Por Yenny Cáceres Junio 2, 2017

Quizá el mayor triunfo de un producto cultural es convertirse en un adjetivo. Eso es lo que ocurrió con House of Cards, la serie que marcó un cambio de paradigma en la forma de consumir televisión y la carta de presentación de Netflix. Su protagonista, Frank Underwood, era un político ambicioso y maquiavélico, pero irresistible.

Eran los tiempos en que incluso los medios hablaban de cable para referirse a la televisión pagada y a las series, en un anacronismo que hoy sería impensable. En el mundo preNetflix, los más pacientes todavía esperaban el estreno de los capítulos semana a semana, aunque series adictivas como Lost ya imponían una nueva forma de consumo, más voraz, en jornadas maratónicas.

Netflix fue un paso más allá, al estrenar de una sola vez los trece capítulos de House of Cards, la primera serie original del servicio de streaming. Era febrero de 2013, Obama acababa de ser reelegido para un segundo periodo como presidente de Estados Unidos, y su lema de campaña había pasado del “Yes, we can” al “¡Adelante!”. El mundo parecía tan optimista como el eslogan de Obama y, por eso, Frank Underwood nos resultaba tan atractivo como lejano. Era sólo un personaje de ficción, aunque muchos políticos —incluyendo a los chilenos— se sentían fascinados con él y su esposa Claire, a tal punto de que Frank Underwood se convirtió en un adjetivo para designar una forma de hacer política.

Cuatro años después, la llegada de Trump a la Casa Blanca anticipa el fin de la era Underwood. En esta quinta temporada de House of Cards, los nuevos episodios se enlazan directamente con el ciclo pasado. Ahí tenemos al presidente demócrata Frank Underwood (Kevin Spacey) en la fase final de su campaña por alcanzar la presidencia de Estados Unidos en las urnas, con Claire (Robin Wright) como su candidata a la vicepresidencia, mientras el joven gobernador republicano Will Conway (Joel Kinnaman) es un contrincante cada vez más peligroso.

Los Underwood están más unidos que nunca en esta temporada y eso ha sido su perdición. Frank Underwood ha devorado a los Underwood.

Ya tenemos cuatro temporadas en el cuerpo para saber lo que vendrá: los Underwood usarán todos los recursos que tengan a su alcance para manipular las elecciones y derribar la candidatura de Conway. Pero esto, que en los ciclos anteriores era una delicia, ahora se ha convertido en un ejercicio repetitivo y predecible. Ya no es sorprendente ni divertido ver a Kevin Spacey hablándole a la cámara, y el mejor personaje de la serie, Claire Underwood, esa mujer fuerte, inteligente e incluso más atrevida que su marido, la mayor parte del tiempo ha quedado reducida al rol de un fiel escudero, con un amante (Tom, el escritor que le redacta los discursos) tan lánguido como soporífero.

Los Underwood han estado más unidos que nunca en esta temporada y eso ha sido su perdición. Frank Underwood ha devorado a los Underwood. La frialdad de los protagonistas cada vez más los acerca a una máscara, más que a personajes de carne y hueso. En comparación, Borgen, la serie danesa que durante tres temporadas relataba la llegada de la primera mujer al cargo de primera ministra de Dinamarca, luce mucho más modesta pero verdadera. La política aquí era menos glamorosa y hollywoodense que en House of Cards, pero tampoco estaba exenta de traiciones y jugadas sucias. Los costos asociados al poder, junto con la evolución de los personajes, también eran mucho más grandes. El ascenso de Birgitte Nyborg, la primera ministra, era directamente proporcional al descalabro de su vida familiar, con divorcio incluido.

“Son como niños, los niños que no tuvimos”, le dice en un momento de esta quinta temporada Frank a Claire, para referirse al electorado norteamericano, a esos votantes esquivos que Underwood se encarga de conquistar sin importar los medios. Es un apunte despiadado y genial, con ecos hasta en la realidad chilena, en el que aún se respira la genialidad de una serie que en sus inicios fue moldeada por el David Fincher de Zodiac, que dirigió los primeros dos episodios. Ese sello se mantuvo en las primeras temporadas —cómo olvidar ese infartante inicio del segundo ciclo—, a tal punto que la sombra de la periodista Zoe Barnes vuelve a ser rescatada en esta temporada por los guionistas para incomodar a los Underwood.

Que el creador de la serie, Beau Willimon, haya querido dar un paso al costado en esta temporada sólo viene a confirmar que la fórmula Underwood ya está un poco gastada. El mundo real también ha cambiado para Frank Underwood. La comparación de los nuevos episodios con las agitadas elecciones del año pasado en Estados Unidos se ha vuelto inevitable, pero guionistas y actores se han esforzado en aclarar que esta temporada fue escrita antes de la victoria de Trump. Eso es cierto, pero también ha ocurrido algo impensable: Trump ha logrado opacar a Frank Underwood. Su performance en el viaje a Europa hace unos días demuestra que, al lado de Trump, Frank Underwood es un caballero.

El vértigo de lo que está pasando ha dejado un poco obsoletos a los Underwood. Y no sólo anda suelto Donald Trump, sino que hay nuevos personajes dando vueltas. Quizá mucho más interesantes que los que trae la nueva temporada de House of Cards. No olvidemos a Macron, el presidente francés más joven de la historia, el hombre que se enamoró de su profesora y que le robó cámaras a Trump en su paso por Europa. El día después de la victoria de Macron, en la televisión francesa se estrenaba el documental Emmanuel Macron, el ascenso al poder. Al día siguiente, Netflix lo subía a su plataforma. En eso, con o sin los Underwood, Netflix sigue estando un paso adelante.

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