Por Natalia Correa. // Foto: Víctor Ruiz. // Foto interior : M. Ignacia Lorca. Junio 23, 2017

Ese día decidió el resto de su vida. Nunca había sentido tanto y ahora, en la oscuridad de una sala de teatro y rodeada de extraños, esa joven de 17 años lo sentía todo: el odio, la pena y la rabia. Por un par de horas se olvidó de quién era, la edad que tenía, la piel que habitaba, porque ya no era ella. Estaba viviendo otra vida, la vida de esos que sufrían delante de ella, en ese escenario oscuro, donde sólo había dos mujeres y un hombre. Y una luz blanca que los iluminaba. El resto era negro, un espacio vacío que parecía ser la nada y el todo, el cielo y el infierno al mismo tiempo.

“Me di cuenta de que ella conocía la obra tan bien como yo y me gustó la idea de verla a través de su cabeza. Ella tiene la sensibilidad perfecta para la obra. Hace una lectura aguda y rigurosa del texto”, explica Guillermo Calderón.

La joven estaba viendo Neva, la obra del dramaturgo Guillermo Calderón, la historia de tres actores que trataban de ensayar, mientras afuera, en las calles de San Petersburgo, 200 mil obreros eran asesinados por la Guardia Imperial en 1905. Obreros que querían vivir con dignidad, pero que sólo encontraban la muerte. La ciudad se teñía de rojo sangre y los actores seguían ensayando, indiferentes. Hasta que uno de ellos, con el rostro cubierto de lágrimas, se rebelaba: “Afuera hay un domingo sangriento, la gente se está muriendo de hambre en la calle y tú quieres hacer una obra (…) ¿Y quién es tan imbécil para encerrarse en una sala de teatro para sufrir por amor y por la muerte? Me da vergüenza ser actriz. Es tan egoísta”.

Esas palabras la estremecieron.

Ese día, aquella joven iba a comprender que quería dedicar su vida al teatro.

Una década después, Antonia Mendía se prepara para debutar en los escenarios como directora. Y lo hará nada más ni nada menos que montando una obra del mismo hombre que escribió Neva. Aunque en estos 10 años han pasado muchísimas cosas. Por ejemplo, que ese hombre es hoy en día el dramaturgo chileno más exitoso de la actualidad. Y que por primera vez permitirá que en Chile una obra suya sea dirigida por otra persona.

 

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Antonia nunca ha dirigido una obra. Estudió Actuación en la Universidad de Chile, hizo un magíster en Entrenamiento Actoral en The Royal Central School of Speech and Drama en Londres y es cofundadora de la ONG Ventana de Color, una organización que fomenta el acceso igualitario al teatro. Pero hasta ahora no había tenido la oportunidad de dirigir. Esta es su primera vez: a los 27 años y con una obra de Guillermo Calderón. Un debut a lo grande.

Imagen IMG_2727_Maria Ignacia Lorca Oliver—Me siento como ese niño que veía Spider-Man y ahora creció, es actor y le toca hacer ese papel —cuenta la joven, que siempre admiró a Calderón.

La obra que Mendía llevará a escena es Beben, que se acaba de estrenar en el Teatro Duoc UC: la historia de cuatro voluntarios alemanes que vienen a Chile luego del terremoto y tsunami del 27 de febrero de 2010. Es una reflexión sobre extraños llegando a un lugar que ha sido golpeado por la catástrofe, una crítica al asistencialismo, tan común como nefasto, dice ella, en un país que es conocido por sus desastres naturales.

La primera vez de Antonia es, también, la primera vez del dramaturgo: Guillermo Calderón nunca había cedido una obra. Todo lo que escribía, él lo dirigía en Chile. Sólo había hecho una excepción con Feos, una adaptación que hizo de un cuento de Mario Benedetti y que la dirigió Aline Kuppenheim. Pero esta vez era distinto, pues Beben la había escrito hacía años y la dirigió en Alemania, sin pensar en montarla acá.

—Él me dijo que le daba miedo —cuenta Mendía, afuera de la sala de ensayos, a pocos días del estreno. Pelo castaño claro, desordenado, piel blanca y sin una gota de maquillaje, Antonia se ve más joven de lo que es. La directora recuerda que cuando le pidió a Calderón uno de sus textos, la respuesta no fue un sí inmediato. Tenía que ganarse su confianza. Tenía que convencerlo.

 

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Le decían la “buena alumna” y no era un cumplido. Antonia Mendía, que estudiaba en la Universidad de Chile, era esa alumna ejemplar que todos conocimos alguna vez, pero algo faltaba.

Para un examen en tercer año, Mendía tuvo que montar una escena. Ella escogió hacer una parte de Antígona, la historia de la hija del Rey Edipo, condenada a ser sepultada viva por una desobediencia. Y pensó que lo había dado todo; incluso, se cortó el pelo como parte de su actuación. Pero los profesores no pensaron lo mismo.

—¿Tú quieres ser actriz o quieres seguir siendo la buena alumna siempre? —le dijeron. Le faltaba el desorden, dejarse llevar por los personajes que encarnaba, por las historias, faltarle el respeto a lo convencional. Luego de esa crítica, cambió su forma de aproximarse a la actuación. En el examen siguiente interpretó a un travesti, se desnudó, se soltó y lo disfrutó.

—Lo que hice con Antígona era una buena idea, pero estaba mal ejecutada. Me costaba traspasar mis límites. Eso lo puedo ver hoy y por eso me dediqué a la dirección, quiero ser capaz de sacar en otros lo que a mí me costó tanto —explica la joven. Estar en las sombras, ver desde atrás cómo todo se une en escena es otra de las razones para ser directora. Es casi estar en el anonimato, dice Mendía, porque el público va a ver a los actores y los aplaude a ellos.

—Me da más libertad, puedo chasconearme más.

 

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Esperar no es lo suyo. Antonia es una maniática del control y de la perfección. Los días antes de que Guillermo Calderón tomara una decisión fueron una tortura. Les pedía consejos a sus amigos, se estudiaba Beben una y otra vez, y leía entrevistas del dramaturgo, todo para que él le diera su aprobación y pudiera montar la obra.

Había conocido a Calderón cuando iba en cuarto año de la universidad. Eran las protestas estudiantiles de 2011 y su escuela estaba en paro, situación que duró siete meses. La joven no soportaba estar sin hacer nada y decidió empezar con la investigación para su tesis sobre el trabajo de Calderón. Además de Neva, había visto Clase y Villa, entre otras obras de él, y le encantaban. Por mail, se contactó con él para pedirle una reunión. Se juntaron, hablaron de teatro y no se vieron más por algunos años.

En 2016, Mendía leyó por primera vez Beben. Inmediatamente sintió una conexión con el texto y quería ser ella la que diera vida a la historia. Al poco tiempo, se encontró con Calderón y le preguntó si dejaría que alguien joven la dirigiera, alguien como ella. Antonia no obtuvo una respuesta hasta que, semanas después, llevó a su familia a ver Villa, sin saber que Calderón estaría ahí para participar de un conversatorio sobre su obra. Insegura, se acercó a él para tratar de convencerlo, pero ya no sabía qué más decirle. Luego de unos segundos, Guillermo le dijo que se juntaran al día siguiente.

—Yo me lo había estudiado todo, pensé que le iba a exponer mis razones de por qué quería dirigir, pero antes de que yo le dijera nada, él me dice “la obra es tuya, móntala” —cuenta Mendía.

—Me di cuenta de que ella conocía la obra tan bien como yo y me gustó la idea de verla a través de su cabeza. Ella tiene la sensibilidad perfecta para la obra. Hace una lectura aguda y rigurosa del texto —explica Calderón.

 

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—Tengo un cuestionamiento profundo a los voluntariados —confiesa la directora. Cuando estaba en el colegio, ella trabajó muchos veranos como voluntaria para la fundación Techo, donde iba junto a un grupo de jóvenes a construir mediaguas al sur. Dice que es muy chocante cuando niños de 15 años llegan con aires de grandeza a ayudar a víctimas de desastres, que el paternalismo con que muchas veces se hace es horrible.

Ese es uno de los temas que aborda la obra Beben: estos extranjeros, que son de Alemania, un país desarrollado, cooperan desde un lugar superior. Pero, al mismo tiempo, no se puede prescindir de ellos, porque el Estado, que tiene la obligación de ayudar, no lo hace a tiempo o simplemente no lo hace.

Mendía cuenta que Calderón fue un guía en el proceso de trabajo, como una mano en el hombro dándole seguridad.

—La veo como una directora imparable y determinada. Además logró armar un grupo perfecto —dice el dramaturgo.

Esta es su primera obra como directora y dice que no quiere detenerse, que las audiciones no son lo suyo y que actuar ya no le interesa. Aunque le cuesta ceder el control y dejar que las cosas fluyan cuando está mirando una obra, Antonia siempre busca esa sensación de peligro, de que alguien puede interrumpir. Dice que la magia de ese pacto entre los actores, que cuentan una historia, y el público, que escucha atentamente, es única.  Y su lugar, de testigo en las sombras, es perfecto.

—Nadie me mueve de acá.

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