Por Patricio Jara Octubre 26, 2017

Cómo introducir a un artista con cuarenta años de carrera, cuando esta se ha desarrollado en las capas intermedias del underground internacional, pero underground a fin de cuentas. Cómo hablar acaso del último eslabón de aquella clase de rock que echa mano a dos aliados tan infalibles como en desuso en estos tiempos: discos capaces de contar una historia de principio a fin y un show promesa de parafernalia (deudor de las puestas en escena de Alice Cooper) que en verdad, aunque no siempre le resulta, se propone asustar a la concurrencia. Cómo presentar, a fin de cuentas, a King Diamond, un músico danés nacido como Kim Bendix Petersen, laboratorista químico de profesión, y con tanta influencia en el circuito que cuando, en diciembre de 2011, Metallica celebró tres décadas de trayectoria con un show en San Francisco, lo invitó al escenario a participar de un medley tributo a Mercyful Fate, conjunto del que era vocalista antes de emprender camino en solitario. Aquella aparición en California fue la primera que el viejo King hacía desde fines de 2010, cuando una operación coronaria de urgencia lo tuvo siete horas y media en el pabellón y salió con un triple bypass.

A King Diamond lo amas o lo odias. No hay términos medios. Con su estética shock-rock se impone desde el maquillaje, la capa vampírica y osamentas varias.

La cirugía que lo salvó de la muerte hizo a King reconsiderar algunas cosas (tiene una membresía en la Iglesia de Satán, fundada por el extravagante Anton LaVey, a quien él llama “doctor LaVey”). Hoy lleva una vida sana y en constante actividad física para mantenerse en forma, todo esto imposible de imaginar en sus inicios, cuando a través del pujante sello Roadrunner publicó entre 1986 y 1990 una andanada de cinco álbumes que están entre lo mejor del metal de ese tiempo. Uno de ellos, Abigail, el segundo (el más difícil de hacer para todo músico, pues confirma los atributos del primero y señala el camino del siguiente), y del que se cumplen exactos treinta años, será parte clave del show que ofrecerá en Santiago este domingo, en el Movistar Arena, dentro del festival Santiago Gets Louder.

King Diamond es heavy metal de la vieja escuela. Su música está sustentada en el virtuosismo de las guitarras, constantes cambios de ritmo (desde la velocidad crucero hasta melodías de cajita musical) y, lo más característico, una voz que puede ir de esos agudos “que se te clavan en los oídos”, en palabras del crítico Don Kaye,  hasta susurros tenebrosos. Nadie queda indiferente a su estilo. A King Diamond lo amas o lo odias. No hay términos medios. Y así como su estética shock-rock se impone desde el maquillaje, la capa vampírica y osamentas varias, durante su carrera no sólo ha resaltado como intérprete, sino también como productor y compositor. Para ello se ha rodeado de los mejores músicos de la plaza. El fundamental y que le acompaña desde siempre es Andy La Rocque, cuyo nombre equivale al de Joe Satriani en el rock progresivo.

Fue en enero de 2014 cuando King Diamond dio la nota más extensa y personal a un medio especializado. La revista Decibel le dedicó su portada y un texto de siete páginas. Dentro de lo más destacado, y que tiene directa relación con el show de Santiago, está el origen de dos de sus álbumes, Abigail y “Them”, en los cuales subyace una historia familiar: la abuela de King abandonó a su hija apenas nació y muchos años después, cuando la anciana estaba moribunda, recibió la visita y los cuidados de esa hija libre de todo rencor. Las amigas de la abuela se intrigaron por la presencia de aquella desconocida y le preguntaron quién era “esa adorable señorita”. La vieja la negó y dijo que era nada más que “una amiga”.

“La maldita fue incapaz de reconocer a su propia hija. Eso nunca lo he olvidado y se convirtió en parte de la historia que cuento”, explicó King sobre el concepto de Abigail, la niña abandonada. En el siguiente disco, en tanto, habrá una abuela decrépita como protagonista y a quien el narrador/cantante se refiere como “Grandma, that old bitch”.

En 2007, King Diamond recibió una nominación a los Grammy. Antes, su trabajo con Mercyful Fate tuvo un reconocimiento a la trayectoria musical en Dinamarca. Pero él no se engaña. Sabe que su propuesta no es para todos y, por lo mismo, se ha mantenido incólume a través de los años. “Eso la ha convertido en algo que permanece”, dijo a Decibel. “No hemos seguido modas ni tendencias que luego mueren. Siempre he sentido que estamos en una autopista llena de bandas que se han ido rápido, que han conseguido discos de oro o de platino y ahora nadie se acuerda de ellas. Nosotros nunca hemos tenido esa clase de logros, pero seguimos aquí, avanzando por la ruta, haciendo exactamente lo que hemos querido hacer y aquello nos ha mantenido”.

El público chileno hasta ahora conoce de los shows de King Diamond gracias a dos discos en vivo. El primero de ellos es un registro del Abigail World Tour 1987, que duró cuatro meses y tuvo cerca de setenta presentaciones entre Norteamérica y Europa. Como todo lo que cruza su trabajo, siempre hay una historia: King cuenta que encontró las cintas en un sótano. Estaban cubiertas de polvo y telarañas. No había anotaciones sobre el detalle de su contenido y, al escucharlas, se dio cuenta de que eran grabaciones de los conciertos que dio en Alemania e Inglaterra. Su discográfica quiso publicarlas previo tratamiento del audio, pero King dijo que las canciones debían salir como estaban, sin maquillajes, sin pinchar ni corregir nada. Y así suenan: ahí encima, crudas, con pifias, acoples y hasta con el corte de cuerdas de uno de los guitarristas que deja el audio cojo por unos minutos. Así era King Diamond en 1987: sin trucos ni colorantes. Así era el underground en 1987. Treinta años después, muchos no lo han olvidado.

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