El Estadio Nacional está lleno. El sol pega fuerte. La gente agita sus banderas, los seleccionados nacionales sonríen. El pasto cortito, como mesa de billar. Es 1962, y Chile debuta como anfitrión en un mundial de fútbol. De a poco, unas manchas azules asoman desde los bordes de la imagen. Dedos cubiertos por lana azul empiezan a posarse en las caras de cada jugador.
Leonel Sánchez Lineros (81) toma la foto, colgada en el living de su casa en la avenida Einstein, en Recoleta.
—A ver si conocís a alguno —dice—: Luis “Fifo” Eyzaguirre, Manuel “Guerrillero” Rodríguez; Misael Escuti, finao; Eladio Rojas, finao; Raúl Sánchez, finao; Carlos “Pluto” Contreras, complicado; Jaime Ramírez, finao; Honorino “Nino” Landa, espectacular centroforward, finao. Y ahí estoy yo, de los pocos que quedamos.
Lo dice con un tono triste. Aparte de él, de los históricos de ese plantel que no fueron nombrados en la alineación, quedan dos defensas de los duros: el capitán Sergio Navarro y Humberto “Chita” Cruz, recordado por su poco ortodoxa manera de marcar a Pelé: bajándole los pantalones.
Como él, luchan contra el olvido. Propio y ajeno. A Leonel le cuestan los hechos recientes. Olvida, por ejemplo, que tiene un almuerzo con el Chita a la hora de esta entrevista. Y el Chita lo reta. “Pero cómo, viejo Leo”, le dice.
“La gente sabe muy poco sobre esta selección. No logran nombrar a cinco jugadores de ese plantel. Con tan pocas gestas deportivas, tenemos que quererla más”, dice Boggioni.
—Me cuesta recordar, mi mujer me ayuda con esas cosas. Si tengo 81 años, los hago valer. Siempre he sido volado —dice sentado en una sala tapizada con fotos de su época de futbolista. En la mayoría sale vestido con los colores de su gran amor, la Universidad de Chile.
Pero de aquellos años maravillosos recuerda todo. Y se obliga a hacerlo. No quiere que la gente se olvide de ese plantel que, dirigido por Fernando Riera, obtuvo uno de los logros más importantes del fútbol chileno.
En este esfuerzo, la serie que estrenará TVN este domingo en horario prime, 62, historia de un mundial, sobre la gestación de la cita planetaria en nuestro país, le viene perfecto. Es otra oportunidad para revivir la historia, para mostrar, ahora en alta definición, cómo nació la hazaña.
Y el elegido para representarlo fue el actor Diego Boggioni (26), uno que en un momento tuvo que decidir entre el fútbol y el teatro, sin saber que el destino le permitiría unir ambos mundos al interpretar a uno de los futbolistas más importantes en la historia de Chile.
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Para Diego Boggioni, el fútbol es naranjo. Así lo conoció y así lo sigue viviendo. Nacido y criado en Calama, ha sido hincha de toda la vida de Cobreloa. El culpable fue su abuelo, Mario Troncoso, socio fundador del club en 1977. Fue él quien le inculcó la pasión naranja y, también, quien lo llevó a probarse en las inferiores del equipo. Boggioni quedó, y el sueño de ser futbolista comenzó.
Pero su lado futbolero estaba en constante conflicto con otro, muy disímil. Su madre, profesora, siempre le inculcó la lectura. Así conoció a Mario Benedetti, enloqueció con Veinte mil leguas de viaje submarino, y en quinto básico descubrió un talento que nadie en su familia sospechaba: la declamación. Su arma secreta era el poema infantil “Juanito, el de las manzanas”. Con esta actividad ganó premios y recorrió el norte. Entre los entrenamientos aprovechaba de aprenderse los poemas, imaginaba los énfasis que marcaría en el escenario. Una identidad completamente opuesta a la que desarrollaba en la cancha, donde era un fiero volante de contención.
—¿Cómo el Kalule Meléndez?
—Sin duda, pero más guapo —dice y se ríe.
Mientras entrenaba en Cobreloa, le tocó ver jugadores que algo conseguirían en el futuro: Junior Fernandes, Eduardo Vargas, incluso a Alexis Sánchez.
—Alexis llegó con 14, 15 años y estuvo sólo seis meses con los juveniles en Cobreloa. El Pelado Acosta lo hizo debutar al tiro, era una máquina. Recuerdo un entrenamiento donde Alexis le regaló sus zapatos a un cabro de los juveniles, que era Eduardo Vargas. Pero ellos son uno en un millón. Hoy, muchos de mis amigos que lo intentaron son obreros, empaquetadores. Cuesta mucho llegar arriba.
“Lo que sí quiero ver antes de irme pa’ arriba es el estadio de la U. Carlos Heller me ha dicho que si el estadio llega a hacerse, le va a poner mi nombre”, dice Leonel Sánchez.
Su hermano, dos años mayor, también se dedicaba al fútbol. De hecho, fue becado por una universidad en Atlanta, Georgia, para defender al equipo de la institución. Pero a los seis meses volvió. Su padre, también profesor, los reunió y les dijo que había que tomar una decisión: o se dedicaban a fondo o seguían el camino normal. Terminar el colegio, ir a la universidad.
Diego, que tenía buenas notas, no estaba tan seguro. Comenzó a viajar junto a su familia a ver a una tía en Santiago que los llevaba al teatro. En ese tiempo vio SuRrealismo, el monólogo de Nora Fernández, también El Cepillo de Dientes, en la versión protagonizada por Marcelo Alonso. Quizás ahí había una forma de juntar esas dos pulsiones, la física y la artística.
Dio las pruebas especiales y quedó en Teatro en la U. de Chile. Pero los comienzos no fueron fáciles.
—El primer semestre fue el que más me costó. Había elegido seguir el camino tradicional en la carrera menos tradicional. Eso era paradójico. Fernando González, que era mi profesor, en un minuto me agarró y me dijo que estaba vitrineando en el teatro: o asumía que esta era mi profesión o no serviría. Teníamos training en primer año y yo llegaba con zapatillas de baby, polera de fútbol. Mis compañeros con calzas negras, sudadera negra, profesionales. Más de alguna vez fui con la de Cobreloa.
Pero en 2012, cuando iba en segundo año, llegó una oportunidad que le daría un giro a su carrera. Una invitación para ser Claudio Narea en Miguel San Miguel, película sobre los comienzos de Los Prisioneros en San Miguel, comuna donde él mismo vivía en una pensión en el sector de El Llano. Eso le abrió las puertas: vinieron papeles en Sudamerican Rockers, serie donde volvió a interpretar al guitarrista; la serie La Canción de tu vida en TVN, donde fue un joven futbolista y una sitcomcon Pato Torres llamada Once Comida, el año pasado. Fue cuando grababa esta serie, que murió su abuelo.
Y a los pocos meses lo llamaron para ver si le interesaba interpretar a Leonel Sánchez.
—Me acordé de mi abuelo al tiro. Él me hablaba de la selección de Yugoslavia de los 60, la mejor que había visto en su vida, del Mundial del 62. Entonces, cuando me lo ofrecieron pensé: qué bonito habría sido poder contarle esto o mandarle un saludo de Leonel, el ídolo de su generación.
—¿Cómo te preparaste para interpretarlo?
—La producción me pasó entrevistas de los jugadores, de sus familiares, de los dirigentes. Miré los archivos del canal. Me interesaba saber cómo era la relación entre ellos en los 60. Era una sociedad distinta. Celebraban los goles de forma mucho más sobria, no existía el “buena, compadre”. Eran más sobrios desde el lenguaje, pero vibraban con la misma pasión. Además, en ese tiempo muy pocos futbolistas se dedicaban exclusivamente a esta carrera. Leonel y un par más. Entonces era importante visualizar el amateurismo real, la pasión. Esta serie apunta a eso, a darles el lugar que merecen.
—¿Crees que han sido dejados de lado?
—Sí. La gente sabe muy poco sobre esta selección, con suerte el estribillo de “El rock del Mundial”. No logran nombrar a cinco jugadores de ese plantel. Con tan pocas gestas deportivas que tenemos, tenemos que quererla más, respetarla. Es importante rescatarlo. Porque habla de la sencillez, un concepto que no se usa mucho hoy, estaban las señoras de Dittborn y Pinto Durán armando los banderines, y ellos los vendían para juntar plata. Los futbolistas no ganaban los millones de hoy. Es importante recordarlo. La serie habla de la sociedad chilena.
Antes de comenzar a grabar, se conocieron. Fue un almuerzo en el Münich, en la fuente de soda de Vicuña Mackenna, donde cada tanto los ex mundialistas se juntan a revivir viejas batallas. La junta fue una mañana de septiembre. Estaban Daniel Muñoz, que interpreta a Riera, Sergio Navarro; y los dos Leoneles: el ídolo y el que lo interpreta en la serie.
En ese momento Boggioni sintió que estaba viendo la historia frente a él. Era una película en vivo.
—Y me dio la sensación de estar conversando con mi abuelo. Entendí por qué es realmente importante lo que estamos haciendo. Porque, ¿qué pasará con Alexis en 50 años más? ¿Se le dará el valor a todo lo que está logrando o no le daremos el lugar que se merece, como a esta generación? Yo tenía al Alexis de antes contándome lo que había hecho. Y eso es un privilegio. Leonel es un museo vivo.
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Hay dos imágenes del Mundial del 62 que están grabadas en la memoria popular chilena. La primera es el gol de tiro libre a la Unión Soviética en Arica: Sánchez le pegó fuerte al primer palo y batió a Lev Yashin, el mejor arquero de la historia. Chile a semifinales. Justicia divina, gritaría Julio Martínez. La otra es anterior. Para algunos un triunfo moral. Para Leonel, una estafa.
—Yo no le pegué ningún combo al italiano. Fue un aletazo nomás, ni lo toqué. Sobrerreaccionó.
Leonel Sánchez se refiere al puñetazo que le pegó al italiano Mario David en pleno partido, que terminó con el azzurro expulsado por una agresión previa al wing izquierdo local. Pocos sabían que Leonel era bueno para los combos: su padre, que había sido campeón nacional y sudamericano de boxeo, lo había entrenado para que no le pegaran en las pichangas que de niño jugaba en su población en San Joaquín.
—¿A su juicio, Leonel, quién es el mejor jugador de la historia del fútbol chileno?
—Para mí, el Cua Cua Hormazábal. Era mi ídolo cuando cabro, me tocó después jugar con él en la selección. Extraordinario.
—¿Y usted qué lugar ocupa en la historia?
—Eso que lo diga la gente. Yo considero que el primer puesto lo peleo.
—¿Le queda algún sueño por cumplir?
—Yo vivo tranquilo, tengo una pensión de la ANFP, una del Estado. Después del Mundial nos regalaron a cada uno un departamento en la Villa Olímpica y recién lo vendí. Lo que sí quiero ver antes de irme pa’ arriba es el estadio de la U. Yo le digo a Carlos Heller: “¿Y cuándo el estadio?”. Y él me dice: “Tranquilo, viejo Leo, tranquilo, ya va a aparecer”. Antes de irme para el cielo, quiero ver el estadio de la U. Ir, me da lo mismo que no haya nadie, y sentarme al medio de la cancha, solito. Y mirarlo nomás. Con eso me quedo tranquilo. Carlos Heller me ha dicho que si el estadio llega a hacerse, le va a poner mi nombre. “Tendría que ser poh”, le dije yo. “Si no, ¿qué otro nombre le vai a poner?”.
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El lunes 12 de junio, Diego Boggioni y Leonel Sánchez se reúnen por segunda vez. Son casi la una de la tarde. Leonel ya no fue al almuerzo con su amigo Chita Cruz.
—Don Leonel, ¿encuentra que Diego se parece a usted?
—No. De partida yo no me peinaba así. Pero es la moda de ahora. Mi nieto lo ocupa así, pero con un moñito. Encuentro que te parecís más a Alexis Sánchez, de hecho.
—Me lo han dicho —dice Diego.
—¿Viste? Si le miras la cara, bien miradita, se parece más a Alexis, tiene un aire. Deberían hacer la película. Tú la protagonizas —bromea Leonel. Diego se ríe y le dice que le encantaría. Mientras, espera que a la serie le vaya bien, para que puedan grabar una segunda temporada, ahora sí, del mundial, de ese que Leonel no quiere que olviden. Entremedio, Boggioni escribe una película sobre Calama y promociona “Reinos”, largometraje que protagonizó y que acaba de exhibirse en Buenos Aires.
Diego, recién comienza.
Leonel, en cambio, ya escribió su historia.