Por Javier Rodríguez // Fotos: Marcelo Segura Julio 28, 2017

Era su segunda novela. Ray Loriga tenía 26 años cuando publicó Héroes (1993), aquel libro que lo catapultó como el heredero tardío de los beatniks en España. Una novela transgresora, de capítulos cortos como canciones; pequeños singles que bebían de Jack Kerouac y Salinger, pero también de David Bowie y los Rolling Stones. El libro logró una conjunción extraña para estos días: conquistar a la crítica al mismo tiempo que se convertía en best seller.

Loriga (1967) firmó contratos para nuevos libros e inició una gira con la que recorrió América de punta a punta. En la portada de la novela que lo hizo famoso aparecía él mismo, con desafiante pelo largo al estilo grunge y una botella de cerveza  en la mano. La foto hizo que sus lectores se preguntaran cuánto de ficción tenía la historia que contaba. Su exposición lo convirtió en uno de los pocos escritores capaces de admitir que, en su momento, tuvo groupies. Chicas que lo esperaban afuera de su hotel en cada gira. Fanáticas, hoy recuerda riendo, de un músico que no sabe cantar y menos tocar instrumentos.

“Esas noches largas que hacía antes y me dejaban agotado ya no las puedo hacer. Hice más de alguna gilipollez. Ahora el cuerpo no da para tanto”.

Siguió publicando, escribió guiones junto a Pedro Almodóvar, se casó y separó de la cantante española Christina Rosenvinge. Pero nunca volvió a hacer una gira como la de Héroes, cuando su vida se parecía más a la de una estrella de rock que a la de un escritor.

Hasta que a principios de abril de este año supo que era el ganador del Premio Alfaguara 2017 por su última novela, Rendición. Una historia que transcurre en un futuro distópico, en el que, luego de la guerra, una familia es evacuada de su pueblo y llevada a la “ciudad transparente”, donde la gente está obligada a ser feliz. O, por lo menos, a aparentarlo. Donde la intimidad no existe, menos los recuerdos. Una crítica feroz a estos tiempos, donde la dictadura de los likes y la necesidad de mostrarlo todo a través de las redes sociales parece imponerse.

—¿Cómo ha sido esta vuelta al tour? No hacías una gira así desde que eras un veinteañero.

—Lo llevo bien. Hombre, antes era más joven, ahora me canso un poco más. Esas noches largas que hacía antes y que me dejaban agotado, no las puedo hacer. Hice más de alguna gilipollez. Ahora el cuerpo no da para tanto, voy más tranquilo. Son doce países en seis meses. Es como un tour de Rock and Roll.

Rendición es un libro totalmente distinto a lo que venías haciendo. En los temas y en el tono.  

—Sí, el tono, sobre todo, la voz de la narración es muy diferente, por no decir casi opuesta. Siempre me ha gustado indagar en otras maneras de escribir, lo he necesitado.

—Es un cambio intencional, entonces.

—Sí, y asumes un riesgo. Héroes fue uno de los libros que más popularidad alcanzó. Intentar cambiar después de eso, para el lector, es una especie de traición. Uno entiende al espectador que sigue a un músico y que, cuando viene a su ciudad, quiere verlo tocar las canciones con las que fue feliz alguna vez. Pero el propio autor tiene que vivir todos los días con lo que hace. Entiendo que para el lector esto puede ser una pequeña decepción.

—¿No te genera inseguridad perder ese público?

—No, creo que lo he podido sentir. De decir: bueno, es complicado vender dos cosas distintas a un mismo público. Pero a lo largo de los años, que ya son 25 desde la primera publicación, he visto que a lo mejor pierdes unos lectores, pero que a cambio ganas otros. Y hay algunos que siempre me han sido fieles. El lector también puede ir evolucionando y cambiando de criterios.

—¿Todavía te sientes el Macaulay Culkin español como dijiste alguna vez?

—(Ríe) Eso fue una broma. No es que fuera un niño prodigio como Macaulay Culkin, pero para la literatura sí tenía una juventud poco común. Tener un público amplio —y no me gusta la palabra—, pero de alguna manera un éxito temprano te hace ver las cosas con más perspectiva. Me di cuenta de que no podía ser igual siempre, o me iba a terminar aburriendo.

—¿Por qué no te gusta esa palabra?

—Porque es muy subjetiva. El éxito depende de lo que cada uno quiera conseguir. Un concepto que parece condena es el éxito comercial. Para mí éxito es lo que te has propuesto. No lo que el mercado quiere hacer contigo.

 

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Ray Loriga no tenía celular. Tampoco Twitter, menos Instagram. Dice que prefiere los afectos constantes que los distantes. Que sus amigos saben dónde se toma el café cuando desayuna en Madrid y a qué bar acudirá a tomarse una cerveza luego de escribir. Y con eso le basta. Pero, debido al premio, tuvo que comprarse un teléfono. Eligió un Alcatel de 20 euros, el más barato que pudo encontrar.

“Un concepto que parece condena es el de éxito comercial. Para mí, éxito es lo que te has propuesto. No lo que el mercado quiere hacer contigo”.

—Pero lo dejé en España. Hombre, tampoco vivo en una cueva. Tengo internet, leo los periódicos, y tengo un mail. Lo que no tengo son redes sociales. Y tampoco es heroico, porque la editorial, que es un grupo muy grande, sí las tiene y las maneja —dice en el bar del hotel The Singular, en el barrio Lastarria, aún con los anteojos de sol puestos.

—El narrador de Rendición habla de que estamos delatándonos permanentemente. ¿Eso pasa cuando se está amarrado al teléfono y a las redes sociales?

—Lo que más me interesa de eso no es el tiempo que uno dedique a ello, sino cómo puede afectar a tu autoestima, a tu percepción, el vivir de cara a la atención ajena. Que toda nuestra autoestima dependa de unos likes o de no tenerlos. Esto sí me parece que puede conllevar una parte preocupante en la formación de identidades, sobre todo de la gente que empieza a desarrollarse como individuos, gente más joven y que piensa que eso es lo que le define como ser humano.

—¿En el libro hay una intención de huir del maniqueísmo? Hasta muy adelante no se sabe quién es bueno, quién es malo.

—Durante todo el libro he intentado huir de eso, porque el propio personaje, que es la voz narradora, no lo sabe. Y he querido ser muy fiel a cómo ve él las cosas. Y rara vez, aunque incluso esté en el bando más erróneo, se considera el equivocado. Y rara vez uno se considera el malo. Otra cosa es lo que los demás te consideren.

—¿Quiénes te parece que son los malos hoy?

—Kim Jong-un, Trump, esos son los evidentes. Pero siempre digo que no salen de la nada. Salen de unos caldos sociales y de unos contextos determinados. Evidentemente, en esta novela he intentado indagar un poco en ello, en eso de que el infierno son los otros, que decía Sartre. Siempre tendemos a decir ellos o la gente cuando algo no nos gusta. Es que la gente es insoportable,  y pocos asumimos que nosotros somos parte de esa gente.

—¿El infierno somos nosotros?

— (Ríe) El infierno soy yo. Cada uno, y una sociedad compuesta de muchos seres, supongo. Dentro de todo, también hay almas buenas y cándidas, pero es verdad que todos los grupos sociales tendemos a unas grandes dosis de egoísmo, muy natural por otro lado. Nos preocupa lo que nos suceda a nosotros y a nuestro entorno más directo. No lo que pueda pasarles a los otros.

 

***

 

Las primeras obras de Loriga estaban llenas de referencias pop, donde la influencia de escritores como Raymond Carver, Bukowski y Kerouac era manifiesta. Rendición —que ha sido tildada por algunos críticos como “orwelliana”— está más cerca, en el tono y en los tópicos, de J. G. Ballard, de Coetzee, incluso de Kafka; lecturas que Loriga, dice, fueron fundacionales para él y a las que siempre en momentos determinados vuelve en busca de respuestas.

—¿En esta novela buscaste el tono antes de empezar a escribirla?

—Sí, en general suelo arrancar de los tonos. En Tokio ya no nos quiere lo hice, en Héroes también. Empiezo con una voz, con un tono que me impone una cadencia, un ritmo concreto, una manera de escribir, y luego hay una especie de intuición temática y de estructura. Lo ideal es que las tres cosas vayan confluyendo.

—Te pregunto por esto porque recuerdo esa carta falsa que le escribiste a Rodrigo Fresán en 2007, donde hablabas de un hastío frente a tu ficción.

—Es algo que pasa con muchos escritores, que tienes pequeños momentos de crisis, en el sentido de posibilidad de dar un giro. La necesidad de no verme cantando la misma canción toda la vida.

—Pero hay artistas que siguen repitiendo las mismas ideas y lo hacen bien. Pienso en los Rolling Stones, que llenan estadios cantando lo mismo desde hace 30 años.

—Eso me parece muy bien para los Rolling Stones y para el público. Siempre va a haber alguien que no los ha visto. Yo no me veo haciendo eso. No lo critico, me parece bien, hombre. Yo conciertos de los Rolling Stones ya he visto suficientes, no tengo interés en seguir viéndolos.

—En un momento el narrador de Rendición dice que no le gusta contar los sueños propios, porque le parece aburrido escuchar los del resto. ¿Cómo te relacionas con lo autobiográfico?

Rendición de autobiográfico no tiene nada, por ejemplo. Es que para un escritor muchas veces su biografía tampoco es demasiado apasionante. Tiene que ver con intereses. En mi biografía lo más importante es la lectura y la escritura. El resto... Pues hago cosas bastante normales, como todo el mundo. Tampoco es que viaje en globo aerostático, ni soy un cazador ni tengo una vida de Jack London. Tampoco es que mi biografía dé para mucho. Lo más autobiográfico que podría escribir es de un señor que escribe libros, lee y a veces va de viaje y lo promociona.

—Te lo pregunto por la literatura del yo, muy de moda... 

—No me parece mal, depende de cómo esté hecha. Incluso desde algo muy personal, la muerte de un familiar, o una enfermedad, o simplemente las aventuras y correrías de una personas en una ciudad. Pero todo eso es como un punto de partida literario. Me interesa en el sentido de que pueda tomar el vuelo de la literatura. Depende de la forma.

—En Héroes el protagonista se pregunta dónde quiere estar y llega a la conclusión de que no quiere dejar de ser nunca quien es en ese preciso minuto. ¿Estás donde quieres estar hoy?

—Sí, bueno. Tampoco había hecho una gran proyección. Lo que quería seguir haciendo era escribiendo y publicando. Y eso nunca ha cambiado en todos estos años. Ahora estoy tranquilo con lo que he hecho, viendo qué es lo siguiente que hago. Pero sí que el protagonista en Héroes decía: “Me siento como un negocio que va cambiando de dueño”. Y eso lo asumí ya entonces y lo he ido asumiendo todo el tiempo.

—¿Quiénes son los dueños de ese negocio?

—Espero que yo. Pero distintos “yo”. Son distintas personas que, como te decía, han ido transformándose de alguna manera. Y eso sí lo tenía claro desde entonces e incluso está escrito, ese era el final de esa novela. Tenía la sensación de que las cosas iban a pasar por una serie de transformaciones.

—Hay una frase de Rendición dura pero decidora. El narrador señala que cuando uno se da cuenta de que Dios no lo ha elegido para ser extraordinario, las cosas se simplifican. ¿Tú has vivido un proceso similar?

—También pienso así.  Si no tienes una visión excesivamente desaforada de ti mismo, es un poco más sencillo que si piensas que puedes alcanzarlo todo . Si sabes más o menos lo que puedes hacer, te aplicas más a esa tarea. Sabiendo también tus propias limitaciones.

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