Por Carolina Sánchez // Foto: José Miguel Méndez Junio 23, 2017

* El debut del editor

Antes de embarcarse en el proyecto de Porfiados, De la Paz trabajó en distintos medios: fue editor general de Qué Pasa, y también editó en La Tercera y en La Segunda.

Personas en medio de la nada. En el sur, en el norte. En lugares escondidos de Chile. Espacios recónditos habitados más por la naturaleza que por humanos. La Antártica, el Cabo de Hornos, el fin de la Carretera Austral, un pedazo de desierto en la cordillera. A esos lugares fue Patricio de la Paz, cronista chileno, a buscar las historias que conforman Porfiados (Debate), su primer libro.  Personajes que, a pesar de la adversidad, deciden mantenerse al borde, casi al límite, de una civilización lejana.

—Son nueve historias de lugares y personajes que parecen difíciles de encontrar. ¿Cómo llegaste a ellos?

—En Chile, que ya es un país remoto, hay lugares que son remotos dentro de eso. Lugares aislados, lejanos, casi sin acceso, donde la vida humana parece improbable. Pero existe. Siempre me llamó la atención en mis viajes que cuando uno llega a lugares remotos, siempre hay alguien. Entonces decidí sistematizarlos: buscar lugares lejanos, con mucha naturaleza y en los extremos del país, después revisaba si en esos lugares había personas.  Lo conversé con un amigo geógrafo, para ver si era probable llegar. En algunos lugares yo ya tenía los personajes decididos, y a otros sólo fui porque me gustaba el lugar y era una apuesta personal.

 —¿A cuál fuiste sin saber lo que había?

—En la última historia del libro, en Chulín. Me pareció tremenda la existencia de una isla que se llamara “Desertores”, porque no debe ser fácil vivir ahí, con ese nombre. Sólo sabía que quedaban entre 60 u 80 personas que habitaban el lugar. Y eso era una sensación rica, era dejar que la historia te sorprendiera.

—¿Cuánto tiempo estuviste en los lugares?

—Fueron siete meses de viaje. La duración en cada lugar variaba según sus propias características. En la Antártica estuve un mes porque dependía de un buque de la Armada que hiciera el trayecto. En general, estaba diez días, pero también dependía de cómo volver: de las lanchas, de los buses. No tenía mucha libertad de decir voy y vuelvo. Pero fue un libro que escribí mientras viajaba porque pensé que tenía que tener la frescura de estar dentro del lugar e inmerso con los personajes.

—Es un relato muy íntimo, uno llega a conocer a esas personas.

—Esa siempre fue mi idea, navegar en esas mentes y en esas almas, sin juzgar. Tomé muchas notas y mi cuaderno de viajes fue esencial. Hay muchos pensamientos míos, reflexiones, pero sobre todo anotaba lo que veía, la naturaleza y esas historias que eran espectaculares. Anoté muchos detalles y cuando había luz, que no era siempre, trataba de digitalizarlo. Trataba de entender por qué alguien decide instalarse en esos lugares.

—¿Y lo lograste?

—Sí, lo logré. Las razones eran diversas, muy personales. Distintas entre todos: hay pruebas personales, hay fuerza de la costumbre, actos de amor, admiración por la naturaleza o querer vivir constantemente esa sensación de sorpresa inagotable.

—¿Hubo algún caso más difícil de comprender?

—Es curioso porque cuando estás ahí, encuentras que está bien. Aunque no tengan luz todo el día o tengan problema con el agua potable. Cuando estás ahí, encuentras que el sentido que ellos le dan es genuino y que funciona. Quizás si me lo hubiese cuestionado sentado acá, mirando el Costanera Center, me hubiese parecido extravagante. Pero estando allá tiene sentido.

Luego de estar meses preguntándole a la gente qué sentido tenía lo que hacían o las decisiones que tomaban, a Patricio de la Paz se le devolvió la pregunta. Se tuvo que cuestionar él mismo. Y fue incapaz de imaginarse de nuevo en una oficina, encerrado, mientras sentía que el mundo, que las historias, seguían afuera. Entonces renunció a su trabajo. Ahora, él también quiere ser un porfiado.

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