Por Diego Zúñiga // Fotos: Marcelo Segura Abril 7, 2017

Disculpen el lugar común, pero esto empieza en un bar, en una mesa rodeada de poetas, en una noche perdida en Valparaíso. Noviembre de 2011. Esa es la fecha. Lo recuerda perfectamente Mauricio Redolés (1953), porque en medio de las copas de vino y los vasos con cerveza, en medio de esas conversaciones que iban hacia ninguna parte, el poeta y antropólogo Yanko González le propuso una idea que no pudo rechazar: hacer una antología de sus poemas, esos textos que estaban dispersos en una serie de libros que ya en ese entonces era imposible conseguir, porque la obra poética de Redolés fue siempre huidiza: antologías que hizo el Partido Comunista, autoediciones, plaquettes, libros artesanales que, sin embargo, circularon de mano en mano hasta convertir a Redolés en un pequeño mito, vinculado ya no sólo a la música —ese arte por el cual se convirtió en una figura entrañable—, sino también a la tradición poética chilena, en la que sus textos dialogan de manera concreta y compleja con la obra de dos de nuestros poetas más leídos de las últimas décadas: Nicanor Parra y Claudio Bertoni. Ahí, en medio de esos dos nombres que han trabajado de manera tan rotunda con el lenguaje de la tribu, está Mauricio Redolés: “hubo un tiempo en que una palabra/ revelaba la verdad/ fuimos felices/ porque nos sobraban las palabras/ hoy/ hemos vuelto a la orfandad del silencio/ y no tenemos palabras/ ni siquiera/ para agradecer al cielo/ tanto/ vacío”.

En ese bar porteño, entonces, comienza esta historia, pero tuvieron que pasar cinco años, recién, para que se concretara esa idea que lanzó Yanko González y que Redolés recogió con tanto entusiasmo. Cinco años en los que, además, el autor de “¿Quién mató a Gaete?” estuvo a punto de morir luego de un ataque cerebrovascular en agosto pasado, del cual ahora está completamente recuperado. Sobrevivió él y sobrevivió el proyecto, al que se sumó un tercer personaje: el editor Vicente Undurraga, quien le propuso a Redolés publicar la antología en la prestigiosa editorial Lumen. Redolés aceptó, con la condición de que Yanko González siguiera a cargo del proyecto y, entonces, acá está El estilo de mis matemáticas, que llega esta semana a librerías y que pone a Redolés en un lugar de privilegio, pues el catálogo de Lumen ya ha publicado a los chilenos Raúl Zurita, Claudio Bertoni, Germán Carrasco y Elvira Hernández, es decir,  algunos de los poetas más importantes de nuestra literatura. Ahora es el turno de ese hombre que durante los años de exilio leía arriba de las mesas en Rotterdam, en París, en Londres, y se iba haciendo un nombre como poeta:

“A ESE PEDAZO DE HUMANIDAD/ LE DAN/ Y/ LE DAN TAN DURO/ PERO TAN DURO QUE/ LE DAN/ COMO SI NO TUVIERA/ ESE PEDAZO DE HUMANIDAD/ O LOS QUE DURO LE DAN PERO TAN/ NADA/ (NI ASÍ UN POQUITO)/ DE HUMANIDAD”.

***

—Lo quiero felicitar, maestro, que esté vivito y coleando.

Mauricio Redolés está sentado en un café de la Plaza Brasil y no una, sino muchas personas se le acercan para saludarlo.

—Yo soy del movimiento autonomista —le dice el hombre y le da la mano—. Ayer tuvimos elecciones y yo puse su tema “¿Cuándo va a llegar el socialismo?”.

Redolés se ríe y le da las gracias. Sabe que está en sus barrios, en ese lugar donde nació y creció, en el barrio Yungay, cerca de la Quinta Normal, el territorio que abandonó sólo cuando la dictadura lo expulsó del país, en 1975, año en que lo condenaron a extrañamiento y él debió buscar refugio afuera. Quería irse a algún país de Latinoamérica, pero terminó llegándole una visa desde Inglaterra, así que se instaló allá, donde viviría durante diez años, primero en Birmingham y luego en Londres. Una década en Europa, donde Redolés se terminaría convirtiendo en un poeta asociado al Partido Comunista, del cual era militante, y que circularía por distintos encuentros de literatura, leyendo en diferentes ciudades, cantando y recitando, construyendo una obra con los escombros de una vida en el exilio, pues esos poemas —muchos de los cuales están recogidos en El estilo de mis matemáticas— hablan de ese vagabundeo, del recuerdo de los compañeros desaparecidos, de cómo se sobrevivía en la distancia.

“Un poema es algo que a uno como que se le cae. Todos mis poemas los he escuchado en la calle, en un niño, en un borracho, en una señora en la feria”.

1983 iba a ser un año importante en la vida de Redolés. Ese año, las Juventudes Comunistas cumplían medio siglo, y el dirigente Manuel Guerrero —quien luego sería una de las víctimas del caso degollados— le propuso a Redolés publicar una antología con los poemas que leía en esos encuentros en Europa, por lo que el poeta aceptó. La antología tendría uno de los títulos más largos y geniales de la poesía chilena: Notas para una contribución a un estudio materialista sobre los hermosos y horripilantes destellos de la (cabrona) tensa calma. El libro llevaría una nota introductoria de Guerrero y un prólogo de la crítica Soledad Bianchi (1948), un personaje fundamental en la vida poética de Redolés.

—Ella fue la primera que me avistó dentro de la poesía en Chile. Antes era sólo un músico que a veces recitaba —cuenta Redolés, quien recuerda que a inicios de 1983, Bianchi lo incluyó en su ahora mítica antología Entre la lluvia y el arcoíris (algunos jóvenes poetas chilenos), donde Redolés compartiría páginas con Gonzalo Millán, Raúl Zurita, Bárbara Délano y un desconocido poeta chileno radicado en Europa que se terminaría convirtiendo en el escritor latinoamericano más importante de las últimas décadas.

—En esa antología estoy separado por la página 184 de Roberto Bolaño. Hay una página en blanco entre yo y Bolaño; me pasaré la vida tratando de llenarla —dice Redolés y se ríe—. Si tú ves sus textos y luego ves los míos, te das cuenta de que Bolaño era un poeta y yo era un joven bueno para el hueveo al que le gustaba escribir. Pero Bolaño… nos daba cancha, tiro y lado.

Cuando el autor de Los detectives salvajes volvió a Chile, a fines de los 90, estuvieron a punto de conocerse. Redolés recuerda que en el 2000 lo invitó a un recital, en la calle Grajales, y Bolaño le dijo que iría, pero finalmente no llegó.

—Yo lo leí por primera vez en una revista que circulaba entre los exiliados. Me alegró mucho que hubiera gente de mi edad que escribiera mejor que yo. En esa revista venía un poema de Bolaño con Bruno Montané. Los leí y sentí que iban adelante —cuenta Redolés, quien volvió a Chile en 1985 y de inmediato entró en contacto con la escena literaria, quienes se reunían en la SECh. Enumera uno a uno a los poetas y narradores que lo acogieron a su regreso.

Ya en Chile, Redolés siguió construyendo una obra poética dispersa, en la que se mezcla un constante callejeo con un humor chileno, ingenioso, mientras el pasado —y la propia biografía del poeta— retumba en sus versos. La experiencia de la tortura que sufrió cuando pasó por distintos centros de detención entre 1973 y 1975 es algo que susurra en estos poemas y todavía en su presente. De hecho, hace un par de domingos asistió al funeral de un amigo que fue compañero de celda de él.

—Ahí me encontré con varios ex presos políticos. Antes de cremar a mi amigo, cantamos algunas canciones. Fueron momentos duros los que vivimos, pero momentos llenos de humanidad, llenos de tolerancia entre nosotros, entre los que estábamos en iguales condiciones, tiempos de comprensión. Cuando alguien cometía un error, lo acogíamos, no lo pateábamos —recuerda Redolés quien encontró en el lenguaje de la calle un lugar donde volcar toda esa experiencia, ya fuera en poemas o en canciones: “dos oscuros poetas/ se/ abrazan/ en la sede de la sociedad de escritores de chile/ se conocieron en rotterdam/ y/ otra vez se vieron en parís/ hoy se encuentran en santiago/ y/ por eso se abrazan/ jamás obtendrán algún premio/ ningún reconocimiento oficial o/ seudo-oficial/ pasarán a la historia con/ este abrazo/ que dura/ aproximadamente 38/ segundos/ ojos húmedos/ frases entrecortadas y/ de gran vulgaridad/ se abrazan con unción y alegría serena/ se abrazan como si el otro fuera/ el poeta logrado”, anotaba en “Poetry in motion”, poema dedicado a varios compañeros de generación.

Dice que le pareció exagerado el Nobel a Bob Dylan, a pesar de que lo admira. Para él siempre ha sido un ejercicio distinto escribir poemas que escribir canciones.

—Un poema es algo que a uno como que se le cae. Todos mis poemas se me han caído del bolsillo: los he escuchado en la calle, en un niño, en un borracho, en una señora en la feria. Una frase en la radio, la voz de un amigo, un vaso de vino, un sol de la mañana, ahí está el poema aflorando —explica, marcando la diferencia con una canción, cuyo proceso es mucho más complejo. Dice que “¿Quién mató a Gaete?” es su único texto que nació como poema y como canción, que fue algo especial. Y ese carácter marcó el destino de esos versos que se convirtieron en un clásico de Redolés y en uno de los poemas más contundentes sobre la dictadura y la transición.

Por estos días, Redolés prepara lo que será el lanzamiento de El estilo de mis matemáticas el 27 de abril en Casa O Lastarria, donde lo acompañarán el poeta Rafael Rubio y Soledad Bianchi. Será una ocasión imperdible para ir a escucharlo recitar sus poemas, una experiencia de aquellas, en que toda la intensidad de su voz les da vida a esos versos que lleva escribiendo desde hace más de 40 años. Mientras, avanza en sus memorias, que también publicará Lumen a fin de año. Unas memorias inspiradas en el libro Me acuerdo, del francés Georges Perec: una lista de recuerdos que marcaron su vida. Pequeñas epifanías que en muchos casos nos evocarán algunos versos que encontramos entre sus poemas. Como aquel que dice: “no lloro/ en ese barco desnudo entre las estrellas”, cuando recuerda los tiempos en que estuvo detenido en el Buque Lebu, y luego agrega: “pero tú lloraste/ quién pudiera volver en los años y llorar contigo/ para estar limpios hoy/ como una tabla golpeteando el metal”.

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