-Gabriela en Chile
El miércoles 2 de agosto, a las 19 h, Gabriela Wiener presentará Dicen de mí en Culto Bar. El viernes 4, participará en la Cátedra Abierta en homenaje a Roberto Bolaño de la UDP.
Gabriela Wiener se come las uñas mirando al vacío, se acaricia su pelo negro para quedarse dormida, le gusta hablar de lo que soñó la noche anterior y se ríe de sus propios chistes. Es una exploradora de su cuerpo, de su mente, de sus obsesiones, de sus relaciones íntimas y de sus relaciones sexuales, de lo extraordinario y lo normal, una detective salvaje de toda su vida. Periodista peruana de 42 años, inició su carrera a fines de los años 90 cubriendo temas culturales, y de ahí ha trabajado como corresponsal de la revista Etiqueta Negra, colaboradora del diario español El País y redactora jefe de la versión española de la revista Marie Claire.
Un día, la periodista quiso escapar de la vida ajena y sumergirse en sí misma, un universo inmenso que parece nunca acabar. Ya ha escrito cinco libros que la tienen a ella de protagonista, autopsias brutales, casi violentas, a su existencia y la sociedad en que vive. Algunos de ellos son Sexografías (2008), un retrato en primera persona sobre la sexualidad; Nueve lunas (2010), una exploración narrativa de la maternidad, y Llamada perdida (2014), crónicas autobiográficas sobre los demonios de una mujer. Wiener dice que para hacer este trabajo hay que tener una dosis de narcisismo. Quizás también sea necesaria una porción de masoquismo: la escritora se desnuda en cada uno de sus textos, se critica, se explica, se ama y se odia. La intención siempre ha sido la misma, conectar:
—Que mi intimidad se encuentre con la intimidad del otro, que contándome quizá cuente a alguien más
—dice Wiener, quien esta próxima semana participará en una charla en la Universidad Diego Portales y presentará Dicen de mí, su último libro, que acaba de publicar Estruendomudo, una recopilación de entrevistas a las personas que han marcado su vida, para bien o para mal: su hija, su psicóloga, su primer jefe, sus colegas escritores —como Leila Guerriero y Jeremías Gamboa— e incluso el hombre que la golpeó en la cara veinte años atrás. Wiener dice que algunos de los que aparecen en el libro lo hicieron con desaliento, como si estuvieran cansados de que ella fuera el centro de la discusión. “Llevo una vida hablando de ti: tú eres tu tema favorito”, le confiesa su hermana. Otros, en cambio, lo hicieron con gusto, parecían haber esperado una vida entera para decirle lo que verdaderamente sentían.
—¿Era distinta la visión de los hechos que tenían los demás a la que tenías tú?
—Claro que sí. Cuando acabé el libro leí un artículo en Vanity Fair sobre las memorias del periodista David Carr. Me alucinó que le movilizara casi lo mismo que a mí. Este hombre era el mejor periodista de su generación, un capo del NYT y a la vez un hijo de puta en su vida privada. Así que decidió llamar a todos sus conocidos para que lo ayudaran a contar sus memorias. Al parecer, su pasado era otro, distinto del que él conocía. Yo también me he hecho un fact checking buscando a la gente más cercana de mi vida para preguntarle quién diablos soy. Es imposible identificarse con todas las miradas que los otros tienen de una misma. En algunas me he visto reflejada, en otras distorsionada, mejor de lo que soy y, a veces, peor de lo que soy.
—¿Cambió en algo tu percepción de ti misma con este libro?
—Cada persona me ha dejado algo distinto y valioso de mí misma. Es como una reconstrucción de rostro después de un accidente a partir de los pedazos que han recuperado los otros. Es inevitable la sensación de estar mirándome como hace mucho no me miraba, pero también mirándome por primera vez. El origen de todo ha sido una curiosidad latente de saber qué piensa realmente la gente de mí.
En su último libro, Wiener entrevista a escritores y cronistas como Leila Guerriero, Jeremías Gamboa y Enrique Planas.
—¿Te sorprendiste de alguna revelación?
—Desde la confesión de una de mis amigas de la infancia, que me asegura que con los años he cambiado, hasta lo complejo de aceptar que he sido uno de los temas medulares del análisis que hizo mi hermana en su propia terapia. O que herí a una de mis mejores amigas y por eso no quiso verme más. Me costó escuchar los reclamos de uno de mis amigos acerca de mis últimas elecciones vitales o, incluso, de mis últimas elecciones editoriales, como este libro. Después de entrevistar a Lena, mi hija —aunque la entrevista es muy divertida— me dio un ataque de llanto brutal. Fue una lucha de ingenios. Me di cuenta de lo frías que podíamos ser en nuestros personajes y eché en falta nuestra ternura, nuestras tonterías emotivas.
–¿Hubo miedo antes de hacer las entrevistas?
—Podía imaginar que algunas conversaciones iban a ser más arduas, que estaban atravesadas de temas más dolorosos. Tuve mucho miedo de entrevistar a mi ex pareja, que me había roto la nariz de un puñetazo por celos. No era misión fácil. Y tenía razón en temer ese encuentro. No hay nada épico en este libro o, en todo caso, es de una épica cotidiana, casi doméstica. Cuando por fin decides hacer esas preguntas incómodas que te han carcomido por dentro algo se libera y, como después de un sismo grande, hay movimientos telúricos que lo siguen. Yo convivo con esas réplicas ahora mismo.
—Una lección que te lleves luego de escribir este libro…
—Que en las entrevistas es tan personaje el que pregunta como el que responde.