Era como volar por los aires. Los bailarines haciendo piruetas, saltando y doblando sus cuerpos como si estuvieran hechos de goma, eran lo más cercano a verdaderos superhéroes para un niño de nueve años, que los veía desde el público.
Todo era posible en el escenario.
El niño, que se llamaba César, había llegado ahí por un concurso. En la Escuela Lo Franco de Quinta Normal, durante los 80, siempre tomaba talleres de baile folclórico, coro y pintura. Esa vez decidió participar de una competencia de canto, que tenía como premio una invitación al Teatro Municipal. Fue Ana Karenina el primer ballet que vio, y fue ahí donde descubrió lo que era volar por los aires.
Esa misma noche en su habitación, César se imaginó la música y las luces, inventó una coreografía y trató de imitar los movimientos que había visto, intentó despegarse del suelo y saltar tan alto que tocaría el techo. Quiso él también ser un superhéroe.
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En una sala de ensayos, el bailarín se agacha para arreglarse las zapatillas de ballet sin doblar las rodillas. Sobre la frente le caen rulos desordenados y tiene la barba crecida. Su espalda es recta como una tabla. Todos los músculos de su cuerpo están definidos. Levanta la pierna y la lleva sobre su cabeza, como si no tuviera huesos.
César Morales (38) está preparando El Lago de los Cisnes, su regreso como invitado al Teatro Municipal después de siete años de ausencia, que se estrena el 29 de mayo. Vuelve como el único chileno que ha logrado llegar a primer bailarín en el extranjero, la máxima categoría en un cuerpo de baile clásico. Desde 2008 que es parte de la compañía del Birmingham Royal Ballet de Inglaterra, después de haber pasado por el English National Ballet en 2004 y haber sido el invitado principal de la Vienna Staatsoper en 2006.
—Es bonito volver, pero me pongo mucha presión. Quiero bailar bien porque este lugar es especial. Aquí partió todo.
César lleva casi tres décadas bailando. A los 11 años quedó seleccionado para entrar a la escuela de ballet del Municipal. Sus padres, un carnicero y una dueña de casa, le dijeron que no duraría más de dos semanas y seguiría con otra actividad artística, como tantas veces había pasado. No imaginaban que el ballet iba a ser para toda la vida.
“Es bonito volver, pero me pongo mucha presión. Quiero bailar bien porque este lugar es especial. Aquí partió todo”.
Un video en YouTube donde sale César como el príncipe Sigfrido bailando un adagio de El Lago de los Cisnes fue su mejor carta de presentación cuando decidió irse a Europa, en 2003. Eran imágenes de cuando él tenía 18 años, recién estrenaba su título de primer bailarín en el Municipal, después de sólo dos años en el cuerpo de baile. La calidad del video es mala, la música apenas se escucha, pero se ve a Morales ejecutando cada movimiento a la perfección, con una precisión milimétrica y una interpretación brutal. Gracias a ese video lo llamaron de Praga, Eslovenia y Viena para que fuera de invitado a algunas funciones. Pero no fue fácil.
—El dinero se me acababa y yo tenía miedo. Había momentos en que quería tirar la toalla.
Durante ese primer año en París, César tenía que pagar para poder mostrar su trabajo en academias y, cada tres meses, debía cruzar la frontera porque, al no tener un contrato estable, no podía optar a la visa de trabajo. Y una vez que consiguió integrarse a una compañía, no era lo que él quería. Varias funciones al día, viajes sin descanso por Europa y repetir el mismo repertorio una y otra vez —alcanzó a hacer 80 veces el ballet La Bella Durmiente— hicieron que el bailarín decidiera dejar el English National Ballet luego de cinco años y probar en otro lugar.
Cuando ya estaba en su actual compañía, el Birmingham Royal Ballet, una enfermedad llegaría a cambiarlo todo.
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Recuerda perfectamente el día en que salió de la consulta del médico —luego de que le dieran el diagnóstico: cáncer testicular—, y comenzó a caminar hasta perderse por las calles de Birmingham. Estaba solo, su familia vivía en otro continente, no sabía qué hacer. El médico le dijo que era un cáncer agresivo, que debían operarlo en dos días. Morales pensó, entonces, en sus planes a futuro. Estaba a punto de irse de gira con el Birmingham Royal Ballet, donde era primer bailarín y protagonista de todas las obras que iban a montar. Y ahora parecía que iba a morir en cualquier momento.
Vino la operación, luego las quimioterapias, y así estuvo durante cinco años, con exámenes y tratamientos, hasta que en 2015 le dieron el alta definitiva. Muy pocos supieron de su enfermedad.
—Creer que uno va a poder bailar de nuevo es difícil, y yo noto el desgaste que me dejó todo esto.
Hasta hoy, sigue siendo el primer bailarín de su compañía en Inglaterra. Pero le quedaron secuelas: se cansa más fácilmente y le cuesta recuperarse. El esfuerzo por alcanzar la perfección ahora es más grande.
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Cuando baila, dice que se va. Algo parecido a la meditación. Se le olvida que hay gente mirando y el escenario es sólo suyo. Se entrega a la música y a la historia que está contando. Una de sus obras favoritas es Romeo y Julieta porque el hombre tiene algo que mostrar y expresar, no sólo levantar a la bailarina. Pero El Lago de los Cisnes es la más especial para él. Ha sido su amuleto de la buena suerte desde siempre.
—Con ese ballet he conseguido los mejores contratos. Ha estado presente constantemente en mi vida, dándome cosas buenas.
Y ahora se está preparando para que lo vean en el Municipal, donde partió todo hace 27 años y donde espera, algún día, tener su última función.