Osama Alomar (1968) era un escritor conocido en su Siria natal. En 2008, cuando decidió seguir a su madre y a su hermano mayor que habían emigrado a Chicago, Estados Unidos, ya había publicado tres aclamadas colecciones de cuentos y un libro de poesía. Alomar vivía de la escritura. Era su día a día. La guerra civil aún no había comenzado. La represión, en cambio, sí, muchos años atrás.
Alomar creció en la Siria de Hafez al-Asad, padre del actual dictador Bashar al-Asad. Damasco, su ciudad, siempre bajo el peso de la vigilancia y el miedo, como el resto del país. Su casa estaba llena de libros. Su padre y su madre eran profesores; ella, de escuela básica, y él, de filosofía. Fue su padre quien lo guió en sus primeras lecturas de literatura árabe clásica, las que pronto se mezclaron con lecturas occidentales. Así leyó las fábulas de Esopo, Las mil y una noches, los cuentos de Hans Christian Andersen y el Kalila wa Dimna, la traducción al árabe del Panchatantra, unas brevísimas historias de la India antigua. Luego, con los años, vendrían Kafka y otros. También vendría la escritura de historias muy breves que lo emparentan con una vertiente de la tradición árabe y también con escritores occidentales como Lydia Davis. Davis, ella misma autora breve de una obra enorme, escribió el prólogo de Fullblood Arabian, la plaquette de cuentos de Alomar traducidos al inglés que publicó New Directions en 2013, y el del recién publicado The Teeth of the Comb & Other Stories, de la misma editorial. Pero antes de las traducciones y de esta presentación de Alomar en Occidente estuvo el viaje que se convirtió en exilio. Y también hubo un taxi.
Antes de dejar Siria, Alomar pertenecía a un grupo de intelectuales, artistas y escritores que se reunían una vez al mes en un departamento de Damasco para discutir formas de resistencia y cambio social.
“Nos juntábamos porque deseábamos libertad... Escribíamos y compartíamos lo que hacíamos, leyendo en voz alta textos sobre libertad de expresión, derechos humanos, democracia y sociedad civil”, cuenta Alomar, quien al cabo de unos años dejó las reuniones y Damasco para ir a buscar lejos esa libertad negada en Siria. El grupo, formado por humanistas seculares, cristianos y musulmanes moderados, comenzó a desintegrarse. Dice Alomar, quien ahora vive en Pittsburgh, que otros integrantes de las tertulias se fueron cuando la guerra comenzó a sentirse inevitable: “Ahora son refugiados en Europa... Unos pocos están todavía en Siria, sufriendo mucho. No he sabido nada de algunos de ellos, lo que me preocupa”.
Alomar, el reconocido escritor sirio, llegó entonces a Chicago, anónimo, flotando en una lengua en la que no podía escribir. Él, que había viajado a Estados Unidos porque quería libertad y porque deseaba establecer allí su nombre de escritor, necesitaba un trabajo para comer. A los pocos días de llegar manejaba un taxi por una ciudad que no conocía. “Mi jefe me decía que era el peor taxista que había visto”, contó hace un tiempo en un encuentro sobre traducción literaria llevado a cabo en la Universidad George Mason, cerca de Washington.
Alomar junto a C. J. Collins, un bibliotecario que conoció en Damasco, tradujeron sus cuentos al inglés, arriba de su taxi, entre viaje y viaje.
Alomar se perdía en las calles todo el tiempo. Todo en él parecía dislocado. La escritura también se volvió esquiva y pasó un año completo antes de que el escritor pudiera volver a escribir. “Fue como moverse en cámara lenta”, cuenta en un correo que manda desde Pittsburgh. “Comencé a volver en mí y también empecé a leer más en inglés, pero no podía escribir a tiempo completo, como en Siria. Estaba todo el día manejando. Me costó mucho”, dice. Escribía entre pasajeros, en cualquier descanso. Así mismo tradujo su libro junto a C. J. Collins, un bibliotecario y traductor que había conocido en Damasco. Collins pasó meses visitando a Alomar y subiéndose al asiento de copiloto del taxi que este manejaba, esperando que el tiempo entre un pasajero y otro se alargara lo más posible. El tablero del auto y cada espacio libre entre los asientos delanteros estaba lleno de papeles y diccionarios de árabe e inglés. Algunos pasajeros preguntaban desconcertados qué hacían allá adelante. Otros, miraban por la ventana.
Tal vez la brevedad de las historias de Alomar ayudó a su traducción, interrumpida por los recorridos del taxi. Muchas de las historias no pasan de un párrafo o de un par de líneas. Una brevedad a lo Monterroso, para hablar en términos latinoamericanos. Las historias de Alomar, como las del guatemalteco, como las de Esopo y el Kalila wa Dimna, están llenas de animales que parecen humanos. También tienen personas, objetos, trozos del cuerpo que ganan vida propia. Aquí, como en Monterroso, también está el humor negro, pero sólo acá está Siria, la violencia que la despedaza. Aunque no se hable de un lugar determinado, aunque la guerra misma no esté presente de modo directo en estas historias sobre estos animales, la palabra estalla. Las detonaciones vienen en forma de palabras, a ratos pesadas, un poco obsoletas, en una traducción al inglés que trata de transmitir aquí y allá la pomposidad del fusha, la lengua formal que usa la mayoría de los escritores del mundo árabe y los medios, los gobiernos, las instituciones académicas. El fusha es una lengua sin patria, sin calle. Ideal para escribir fábulas o estas pequeñas historias de Alomar, que algunos califican de prosa poética, donde las moralejas son oscuras, desoladas, mensajes de bestias “atascadas en una pesadilla de dictadura y paranoia social”, como decía hace poco una reseña de The Teeth of the Comb publicada en la New York Review of Books.
En el país de Trump
Un día de 2011 comenzó la revolución en Siria, a la que demasiado pronto siguió la guerra civil. En ese momento, el viaje de inmigrante de Alomar, quien pensaba volver a su país cada dos o cuatro años, dependiendo del dinero, se transformó en exilio. En el transcurso de la guerra, el edificio donde vivía Alomar fue bombardeado. Su departamento ya no existe más. Tampoco sus muebles, sus cosas, una novela y unos poemarios terminados. De su país también va quedando cada vez menos.
“Tengo mucha nostalgia. Tengo memorias maravillosas de Damasco, de tantas otras ciudades y pueblos de Siria. Del tiempo pasado con amigos, compañeros artistas y escritores. Con mi familia. Cada esquina, cada piedra está llena de memorias... Me es difícil pensar que no voy a poder volver algún día, aunque sea de visita... El exilio es una forma de tiranía... Especialmente con esta guerra que destruye todo, con este infierno dentro de Siria. Mis sueños sobre Siria ahora parecen pesadillas. Creo que esta guerra va a durar muchos años. Solo empeora... Como si el mundo entero estuviera peleando dentro de Siria”, dice.
“Me es difícil pensar que no voy a poder volver a Siria, aunque sea de visita. El exilio es una forma de tiranía... Especialmente con esta guerra que destruye todo”.
Alomar dice que escribir le permite tener algo de esperanza, tal vez, incluso un poco de optimismo, abrigar la idea de que las generaciones venideras quizás se entenderán mejor. Eso piensa desde City of Asylum, la residencia para escritores exiliados ubicada en Pittsburgh donde es ahora autor invitado. Gracias a esto dejó Chicago y su taxi y ha vuelto a escribir a tiempo completo. Trabaja en una novela, una especie de historia de amor en una Siria destruida por la guerra. Es inevitable pensar que mientras Alomar trabaja en su libro, el país donde escribe también se tambalea, pierde pedazos. El Estados Unidos de Trump en el que vive ahora se parece poco a ese país al que llegó en 2008, el que, aun enfrentando la peor crisis económica en años, parecía estar listo para algunos cambios que finalmente fueron pocos y que podrían quedar en nada.
“Estoy preocupado por Estados Unidos, pero no solo por Estados Unidos. Pareciera que desde el interior de la gente común, en todas partes, desbordaran olas de racismo, odio y dictadura. Sin embargo, al mismo tiempo, me siento tranquilo porque Estados Unidos tiene una gran Constitución. Este es aún un Estado de leyes. Un gran ejemplo de esto se dio cuando las cortes detuvieron la implementación de las órdenes ejecutivas de Trump para impedir la entrada de ciudadanos de ciertos países musulmanes”, reflexiona. Una lo escucha y siente que Alomar no quiere desesperarse, quiere creer que este país que ha elegido como hogar va a saber acogerlo, va a permitirle escribir y vivir sin miedo, tener un lugar a falta de otro. Una quiere creer con él.