tres músicos no dejan de hablar, más que de música, sobre conquistar territorios, sumar audiencias, e intentar penetrar, sin mucho éxito, en España. Embarcados en giras de una intensidad demencial por todo el continente, empujados por una industria ansiosa, que de alguna forma los usa para inventar algo que no existía: el rock en español, por primera vez capaz de llenar estadios. Luego de cada hito, Gustavo Cerati, el más ambicioso de los tres, siempre parece en crisis frente a la misma pregunta: ¿Y ahora qué? ¿Cómo se vuela más alto que esto?
Son sobre todo dos los puntos en que el grupo no sabe cómo lidiar consigo mismo, de alguna forma el verdadero principio y final del único gran fenómeno del rock latino. El primero sucede en Chile, en donde la llegada del trío a dar cinco conciertos en Santiago y Valparaíso, y poco después dos más en el Festival de Viña del Mar de 1987 —un paso muy calculado en su plan para conquistar el continente—, generó un nivel de histeria nunca visto por la banda, que incluyó fans entrando por tubos de ventilación de los hoteles, arrancándoles el pelo a periodistas, o arremetiendo contra un bar en Valparaíso, del que sólo pudieron salir llamando a la policía. Años más tarde, intentando explicar por qué habían mutado hacia un sonido mucho menos radial en Dynamo, Cerati habla del miedo a seguir siendo tan populares, a vivir lo que habían vivido en Chile. “Al principio lo vivimos casi adolescentemente y nos divertimos muchísimo, pero después nos queríamos volver y nos daba miedo”, le dice el líder de Soda Stereo a Fernández Bitar.
La multinacional Soda Stereo, de todas formas, ya no tenía freno. En los años siguientes la banda subsistió a una presión que llevó a Cerati a amagar con renunciar varias veces, y que incluyó, en su vorágine, la muerte de cinco fans por un derrumbe en un concierto que dieron en una discoteca en Buenos Aires. Una tragedia que, sorprendentemente, no los hizo cancelar su siguiente recital en el Estadio Obras tan sólo una semana después. También superar la muerte del hijo de Zeta en un accidente automovilístico, que frenó a la banda sólo por cinco meses. En algún punto, ser ellos mismos se volvió algo insoportable.
Aunque siempre se ha atribuido el fin del grupo a los roces internos, en La Biografía Total la banda parece más bien víctima de su propia ambición, incapaces de tolerar su camino hasta la cima. El punto de no retorno tiene una fecha clara: el 14 de diciembre de 1991, cuando lograron juntar a 250 mil personas en un impresionante concierto gratuito en plena 9 de Julio, que copó veinte cuadras de la avenida más ancha del mundo. Cuando terminaron el show, dice Cerati en un pasaje del libro, se preguntaban cómo podían seguir creciendo, y no obtenían respuestas. A partir de ese punto empezarían los recesos, y la distancia que llevaría al fin. Había sido el gran sueño de la banda, y como suele pasar con los sueños, concretarlo los dejó vacíos.
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Diez años después de la despedida en 1997, una gira enorme que para Cerati fue tortuosa, el regreso de Soda Stereo fue un colofón para lo que ya habían vivido antes: los 22 conciertos por Latinoamérica rompieron los récords de audiencia de casi todos los países en que se presentaron –en Chile, en manos de Los Prisioneros; en Argentina, de los Rolling Stones; en Perú, de Michael Jackson–, y llenaron seis veces el estadio de River Plate. Después de eso, no se atrevieron a seguir juntos por miedo a no poder hacer algo más grande. Sobre la mesa tenían ofertas para tocar en el Madison Square Garden y en festivales de Europa, pero dijeron que no.
Marcelo Fernández Bitar los acompañó en el tramo por Chile, y lo que vio fue a tres tipos que habían sido buenos amigos, que se divertían reviviendo anécdotas de un pasado demasiado grande, pero que ya no compartían ni el camarín. De todas formas, dice, la gira los dejó convencidos de volver a juntarse para hacer algo aun más espectacular, no sabían bien qué, quizás en cinco o en diez años. No está claro qué hubieran hecho, pero nunca lo sabremos. Cerati sólo tuvo tiempo para sacar un disco más como solista, y cayó en el sueño que derivó en su muerte.
—Si Gustavo no hubiera muerto, es seguro que Soda hubiera vuelto. La gira de regreso la habían disfrutado, y habían sentido que no estaban anclados en el pasado, sino vigentes, con un presente y un futuro. Seguramente hubieran hecho una gira mucho más grande, en paralelo al Cirque du Soleil.
La última vez que el biógrafo vio a Gustavo Cerati fue en el zoológico de Buenos Aires, para entrevistarlo por el lanzamiento de Fuerza Natural (2009). Tiempo después, encontró en su Facebook un mensaje no leído del ex líder de Soda Stereo agradeciéndole por el texto, pero no alcanzó a contestarle. La llorada muerte de Gustavo Cerati, luego de pasar cuatro años en coma, elevó por fin su figura a la altura del resto de los mitos del rock argentino. El más pop, el más ambicioso y tal vez el mejor. En la última conferencia que dieron como Soda Stereo, él y Zeta hablaron de falta de entusiasmo y de personalidad en el rock latino actual, y del poco sentido del espectáculo de las bandas nuevas. Quizás no sea exagerado decir que el agujero que dejó Soda Stereo fue demasiado grande para que otra banda ocupe su lugar. Habrá que probar con otras cosas. Tal vez ir al circo.