Por Cecilia Correa // Foto: José Miguel Méndez Abril 7, 2017

Sus próximos pasos / A su regreso a Chile, Murray espera continuar su proyecto colectivo de registro documental Mafi, y trabajar en una nueva película sobre la brujería chilota.

Christopher Murray tenía 17 años cuando descubrió que le gustaba filmar el mundo. No sabía si tenía talento para hacerlo, pero ensayaba. De hecho, en los dos últimos años de colegio, convocó a algunos compañeros y les propuso lo mismo que haría durante más de diez años, y que lo convertiría en uno de los cineastas jóvenes más importantes del país: filmar películas.

—Grabábamos cortometrajes y los mandábamos a los festivales escolares. Jugábamos a ser profesionales —dice desde las oficinas de Jirafa, en Providencia, la productora de su tercera película, El Cristo Ciego, que se estrenará en Chile el 13 de abril, protagonizada por Michael Silva —quien interpretó a Jorge González en Sudamerican Rockers—.

Murray llegó hace unos días desde Manchester, donde está estudiando un máster en Antropología Visual hasta fin de año. Mientras daba esta entrevista, de hecho, el filme se estrenaba en el centro cultural más grande de esa ciudad. Y como ya se está convirtiendo en costumbre, El Cristo Ciego tuvo un recorrido por distintos festivales del mundo antes de estrenarse en nuestro país. Ganó el Premio de la Crítica Internacional el Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias, y fue nominada a un León de Oro en el Festival de Venecia del año pasado, compitiendo, entre otras, con Jackie de Pablo Larraín.

Pero para llegar a sus 31 años con tres películas a cuestas —a El Cristo Ciego se le suman Manuel de Ribera (2010), codirigida con Pablo Carrera, y el documental colectivo Propaganda (2011)— Murray tuvo que empezar como autodidacta, buscando más allá de las salas de clases la manera de aprender: jugando, equivocándose y volviendo a empezar.  Luego de esas películas amateur en formato VHS que filmó con sus compañeros de colegio, entró a estudiar Dirección Audiovisual en la Universidad Católica. En paralelo, empezó a realizar videoclips para músicos en ese entonces emergentes, como Francisca Valenzuela y Gepe, y tocaba las puertas de productoras de cine en busca de trabajo como asistente o en lo que fuera. Gratis. No importaba.

Un camino largo, donde siempre se destacó como un cineasta prodigio —Manuel de Ribera ganó el premio como Mejor Película en la competencia nacional de Sanfic y Propaganda, el premio Pedro Sienna a Mejor Documental, hasta llegar a este nuevo estreno, el cual será su primera película en solitario. Una historia que transcurre en la Pampa del Tamarugal. El Cristo Ciego va de esto: un joven siente que tiene la habilidad de hacer milagros y recorre los pueblos del desierto de Atacama en busca de un amigo de infancia a quien quiere sanar. Su recorrido comienza a llamar la atención en la gente —empobrecida por el abuso de las mineras y la pasta base—, quienes lo ven como un Cristo capaz de aliviar su cruda realidad. La trama entrecruza lo real con lo mítico, lo terrenal con lo sagrado. Al igual que su primera película, El Cristo Ciego, exceptuando a su protagonista, no tiene actores profesionales: el guión se fue construyendo durante el rodaje.

—¿Cómo te paras ante las comunidades para romper la desconfianza y hacerlas partícipes de tus películas?

—Vivimos en una sociedad muy segregada y llegar a un lugar como este establece muchas barreras iniciales, que lamentablemente hemos construido como sociedad. Sin embargo, cuando uno trabaja con apertura y diálogo, se empiezan a generar confianzas.

—Esta es la primera película que diriges solo.

—Fue un desafío, pero es tanta la gente involucrada, que no me sentí solo. Es como la continuación del trabajo colectivo que venía haciendo. Uno carga con la responsabilidad de conducir el barco, pero es el trabajo de muchos.

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