El 6 de junio, le envié un e-mail a Cecilia García Huidobro felicitándola por su artículo, publicado en La Vanguardia, sobre los diarios de José Donoso que tan magníficamente editó: Diarios tempranos Donoso in progress, 1950-1965 (Ediciones UDP). Como le comentaba que había frecuentado bastante a Donoso, Pepe Donoso, tal como le conocíamos, me invitó a que contara mis experiencias con dicho autor, “quizá tengas un tiempito para que copuchemos”. Unos días después asistí al coloquio sobre dichos diarios que tuvo lugar en Casa América con Sergio Vila-Sanjuán, al final del cual intervine desde el público contando algunas anécdotas sobre Donoso en Barcelona. Hablando luego con Cecilia, le dije que ya había cumplido con su encargo, pero me insistió en que le contara más cosas.
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Aunque había coincidido con Donoso a su llegada a Barcelona en algunos actos culturales y en la agencia de Carmen Balcells, la primera vez que conversamos fue en una cena que habían organizado Luis Goytisolo y María Antonia, con Donoso y Pilar, en un restaurante árabe. En la cena asistí al espectáculo verbal de Donoso charlando en libertad, en confianza y a calzón quitado. Apasionado por la literatura y su queridísimo Henry James, también tenía un gran sentido del humor y lanzaba frecuentes y certeras maldades sobre escritores y personajones, una gozada. Pilar, aquella noche, parecía más interesada en rememorar las recepciones diplomáticas y palaciegas en El Cairo de Farouk, donde residió un tiempo.
En 1972 tuve el honor de publicar Historia personal del “Boom” en Anagrama. Preparamos la edición con minuciosidad y esmero, conscientes de la atención maníaca de Pepe Donoso. Pero hubo sólo un fallo: la portada.
Donoso se había trasladado a Sitges, junto al mar, donde puso en marcha el primer taller literario, quizá, de España: había estado unos años antes en la Universidad de Iowa, donde habían “inventado” el concepto de taller literario de escritores. También vivió un tiempo en las montañas de Vallvidrera en una casa con magníficas vistas de Barcelona. Acudí una noche con Luis y María Antonia, y fui sometido a una suerte de rito de paso: en una pared estaban clavadas numerosas fotografías de escritores, algunos muy reconocibles y famosos, otros más recónditos. No recuerdo si superé el examen, quizá lo sepa cuando aparezca el segundo tomo de los diarios, a partir de 1965, cuando se instala en España, así nos enteraremos de lo que realmente pensaba de aquellos tiempos. De momento, nos hemos quedado con la miel en los labios, como nos sucedió con las estupendas Memorias de Jaime Salinas, que terminaban cuando iba a incorporarse a Seix Barral, un final muy anticlimático.
Durante muchísimos años Donoso, a la par que iniciaba numerosos proyectos literarios, rápidamente desechados, estaba inmerso en su obra definitiva, su Libro, El obsceno pájaro de la noche. La suerte no le acompañó: lo había presentado, con serias garantías de ganarlo, al Premio Biblioteca Breve de Seix Barral (de la época, claro, del gran Carlos Barral), que ya habían obtenido grandes figuras del Boom como Mario Vargas Llosa, Guillermo Cabrera Infante y Carlos Fuentes. En aquel momento se produjo la ruptura entre Barral y la familia Seix, y el Premio Biblioteca Breve no se concedió el año de la publicación de El obsceno pájaro de la noche, aunque en Seix Barral lo lanzaron a bombo y platillo, y fue muy celebrado, lo cual fue un buen lenitivo para los tormentos que Donoso se infligía sin descanso. Carlos había fundado Barral Editores (eslogan: “Barral sigue, Barral decide”) e inauguró, casi simultáneamente a la aparición del libro de Donoso, sus publicaciones con Un mundo para Julius, la primera y excelentísima novela de Alfredo Bryce Echenique, quien inyectó al post-Boom o Boom júnior un ingrediente del que el Boom propiamente dicho (si aceptamos que existe) andaba algo escaso: un extraordinario sentido del humor.
En diciembre de 1970 tuvo lugar el llamado Proceso de Burgos, un juicio sumarísimo contra dieciséis militantes de ETA, seis de ellos condenados a muerte en una parodia de juicio. Por su parte, los acusados eligieron la llamada “defensa de ruptura”, en la que ellos se erigieron en acusadores del tribunal, a quien negaban legitimidad (siguiendo los esquemas de Estrategia judicial en los procesos políticos de Jacques M. Vergès, que publicamos en 1970).
La noticia causó un gran revuelo y, entre otras acciones, se organizó el encierro de 300 intelectuales y artistas catalanes en la Abadía de Montserrat como protesta. En la preparación nos correspondió a Román Gubern, a Octavi Pellisa (infatigable conspirador comunista en el ámbito cultural) y a mí mismo notificar la situación a los tres grandes del Boom residentes en Barcelona —García Márquez, Vargas Llosa y Donoso—, explicando el alcance de la decisión tomada, e implícitamente recabar, si así lo manifestaban, su adhesión. La reunión tuvo lugar en el piso de Gabo o de Mario, no lo recuerdo bien, ambos vecinos de Sarrià. Durante la charla, García Márquez escuchaba impasible (pese a su ideología de izquierdas, evitó siempre cualquier manifestación pública en tanto su condición de extranjero), a Donoso parecía escapársele un bostezo, mientras que “el cadete Vargas”, como lo había bautizado Barral, se enardecía visiblemente, y así subió el primer día de encierro a Montserrat, junto a Miró y Tàpies, y pronunció un vibrante discurso. Después, tal como se había pactado, regresaron a Barcelona.
El encierro tuvo una notoria resonancia internacional en la prensa y en las televisiones, en especial la sueca, que estuvo varios días en Barcelona después del encierro (que duró del 12 al 14 de diciembre), e hizo numerosas entrevistas a los participantes. Y, entre esta y otras iniciativas como las de Madrid o León, la precaria reputación pseudoaperturista del régimen quedó seriamente erosionada. Los seis condenados a muerte fueron indultados, aunque siguieron en la cárcel hasta la amnistía general de 1977 promulgada por el gobierno de Suárez.
La primera vez que Donoso vino a la editorial me dijo: “Ningún rótulo en la puerta, qué chic”. En realidad las intenciones era muy ajenas al chic, Anagrama estaba pensada, como otras editoriales peleonas de la época, para ser un antro de resistencia, de lucha contra el franquismo, de rechazo al nacional-catolicismo y al orden burgués, y a favor de una sexualidad libre e indiscriminada, al igual que reivindicaba “nuestro derecho a las drogas”, según el título de uno de nuestros libros. En fin, lo normal. En cuanto al rótulo, un tanto superfluo, debía yo de pensar, tiempo después sin darme cuenta dejé de ser chic y pusimos una plaquita en la puerta con la palabra ANAGRAMA, como hasta ahora.
Cuando aparezca el segundo tomo de los diarios de Pepe Donoso, a partir de 1965, momento en que se instala en España, nos enteraremos de lo que realmente pensaba sobre nosotros y de aquellos tiempos que compartimos.
En 1972 tuve la oportunidad, el honor y el placer de publicar Historia personal del “Boom” en nuestra Serie Informal, muy literaria, en la que publicamos desde los sonetos de Shakespeare hasta el primer Tom Wolfe, a Sade y a Stendhal o poemas de Enzensberger. Una colección que se inició en 1970 con Ojos, círculos, búhos, con textos de Luis Goytisolo y dibujos de Joan Ponç, y que fue para mí muy apreciada, aunque quedó oscurecida por el peso de las ciencias sociales y de la radicalidad política en los primeros años de Anagrama. Preparamos la edición con minuciosidad y esmero, conscientes de la atención maníaca de Pepe Donoso. Sólo hubo un fallo: encargamos a una joven grafista la portada, en la que se veía una foto de Pepe abrazando a su perro o perra entre el follaje, según sus deseos, pero por desdicha el arriesgado color rosa del fondo, que no se vio precisamente favorecido por la impresión, no le gustó nada a nuestro exagerado autor, como me comentó con cierta insistencia.
Hicimos una presentación muy sonada de Historia personal del Boom en la imprescindible Cinc d’Oros, que con Áncora y Delfín eran las dos librerías de referencia de Barcelona. El espacio estaba atestado por “el todo Barcelona de las letras” y con la presencia de muchos latinoamericanos, con Vargas Llosa y García Márquez al frente. Pepe y Pilar estaban muy emocionados. Luego, una veintena de amigos fuimos a cenar al Massana, un histórico restaurante que estaba muy próximo a Bocaccio: gran cordialidad y risotadas en la cena, aunque un tanto empañada porque uno de los comensales, el único que no era “conocido” ni más o menos famoso, se sentó frente a Pepe y lo estuvo acogotando con fervorosas preguntas, pese a que yo le intentaba disuadir y Donoso esquivar, pero en fin, peccata minuta. Y luego, apoteosis final en Bocaccio, también lleno hasta los topes de fans alertados y con la presencia pontifical de Mario y Gabo.
Más Historia personal del “Boom”: en el libro hay una espléndida descripción de la fiesta de fin de año de 1970 en casa de Luis Goytisolo con la presencia de Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, el propio Pepe Donoso y sus respectivas parejas, riendo y bailando felizmente: las grietas del caso Padilla y sus repercusiones en la política castrista empezaban apenas a cuartear la cohesión de los grandes del Boom.
Pasada la medianoche, empezó a llegar un tropel de invitados que venían de otras fiestas, y entre ellos estaba mi amigo Sergio Pitol, entonces un joven (aunque era mayor que Vargas Llosa) autor mexicano aún muy poco conocido. Iba felizmente achispado y nos reímos mucho sacándole punta al glorioso cast. Si aquella noche una bomba hubiera caído en el piso de Luis Goytisolo, la historia del Boom habría sido muy distinta.
Malas lenguas: había cuatro escritores que según la vox pópuli eran la esencia del Boom: el colombiano García Márquez, el peruano Vargas Llosa, el argentino Cortázar y el mexicano Fuentes. Había un posible quinto lugar para un autor de otro país y se dijo que el chileno Donoso había escrito Historia personal del Boom para asegurarse la codiciada quinta plaza.
Los Donoso se instalaron finalmente en Calaceite durante largos años para que Pepe pudiera concentrarse en la escritura y donde escribió varias novelas. Entretanto Buñuel se había interesado en llevar al cine una novela de Donoso, cosa que lamentablemente no ocurrió. Los amigos barceloneses que también tenían casa en Calaceite bromeaban diciendo que durante meses Pepe no salió de su casa y estuvo pegado al teléfono esperando a Godot, la llamada de Buñuel.
Las tendencias homosexuales de Donoso, que desveló en sus diarios, se alejaron un tanto de la discreción en Calaceite: una de las lenguas ya mencionadas me comentó, hace pocos días, al contarle del acto sobre Donoso en Casa América, que me podía dar los nombres y apellidos de los muchachos que Donoso frecuentó. También en Calaceite se instaló durante años otro gran escritor chileno, Mauricio Wacquez, para quien el concepto de discreción ni siquiera se planteaba. Él y su pareja, Francesc, fueron dos de las muchas víctimas del sida de aquellos años.
Muchos años después se celebró en Madrid, en la librería del Fondo de Cultura Económica, un homenaje a mi amigo Sergio Pitol en el que participé. Desayunamos con él al día siguiente y Lali (Gubern, claro) me recuerda que bajó con el libro Correr el tupido velo de Pilar Donoso, muy subrayado (naturalmente fui de inmediato a comprarlo). Como es sabido, Pilar se suicidó poco después de leer en los archivos de la Universidad de Princeton los diarios de Donoso, en los que desvelaba su homosexualidad y en los que había comentarios hirientes sobre su hija: “Sigue y se agudiza el problema Pilarcita, que nos tiene completamente crucificados con su odio al mundo, a su marido y a sus hijas. De pronto temo un asesinato, tan violenta y perversa es”. Como para desactivar y paliar conclusiones demasiado truculentas, la propia Pilar escribió: “Él se proyectaba más allá de su muerte en esos diarios y el resultado era un ser complejísimo”. Y Cecilia García-Huidobro afirma que Pilar “nunca leyó el mencionado esbozo como un mandato ni le adjudicaría especial sentido. Ella entraba y salía del tema de la muerte con sentido del humor; era española en el modo de tomar la muerte”.