“En un momento me di cuenta de que llevaba muchos años complaciendo al resto, haciendo lo que ellos querían, pero no lo que yo quería”. Así partió todo para Carlos Ruiz Zafón (52), el escritor español más exitoso de los últimos tiempos, una máquina de best sellers. Estaba en California trabajando como guionista a fines de los 90 cuando decidió, por fin, arriesgarse. Unos años antes había escrito una serie de libros enfocados a un público juvenil con los que había tenido éxito, pero ahora la ambición era mayor: quería escribir novelas de misterio y suspenso, ambientadas en la Barcelona de principios del siglo XX, historias góticas y oscuras que tuvieran la esencia de la ciudad donde él había crecido.
“La crisis de los 30 y tantos años —la edad de Cristo—, donde uno se pregunta qué está haciendo con su vida, me remeció. Ahí decidí darme la oportunidad de intentarlo”, cuenta Ruiz Zafón. La sombra del viento fue el primer libro de la saga El cementerio de los libros olvidados, publicado en 2001. Más de diez millones de copias vendidas en 36 idiomas lo convirtieron en un éxito rotundo. La historia sigue a Daniel Sempere, un niño que vive en la Barcelona de los años 20 y que descubre que los libros de un misterioso autor, Julián Carax, están siendo quemados. Esta trama, que se iba complejizando a medida que se lanzaban nuevos libros, llega a su fin con El laberinto de los espíritus, el cuarto de la saga.
—¿Cómo nació la idea de esta historia?
—El hecho de estar en California, un lugar donde todo parece nuevo, y yo viniendo de Barcelona, una ciudad muy antigua donde puedes tocar las piedras de 20 siglos, era todo un contraste y eso me inspiró para indagar en elementos de la memoria, de la identidad. Así nació la imagen del Cementerio de los Libros Olvidados, una gran biblioteca fantástica. Pensé en escribir sobre este mundo, que es un homenaje a los géneros literarios, es una reflexión sobre el proceso de creación literaria, una historia de escritores, de libreros, de bibliotecarios.
—Y este es el fin, ¿cuesta despedirse?
—Me pasa que los personajes no se van, sobre todo cuando llevo tanto tiempo trabajando en una historia, son casi 20 años de haber convivido con ellos, con esta idea, con este proyecto, entonces, al momento de cerrarlo, no se acaban. Los personajes y la atmósfera se quedan en la mente, en una especie de cápsula del tiempo. Más que una despedida, digamos que les he concedido vacaciones, pero ellos se quedan siempre conmigo.
—¿Las conexiones entre las tramas y los personajes estaban pensadas desde el principio o se fueron dando en el camino?
—La arquitectura general estaba desde el principio, pero como yo sabía que esto me iba a tomar años, tenía que ser flexible y darme el tiempo de explorar este mundo. Cuando empecé a trabajar en esta historia yo era mucho más joven y sabía que mi visión de las cosas iba a cambiar, por lo tanto, la idea de la transformación estaba considerada en el diseño. Si todo hubiera estado prefijado, no habría tenido el interés en trabajar durante todos estos años. Fue un viaje para mí.
—¿Hay algún personaje que terminó siendo particularmente especial para ti?
—Hay muchos que me gustan, muchos que me resultan muy próximos. Siempre me dicen que soy Daniel Sempere —el protagonista de la historia—, pero no lo soy. Hay tres personajes que son los más próximos a mí, que prácticamente son un trozo mío. Uno de ellos es Julián Carax, una caricatura gótica de mí mismo. Luego hay un personaje que es como una parte de mi cerebro y que deriva de mi sentido del humor: Fermín Romero de Torres, el eterno enamorado y compañero del protagonista. Y, por último, un personaje que conocemos ahora en la cuarta novela, Alicia Gris, la mujer que ayuda a desentramar el misterio final. Ella representa mi lado femenino, es uno de mis favoritos dentro de todos los que he creado.
—Barcelona también se transforma en un personaje. Es más que en un simple escenario
—Todos los escritores sienten la necesidad de lo que yo llamo volver a casa. Y cuando intentas volver te das cuenta de que esa casa no existe, que era algo metafórico. Yo creo que es una necesidad que tenemos todas las personas en algún momento de nuestra vida, pero que en el caso de quien se dedica a contar historias permite explorarlo de alguna manera y expresarlo y compartirlo. Lo que no pretendía ni quería hacer era un retrato de la ciudad, lo que me interesó fue crear un personaje basado en la ciudad, un personaje que tuviera tanta importancia como los demás y permeara toda la atmósfera, todo el tono de la historia y que estuviera muy presente.
—A lo largo de la historia se ven muchos guiños a otros libros tuyos, ¿esa fue una decisión consciente?
—Sí, mis libros son una reflexión sobre el propio proceso de creación literaria. Entonces, hay guiños, hay auto-guiños, hay parodias, hay citas. De hecho, mi novela Marina encaja con el tipo de libros que escribía Julián Carax. Pensé que podía ser divertido e interesante jugar y combinar las historias, entrelazarlas, hacer que haya una novela dentro de la novela. Así me gusta escribir, para que cada lector lo interprete de una forma y tenga su propia experiencia con la trama.
Carlos Ruiz Zafón siempre quiso ser escritor. Desde pequeño supo que lo suyo era crear mundos donde todo era posible, donde el misterio iba acompañado de la magia. Y con esta saga cumplió su sueño: creó un laberinto de historias que conquistaron al mundo.