A Miguel le gusta usar shorts cortos para lucir sus piernas perfectas. Cada mañana se purifica al sol, a la orilla de un lago, junto a un séquito de gente bonita. Les escoge la ropa para que estén hermosos, “a la altura de la naturaleza”, explica. Miguel es bello y luminoso, como los paisajes que lo rodean; sabe el nombre de todos los pájaros, es dueño de la sabiduría de la Tierra. Miguel predica: “Juntos somos felices”, y esa verdad revelada la susurra Tamara, una niña de 12 años, la favorita de la secta, la elegida para llevar en su vientre al hombre nuevo. La historia, narrada por ella con voz en off, suena a cuento de hadas: “Miguel dice que yo soy especial, que me va a distinguir siempre sobre los demás”, confiesa. Y ahí viene la duda: “Pero yo prefiero estar segura”.
“Nos conocimos por Joven y alocada. Yo diría que fue un enganche de humor. Nos dan risa las mismas cosas. Y nos indignan las mismas cosas también”, dice Gutiérrez.
Así comienza Princesita, la segunda película de la cineasta Marialy Rivas (41), quien luego de Joven y alocada (2012), ese relato adolescente cargado de sexo, religión y pop basado en el blog de la escritora Camila Gutiérrez (31), volvió a enfocar la cámara en un personaje femenino que cuestiona las normas, que desobedece, que se rebela contra un entorno opresivo. “Las dos son mujeres que a costa de dolor se liberan. Formalmente son películas muy distintas: una es en clave dramedy y la otra en clave thriller psicológico. Pero en ambas se respira lo mismo”, explica la directora en una sala de la productora Fábula, de Pablo y Juan de Dios Larraín, sentada al lado de Gutiérrez, con quien volvió a colaborar para escribir el guión.
Desde que estrenaron su primera película juntas, la vida de las dos cambió: se llevaron el premio de mejor guión en el Festival de Sundance, fueron invitadas al laboratorio de escritura del certamen para armar lo que hoy es Princesita; la directora se ganó la confianza de varios productores y la guionista publicó dos novelas: Joven y alocada. (2013) y No te ama (2015). “Después de la película tuve la oportunidad de hacer las cosas que quería. Era periodista en esa época y lo fui dejando para dedicarme a otro tipo de escritura. Caché que podía contar historias. También me pasó algo absurdo: me escribían para pedirme consejos sobre cómo salir del clóset o sobre amor, algo que jamás entendí, porque mi vida amorosa es la huevada más desafortunada, con las peores decisiones del planeta”, ríe Gutiérrez.
—¿No les resulta difícil escribir juntas?
—Marialy Rivas (MR): Para mí lo difícil es hacer algo sola. Eso me enloquece. En el cine se trabaja en equipo; las series las escriben writers’ room de 12 personas, de hecho.
—Camila Gutiérrez (CG): Además, hay roles en el asunto de escritura. Al principio escaleteábamos juntas, decíamos: va a pasar esto, esto y esto. Yo escribía los diálogos. Soy superpésima escribiendo descripciones, eso lo hacía la Marialy, que también era una especie de editor. El guionista es un poco intérprete/esclavo del director, ja, ja, ja.
—MR: Pimponeábamos las estructuras juntas. Yo no sé escribir diálogos y a la Camila le salen superfácil, así que congeniábamos bien. Yo imaginaba las acciones de los personajes, porque me es muy fácil moverlos en el espacio, no así hacerlos hablar.
—CG: Y en un proceso artístico todo es enloquecedor: escribir solo, escribir de a dos, de a siete, da lo mismo: siempre lo vas a pasar mal.
—¿Por qué sumaron al guión a los dramaturgos Guillermo Calderón y Manuela Infante?
—MR: Siento que los guionistas son como un elenco: sacas lo mejor de cada uno y se va complejizando la película. Marcelo Alonso, por ejemplo, que actúa de Miguel, no puede actuar de Tamara y de la profesora de Tamara. Con los guionistas es lo mismo que con los actores, cada cual tiene sus herramientas, tiene ciertos tonos o colores. Cuando les contaba a los gringos en Sundance el proceso del guión, les fascinaba la idea de poder usar distintas voces para trabajar distintos personajes, porque los vas pintando diferente. Por ejemplo, el personaje de Miguel escrito por la Camila es más luminoso, espiritual; el de Calderón es más oscuro, más asqueroso y sexual.
—Alguna vez Camila definió la relación de ambas como “un amor creativo”.
—CG: Qué ordinario suena, ja, ja. Nos conocimos por Joven y alocada. Yo diría que fue un enganche de humor. Nos dan risa las mismas cosas.
—MR: Es como mirar el mundo desde un lugar parecido.
—CG: Y nos indignan las mismas cosas también. Tenemos obsesiones un poco similares: obviamente estoy obsesionada con la religión, porque tuve cierta crianza en el mundo evangélico. La Marialy está obsesionada con la religión, vaya a saber Jesucristo por qué.
—MR: No sé, siempre lo estuve, porque fui a un colegio de monjas cuando chica y me gustaban las monjas. Mi tío se hizo testigo de Jehová y me preguntaba por qué tomó esa religión y no otra. Escuchaba Jesucristo Superestrella hasta morir. No hay nadie tan religioso en mi familia, pero era mi rollo personal, quería entender las religiones. Me parecía curioso. Después fui a un colegio Waldorf, que era un poco como una secta, entonces entiendo el mecanismo ideológico de esas cosas.
—CG: También nos interesa la sexualidad y la idea de una mujer que se rebela contra su destino, que decide ser la mujer que quiere ser en un mundo que no se lo permite.
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Para el guión de Princesita, Camila Gutiérrez desempolvó los recuerdos de su adolescencia, de los días en que su familia la llevaba a la iglesia a escuchar a predicadores que hablaban como Miguel, el líder de la secta, quien pasa una buena parte de la película definiéndole el destino a Tamara: su meta es ser madre y dar vida a su sucesor. Algo así como una suerte de mansplaining —ese término que creó la escritora Rebecca Solnit para referirse a los hombres que les explican el mundo a las mujeres—, de carácter místico. “Cuando leí la noticia que inspiró la película (sobre una secta en el sur de Chile) me llamó la atención que fuera un grupo de puros hombres que tenían a una niña —dice Rivas—. Pensé: qué heavy que para los hombres las mujeres no sean seres humanos, sino vehículos de sus objetivos”.
“En las religiones, la mujer siempre es un vehículo de los deseos masculinos, lo mismo que en la sociedad: todo tiene que ver con la cosmovisión judeocristiana dominante”, dice Rivas.
—Las sectas en general están lideradas por hombres. ¿Funciona como una alegoría de la sociedad patriarcal?
—MR: Absolutamente. En las religiones, la mujer siempre es un vehículo de los deseos masculinos, lo mismo que en la sociedad: todo tiene que ver con la cosmovisión judeocristiana dominante. El soplo de la vida lo tiene lo femenino. En todas las especies son las mujeres las que dan la vida. Pero se hace un relato del mundo en el que hay un hombre creador, que da un soplo de vida a otro hombre y la mujer se desprende de él. Es como que odiaran tanto la capacidad de procrear de lo femenino, que la revierten: Dios es el padre. Es un relato para decir que lo masculino es más importante. Miguel representa eso, lo masculino avasallador, específicamente, porque no es que todos los hombres sean malos y todas las mujeres, buenas.
—CG: La gente piensa que las sectas son cosas extremas, pero son una réplica en miniatura de cómo funciona una religión o la sociedad. El otro día leí una noticia que decía que en Chile las oportunidades laborales de las mujeres son muy similares a las de algunos países islámicos. Lo peor eran los comentarios de la gente, tipo: “y para qué se embarazan”. No quieren ley de aborto, alegan porque se embarazan. ¿Qué quieren?
—Tamara se rebela contra la imposición de la maternidad. ¿Fue una decisión política en el contexto de los debates sobre el aborto?
—MR: De manera intuitiva, sí. A la mujer sólo se la valora dentro de los años fértiles, sólo son visibles socialmente desde los 13 o 14 años hasta los 40 o 45, que es cuando decae su fertilidad. Nos permiten existir cuando servimos a los objetivos masculinos. La mujer no puede envejecer. Un hombre de 50 años es superjoven, es como que “está en la flor de su vida”. Por eso la niña de la película tiene 12 años, que es cuando empieza a valer para el mundo masculino.
—CG: Yo ahora tengo 31, y aunque no soy vieja, sé que si un hombre tiene 40, en el fondo tenemos la misma edad.
—MR: Exactamente. En Chile y Estados Unidos los políticos quieren normar los derechos reproductivos de las mujeres, pero todas sabemos que si los hombres quedaran embarazados o tuvieran la regla, no se trabajaría esos cinco días a la semana.
—CG: Y no sólo quieren regular la ley de aborto, además critican la maternidad. No hay espacio para ser mujer en este mundo, ejerciendo o no ejerciendo la maternidad.
—Miguel sería la encarnación del mansplaining.
—MR: Claro, encarna el discurso hacia la mujer del tipo: tú tienes que ser esto, tú debes hacer esto. De eso se trata Princesita. Es heavy: por ejemplo, el clítoris no se descubrió en su forma entera hasta 1998. ¡1998! Y ni siquiera saben todavía para qué sirve. Lo femenino es una otredad, porque la norma es lo masculino. La única manera de zafar de eso es una sola: hacer explotar todo.