Luego de filmar el documental La Colorina (2008), sobre la poeta Stella Díaz Varín, el cineasta Fernando Guzzoni (34) adoptó la investigación como método creativo: para su última ficción pasó un año estudiando a bailarines de pop coreano, conversó con ellos, los grabó, los fotografió; aprendió sus biografías y analizó sus miradas sobre la sexualidad, los afectos, la ropa y el baile. El resultado de ese trabajo fue Jesús, una película cuya historia, a simple vista, se asemeja a la del caso de Daniel Zamudio: Jesús (Nicolás Durán), un joven que mantiene una relación compleja con su padre (Alejandro Goic), termina involucrado en el crimen de un adolescente.
La propuesta visual realista y oscura de Guzzoni —quien recibió buenas críticas tras su paso por los festivales de Toronto y San Sebastián— remite a la sordidez de una generación hiperestimulada por la violencia, el sexo, las redes sociales y las drogas. “Había una cosa muy despolitizada en los jóvenes, pero también había actos políticos inconscientes fascinantes, como el uso de los espacios públicos o esta suerte de ambigüedad sexual donde no hay ningún pudor ni tabú. Me pareció muy libre y bonito: ahí hay un statement, quizás no coyuntural ni político, pero que habla de una manera de vivir con más libertad y menos censura”.
—¿Hay algo en común entre esa generación de jóvenes y la tuya?
—Hay patrones comunes: cuando uno es joven hay un cruce de límites. Una diferencia es que hoy hay un mundo abstracto relacionado a internet, una entelequia que constituye estas generaciones nuevas y que antes no existía. También hay menos complejos. Incluso Pinochet para ellos es como una caricatura sacada de un cómic. Son generaciones mucho más informadas, pero hay una vorágine permanente de información que hace que todo sea volátil.
—¿Por qué te interesó abordar la relación padre-hijo?
—Me interesaba la figura patriarcal en Chile, donde está esa tradición de una figura del padre algo fantasmagórica, medio ausente, desde la Colonia hasta la fecha. Me parecía interesante mirarlo desde hoy y dar cuenta de un papá que nace en los 50, que tiene un background político y una vida muy diferente a la de un hijo que nace en democracia. Me interesaba el choque entre estas figuras de dos generaciones que tienen que dialogar desde un espacio afectivo, pero que tienen miradas tan disímiles del mundo que parecen dos desconocidos.
—Trabajas como documentalista, que es como empezaste tu carrera.
—Me parece que la manera de salir de los lugares comunes en el cine es con la investigación. Cuando uno ve películas que caen en lugares comunes tiene que ver con eso, con abordar estereotipos y clichés. Siempre que busco un tema, lo profundizo desde infinitas fuentes.
—¿Qué puedes adelantar de Blanca, tu próximo filme?
—Me inspiro en la historia de Gema Bueno y el cura Jolo, un caso que cruzó todos los estamentos de la sociedad chilena: la Iglesia, el mundo judicial, político mediático; que empezó como un David contra Goliat y que terminó de forma muy inesperada. Es un personaje alucinante: una niña de 20 años que tuvo en vilo a todo Chile durante 11 meses. El foco está puesto en cómo los personajes que parecen buenos son malos y los malos no son tan malos. Hay un juego permanente con la doble moral.