Por Yenny Cáceres Octubre 6, 2017

Blade Runner se instaló como un clásico de la ciencia ficción, del mismo modo que lo hizo 2001: Una odisea del espacio, de Kubrick: era una manera de imaginar el futuro, pero también de repensar el presente. El mundo de Blade Runner era distópico, alienado y desolador, evocado a veces de manera torpe y ligera, como en El quinto elemento, de Luc Besson, o con mayor complejidad, como ocurría en la oscura y perturbadora Children of men, de Alfonso Cuarón.

Los anuncios publicitarios, en esas pantallas gigantes que en aquel entonces sólo parecían un mal sueño, hablaban de las bondades de la vida fuera del planeta, en las colonias espaciales. Era un mundo en que la Tierra era el lugar de los perdedores.

Allí cabían J. F. Sebastian, el diseñador genético que sufría una enfermedad degenerativa y trabajaba para la corporación Tyrell, encargada de fabricar los replicantes, y Deckard (Harrison Ford), el policía especialista en cazar replicantes, al que su jefe describía como un “matadero ambulante”. Deckard era un outsider que ya se había retirado de la policía cuando lo obligaban a aceptar una nueva misión. No sabíamos mucho más de él, pero con eso nos bastaba.

En esta secuela, Villeneuve rescata el espíritu original de la película, y sin duda que el retorno de Deckard/Harrison Ford es uno de los momentos más esperados del filme.

Había una promesa de futuro, pero también la añoranza de un pasado perdido. Los replicantes no tenían un pasado al que aferrarse, y en su versión mejorada, como Rachael (Sean Young), suplían esta carencia con recuerdos implantados. La frase más recordada de la película de 1982, en boca del replicante que interpretaba Rutger Hauer, también aludía a la fragilidad de la memoria: “Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia”.

A estas alturas, Blade Runner es un género en sí misma, y por eso la idea de una secuela resultaba tan inesperada como aterradora. Afortunadamente, Blade Runner 2049 no es otro ejercicio de nostalgia vacío. Denis Villeneuve, el director de Arrival, consigue una secuela que es un homenaje a la cinta original de Ridley Scott, pero que también expande su universo en una película tan bella como triste.

La cinta se sitúa 30 años después de la cinta original, que transcurría en Los Ángeles del año 2019. Tres décadas más tarde, la Tierra es un planeta que ha sido golpeado por una crisis de hambruna, guerras, una rebelión de los replicantes que obligó a prohibirlos, y un gran apagón en que las máquinas dejaron de funcionar y se perdió gran parte de la información y archivos. La corporación Tyrell ya es sólo un recuerdo, y en su reemplazo, la corporación Wallace ha creado una nueva generación de replicantes esclavos, pero obedientes.

K (Ryan Gosling) es un detective de la policía de Los Ángeles que parte a la caza de un replicante de una generación anterior, Sapper, que vive aislado del mundo, cultivando una de las pocas cosas que se pueden cultivar en este escenario apocalíptico: gusanos. En esa búsqueda, K se encontrará con algunas pistas que lo llevarán a Deckard, que ha estado inubicable desde hace 30 años, justo cuando terminaba la cinta original. K lleva una existencia tan solitaria y miserable como la de Deckard. En sus ratos libres escucha a Sinatra y su única compañía es Joi (Ana de Armas), una asistente personal tipo Siri, tan virtual como etérea.

Visualmente, la fotografía de Roger Deakins (Sicario, Sin lugar para los débiles) es un prodigio, destinada a provocar la misma fascinación de la cinta original, al enfrentarnos a este futuro decadente y sombrío. Villeneuve filma con elegancia y su Blade Runner 2049 dialoga en perfecta armonía con la cinta de 1982.

Blade Runner era una mezcla exquisita entre ciencia ficción y el género policial. Se inspiraba en un relato de Philip K. Dick —¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?—, mientras que Rachael parecía sacada de una novela de Raymond Chandler, irresistiblemente guapa e inalcanzable, con su cigarro en la boca, como esas mujeres fatales del cine negro. Deckard era un Philip Marlowe del siglo XXI, igualmente cínico y desencantado de todo.

En esta secuela, Villeneuve rescata ese espíritu original, y sin duda que el retorno de Deckard/Harrison Ford es uno de los momentos más esperados. Deckard encarna a un hombre que ya ha librado todas sus batallas y que no puede escapar de su pasado. Así, se despacha una de las mejores frases de la película: “A veces, para amar a alguien tienes que ser un extraño”.

Tras todo ese envoltorio costoso y sorprendente de la ciencia ficción, Blade Runner, la original y la de 2017, también son la historia de un amor imposible, en medio de una sociedad cada vez más deshumanizada, en que los replicantes sueñan con ser más humanos que los humanos, y en que lo único que nos distingue de las máquinas son nuestros recuerdos.

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