La imagen vista desde hoy es curiosa: Sebastián Piñera presenta en la Feria del Libro de 1997 el ensayo Chile actual. Anatomía de un mito (LOM), uno de los textos sobre la transición más críticos y feroces escritos desde la izquierda, un ensayo que embestía contra el país neoliberal, amnésico y consensual que había dejado de herencia la dictadura. En esa época, el político era senador de Renovación Nacional y, además, entre otras cosas, el empresario artífice del negocio de las tarjetas de crédito. A su lado, el autor: Tomás Moulian (1939), sociólogo, cientista político, futuro escritor del libro El consumo me consume —diatriba sobre la compulsión chilena por comprar— y uno de los grandes pensadores marxistas del país. Ambos serían precandidatos presidenciales un par de años más tarde —Moulian por el Partido Comunista y Piñera por la Alianza por Chile—, pero en esa época la escena aún no parecía extraña.
—En ese entonces no llamaba tanto la atención como lo hace hoy, en que el mundo político está mucho más polarizado. Claramente, Piñera fue muy crítico con mi libro —recuerda hoy el ensayista, veinte años después de la publicación de ese hito de los años 90, análisis lúcido del Chile posdictatorial y texto eje para comprender las transformaciones de un país que se convirtió, según él, en un paraíso del consumidor y en un páramo del ciudadano, en el que la estabilidad fue comprada por el silencio y el olvido. Su deseo secreto, apuntó, fue hacer el “primer libro de una nueva etapa”, pero el fin de la transición no llegó tan rápido. Más rápido llegó el éxito: el ensayo se convirtió en un best seller a nivel nacional.
"Hay que ver qué pasa con el fin del secreto del Informe Valech. Hay que ver si se abre una discusión sobre el pasado, y si ese pasado es analizado con apertura, con la cabeza puesta en el futuro, y eso significa eliminar cualquier deseo de venganza. El peor error que se comete con un pasado tormentoso es olvidarlo"
—Empezó a salir entre los libros más vendidos de El Mercurio y estuvo cerca de un año ahí. Por eso siempre he dicho que El Mercurio fue el culpable de mi éxito, porque se creó una especie de bola y todos querían leerlo. Fue un fenómeno porque no era frecuente que un ensayo figurara dentro de los libros más vendidos. Y creo que ocurrió porque fue el primer ensayo de crítica al modelo neoliberal y al tipo de cultura mercantilizada que se había instalado en Chile. Es una de las razones del éxito. Salió junto a los ensayos Espejo retrovisor, de Alfredo Jocelyn-Holt, y La mala memoria. Historia personal de Chile contemporáneo, de Marco Antonio de la Parra. Eso hizo que nos apoyáramos unos con otros, sin quererlo, y el asunto creciera aún más.
La sombra de la dictadura todavía
ensombrecía Chile: en 1997, entre otras cosas, tuvo lugar la última parada militar de Pinochet como comandante en jefe del Ejército, y en ese escenario, la voz de los intelectuales tenía peso en un país que trataba de construir un presente al mismo tiempo que buscaba sacudirse de encima los vestigios del pasado. Gente como Moulian, Jocelyn-Holt y Manuel Antonio Garretón, entre otros pensadores, escribieron ensayos que funcionaron como una suerte de conciencia crítica de un Chile que todavía trataba de entenderse. Chile actual: Anatomía de un mito fue, quizás, el libro más accesible de todos:
—Quería escribir una especie de historia general del período, ya que siempre me he considerado un sociólogo-historiador. De repente me di cuenta de que necesitaba cambiar de lenguaje y eso quizás marcó el libro: ir más allá del lenguaje sociológico y crear un lenguaje ensayístico. Por eso hay un uso constante de la metáfora. Intenté hacer algo nuevo, tenía la intuición de que se necesitaba un discurso distinto —explica el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales 2015. La principal crítica que le hicieron, recuerda, fue haber llamado “revolución capitalista” a lo ocurrido luego de 1975, cuando el ministro Sergio de Castro dio el primer giro hacia el neoliberalismo.
—Algunos me dijeron que cómo podía darle el nombre de “revolución” a una modernización capitalista, pero yo les recordé que Marx llamó “revolución” a la revolución del 48, que no era socialista. Yo continuaba esa tradición. Hoy diría que es una “contrarrevolución capitalista”, porque uno de los aspectos decisivos de esa revolución fue enfrentarse a lo que había hecho la Unidad Popular —asegura, y agrega que hoy, hojeando el libro a sus 77 años, su voz de entonces le suena algo exaltada:
—El libro parte de una crítica a los gobiernos de la Concertación que habían continuado con la política instalada por la dictadura. Hoy quizás cambiaría un poco esa crítica. Creo que en ese tiempo yo era más radical. Ahora me acercaría más a lo que Manuel Antonio Garretón llamó “liberalismo corregido, progresismo limitado”.
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Citando al autor, Chile actual: Anatomía de un mito está escrito como un cuento al revés: empieza por un presente anclado en 1997 y da un salto atrás de 23 años para analizar cómo se llegó desde la Unidad Popular hasta la transición. “Considero al Chile actual como una producción del Chile dictatorial”, apuntó en el libro, en el que describió un país regido por la impunidad y el blanqueamiento de la memoria y, al mismo tiempo, erigido sobre discursos de consenso y exitismo. El papel de la Concertación fue, según él, no traicionar los cambios pactados con la derecha, lo que creó una suerte de simulacro de democracia sin posibilidades creativas.
La transición, dice Moulian hoy, terminó: acabó cuando el gobierno de Ricardo Lagos eliminó los llamados enclaves autoritarios de la Constitución de 1980, pero la única forma de dar un corte con ese pasado y lograr una democracia representativa real, opina, es elaborar un nuevo cuerpo legal que legalice una idea diferente de país:
—Era la esperanza que tuve con el gobierno de Michelle Bachelet, pero por desgracia, ese paso no se dio. El modo más democrático es una asamblea constituyente amplia: mi utopía es que el ciudadano que en la esquina habla de fútbol también hable de política y piense el país del futuro.
—¿Quedan vestigios de la dictadura en el Chile actual?
—Sí. La mentalidad autoritaria marcó al país. No hay que olvidar que una parte importante de los que apoyaron a Piñera apoyaron la dictadura militar. Su gobierno fue de continuidad, no fue un retroceso hacia las condiciones de la dictadura, pero en torno a él hay gente que apoyó a Pinochet y que hoy apoya una democracia en algunos aspectos conservadora, sobre todo en los aspectos relacionados a la ética sexual. Es bien representativo de eso lo que ocurrió en el Tedeum con los evangélicos.
—Parece primar un consenso entre la derecha y la centroizquierda en temas económicos. ¿Son los temas valóricos los grandes disensos de hoy?
—Sí. Hay consensos en ciertos aspectos y disensos en otros, como en el ámbito de los valores, pero no son divergencias que den lugar a crisis políticas profundas. Me gusta el Frente Amplio y soy parte de él, pero recién está construyendo su discurso y su proyecto de país, y sería bueno que eso se hiciera en voz alta. Se necesitan voces que discutan, que critiquen, porque si no se generan consensos ficticios.
—¿Qué le parece que Revolución Democrática integre el concepto “revolución” en su nombre, una palabra borrada del léxico político chileno?
—Es verdad: la palabra revolución ha desaparecido y quizás fue porque la transición coincidió con la caída de la Unión Soviética. Pero es interesante que se use vinculada con “democracia”: hacer una revolución democrática es volver a la idea de la revolución con empanadas y vino tinto que tenía Allende, una revolución a la chilena, un país que tuvo una larga tradición de gobiernos electos. Hay que recordar que cuando el Che Guevara dijo que Cuba debía ser un modelo para el continente, hizo tres excepciones: Costa Rica, Uruguay y Chile.
—En su libro habla de una compulsión al olvido. ¿Cómo afectó eso a Chile 20 años después?
—Hay que ver qué pasa con el fin del secreto del Informe Valech. Hay que ver si se abre una discusión sobre el pasado, y si ese pasado es analizado con apertura, con la cabeza puesta en el futuro, y eso significa eliminar cualquier deseo de venganza. El peor error que se comete con un pasado tormentoso es olvidarlo. La compulsión al olvido es muy inadecuada para una democracia. Me llama la atención, por ejemplo, que el Partido Comunista no dé cuenta de su apoyo permanente a la Unión Soviética. Esos olvidos son malos. Hay que recordar discutiendo. Recordar con miradas a futuro.
—¿Hay aspectos de ese viejo “Chile actual” que sigan vigentes?
—Hoy las circunstancias son nuevas, distintas. Hay una crisis mucho más profunda de la política que la que había en aquel entonces, y que tiene que ver con la aparición de la corrupción política de forma muy intensa. En ese tiempo no había una crisis del sistema político: funcionaba con mucha más aceptación que la que encuentra hoy día. Para hacer lo que hice en Chile actual... hoy, habría que escribir otro libro, distinto.
—¿Le dan ganas de hacerlo?
—Me dan ganas. Pero hasta ahora no me ha salido.