Por Javier Rodríguez // Foto: Marcelo Segura Junio 16, 2017

Cuentista premiado

Antes de Mundo salvaje, López-Aliaga publicó los libros de cuentos Cuestión de astronomía (1995) y El Bulto (2010), por los que obtuvo, entre otros, el Premio a Mejor
Obra Literaria del CNCA.

Un niño que puede ser el mismo Luis López-Aliaga o que, también, puede haber sido cualquier chileno de clase media criado en el centro de Santiago, alumno de colegio de curas, descendiente de aquellos italianos o españoles que llegaron a Chile sin nada luego de la Segunda Guerra Mundial, solamente con las ganas de escapar al fin del mundo. Ese niño un día tiene una fiesta. Elige su mejor camisa, se echa colonia. La fiesta se suspende. Pero él sale igual. Entra a un cine porno, a los Juegos Diana. En el camino lo sigue un monstruo azul, rugoso, con tres patas y un cuello largo que se enrolla en los faroles. Y como un profeta, le pide paciencia. Con las mujeres, con las pichangas, consigo mismo. Todo parece definitivo, pero pasa, le dice la bestia, en “Crías”, el primer cuento de Mundo salvaje (Emecé), el nuevo libro de relatos de López-Aliaga (1967).

En el último, quizás el más autobiográfico, el narrador, probablemente ese mismo niño, ya mayor, recuerda haber publicado un libro, haber ganado algunos premios, haber escuchado que tendría un buen futuro literario. Era una joven promesa. Pero él no quería ser parte de eso. Ni el narrador, ni Luis López-Aliaga, quien en 1995 publicó el premiado y celebrado Cuestión de astronomía, su debut, un conjunto de relatos que parecía anunciar una exitosa carrera literaria.

—Al final no hice carrera en ningún sentido. Hice todo lo que no había que hacer. Una actitud un poco soberbia. Pagué costos, pero ahora creo que recibo los beneficios. No tengo ninguna imposición o peso sobre lo que debo o no debo hacer. Por lo tanto, me siento en un espacio de libertad creativa —dice López-Aliaga, quien luego de Cuestión de astronomía publicó un par de novelas, cuentos, otro conjunto de cuentos y un libro autobiográfico que fue muy aclamado por la crítica, La imaginación del padre. Además, en estos años se ha desempeñado como guionista de televisión y es uno de los fundadores de la editorial independiente Montacerdos.

—En una segunda lectura Mundo Salvaje pareciera ser un gran relato. Los cuentos funcionan como piezas de un rompecabezas. ¿Por qué cuentos y no novela?

—El cuento amerita un trabajo de joyería en el detalle. En la novela se requiere otro tipo de esfuerzo, más de largo aliento. El cuento tiene ese trabajo minucioso, que me interesa mucho. Cada cuento es autónomo y uno aspira a que se pueda leer en sí mismo. Pero cuando empezamos con el editor a armar el libro surgió una cierta idea de progresión interna. Los cuentos iniciales son la formación de un niño en los 80-90. Como que los personajes de los cuentos posteriores son ese niño adulto. Tiene ese recorrido.

—En los cuentos se desarrolla constantemente el concepto de nostalgia, pero más desde una perspectiva irónica. El narrador ve con feliz distancia esos tiempos, ¿no?

—Hay una reflexión en torno a eso y una emocionalidad. Yo nunca he entendido esta moda de la nostalgia por los 80, por los 90. A mí me parecen décadas de mierda. Por lo tanto, es una mirada de buscar respuestas en el presente. En lo personal, no tengo un ápice de nostalgia por los tiempos idos. La nostalgia siempre ha sido un recurso vendedor, pero lo que me preocupa es que hay un ejercicio de blanqueamiento. Las personas quieren olvidar lo negativo y darle un retoque a su propio pasado. Maquillar la historia.

—¿La violencia de estos años le da el nombre al libro?

—El nombre surge con esa idea, de programa de la tele donde se investigan las formas de relaciones en el mundo animal. Pero claro, hace referencia a ese universo. Los animales dan vueltas en el libro. Pero lo que me interesa es el contraste de que el mundo civilizado es más salvaje que el mundo animal. Sobre todo en esa época.

—¿Te parece que este mundo salvaje que retratas en tu infancia, adolescencia, sigue vigente o va en retirada?

—No es tan brutal, al menos en sus formas de expresión. Es menos evidente, pero persiste, sin duda. Las formas de relacionarse entre los seres humanos y las formas de ejercer el poder, son siempre brutales. El poder que está siendo cuestionado hoy se mantiene donde está, y ahora es más descarado incluso en las formas de obtener los beneficios, antes se hacía todo mucho más escondido, pero también la lucha es más explícita.

—¿Lograremos adaptarnos como especie al nuevo escenario?

—Está pasando algo. Pero no me atrevo a vislumbrar el resultado. Es evidente que las cosas han cambiado, me parece bacán que así sea, pero no sé adónde conducirán. Pueden conducir a un escenario peor, pero no soy adivino ni politólogo.

—Los cuentos tienen un marcado tono autobiográfico. ¿Evalúas hasta qué punto exponerte?

—He perdido todo pudor. Estoy en un momento de mi vida en que no tiene mucho sentido estar preocupándome de ese tipo de cosas. Si uno trabaja con este material, no puede ponerse barreras. Si te vas a meter, hazlo hasta el fondo. Si no, mejor escribe ciencia ficción.

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