Por Bernardita Bolumburu, académica UDP. Enero 26, 2018

Tuve la oportunidad de visitar a Nicanor Parra un par de veces en el marco del curso Seminario de Shakespeare, impartido por el profesor Rodrigo Rojas, que se dicta en la Escuela de Literatura Creativa de la UDP. Cada año el profesor llevaba a los estudiantes para conversar con él sobre su traducción del Rey Lear, con el objetivo de realizar una clase sobre el autor isabelino, pero finalmente se hablaba de eso y de mucho más. Tuve la suerte de ir a esos paseos. La primera vez fue en invierno del 2011. Nos recibió en el patio de su casa en Las Cruces y nos reunimos en círculo al lado de un manzano. Al otro lado del árbol había un canasto lleno de manzanas que Parra nos invitaba a comer. Todos debíamos tener una manzana en la mano y comerla.

Me acuerdo del frío de ese día, nublado y helado. Yo no encontraba cómo abrigarme más y cómo enrollarme aun más mi bufanda, así que me abrazaba a mí misma, pero mi mano que sostenía la manzana estaba congelada. Él, en cambio, estaba ahí con una estampa que se alejaba de la edad que tenía: sin bufanda, con una chaqueta de tweed y una camisa con el cuello abierto, sostenía su bastón con una energía que hacía parecer que hasta había sol. Y así lo escuchamos contarnos historias de sus viajes, hablar sobre conceptos y rescatar siempre la importancia del habla y de la jerga popular.

 

***

 

La última vez que fui, en 2013, nos recibió en cambio afuera de su casa, en la calle, al lado de la cerca de madera. Habían pasado los años y estaba más cansado, pero lúcido, rápido y ácido como siempre. El día estaba lindo, soleado y hacía calor. Los estudiantes lo rodearon y una pareja que pasaba caminando se unió al evento. Y así, tal como en años anteriores, empezó a hablarles a los pingüinos.  Desde que había ocurrido la revolución estudiantil unos años antes, todos los estudiantes que lo visitaban eran pingüinos. Comenzó a hablar, pero esta vez interpelando a los estudiantes con una pregunta: ¿Quién sería el modelo hoy? De pronto caí en cuenta de que había algo que no podría olvidar. Tenía frente a mí a Nicanor Parra hablando de Homero y sus héroes, Aquiles, Héctor; de Plutarco y la fundación de las naciones; de Eneas y su descenso al Hades.

Mientras avanzaba su monólogo pensé que lo que estaba diciendo era tan interesante y tan significativo que quería recordarlo. Me di cuenta entonces de que probablemente esa sería su última clase a los estudiantes. La última cátedra de este Director Fantasma —como él mismo se llamó— de una escuela de literatura que recibe su legado. Lo escrito es lo que queda, y el hombre está en lo que escribe —como dirá él mismo—, y la historia se nutre de esos registros para contar el pasado y entender el presente. Parte de ese registro que quedó, de esa cátedra que Parra nos entregó ese día parados en medio de la calle, es lo que quiero compartir ahora:

 

“Hay que reírse. El reírse del otro, el burlarse del otro, el que hace eso… está cumpliendo. Si no nos burlamos del prójimo, qué podemos hacer entonces. Esa sería la pregunta para ustedes.  Yo no sé si eso se practica todavía, ah. O sea, el príncipe Hamlet como chacotero, ese es el modelo a seguir, el que no es chacotero… no funca. Y bueno, por supuesto que ahora se ve que esa respuesta de Hamlet no se ve como la respuesta correcta, ah, porque por chacotero lo mataron. El Claudio, el tío y padrastro de él, decidió deshacerse de Hamlet. ¿Por? ¡Por chacotero!

Claro, pero a él le parecía que solamente chacoteando podía vengarse de este padrastro que había asesinado a su padre y que además le había levantado a la señora este, que era la mamá de Hamlet, así que el revoltijo no podía ser mayor”.

Entonces lo que yo les pregunto a ustedes es cuál es el modelo a seguir. Ya se ve que no es Hamlet. Tampoco es Jesús Nazareno, porque a Jesús Nazareno lo mataron los 33. Lo crucificaron. ¿Por? ¡Por indeseable!

Entonces ni Jesús de Nazareno ni Hamlet.

¿Quién entonces? ¿Diego Portales?

“Hay que reírse. Reírse del otro, burlarse del otro... Si no nos burlamos del prójimo, qué podemos hacer entonces. Esa sería la pregunta. Yo no sé si eso se practica todavía, ah. O sea, el príncipe Hamlet como chacotero, ese es el modelo a seguir, el que no es chacotero… no funca”.

Yo dejé de interesarme en Hamlet cuando empecé a leer el epistolario de Diego Portales. Especialmente la carta del 10 de diciembre del año 31, escrita en Valparaíso. Chile es un país… aquí comillas, ah… ‘Chile es un país de H, puntos suspensivos, y de H de P, puntos suspensivos. Pero yo, a los señores H los voy a colgar del P, puntos suspensivos, y a las señoras les voy a sacar la RECH, puntos suspensivos. Firmado: Diego Portales’. Yo por esa frase dejé a Hamlet y dejé a Marx y dejé a Wittgenstein y dejé a Nietzsche. Porque aquí aparece como el maestro absoluto de la jerga popular chilena.

Yo dije me traslado de Hamlet a Diego Portales, y alguien de la universidad me dijo ‘es un buen negocio’.

Otra de las frases clave de Hamlet es ‘to be or not to be’, y un profesor me dijo que para Diego Portales la frase sería ‘to do or not to do’, y es más convincente que ‘to be or not to be’, que resulta una frase un poco, eh… un poco pretenciosa y difícil de concretar. En cambio ‘to do or not to do’, eso se entiende de inmediato.

Y además había otra razón para trasladarse de Hamlet a Diego Portales. Disponemos de documentos para el personaje de Diego Portales. El epistolario, ¿cuántas cartas son? El hombre está en lo que escribe. En cambio Hamlet, ¿cuántas cartas son? ¿Que yo sepa una, no? ¿La carta a Ofelia?

Claro, pero después de Portales, se ve que Portales tampoco, porque a Portales también lo suprimieron. Por insolente, entre otras cosas. Y nos quedamos sin modelo.

Y la pregunta que yo les hago a ustedes, que es la última pregunta, es: ¿cuál es el modelo a seguir? Tampoco es Hitler ni Stalin, ah. Tal vez ustedes quieran retroceder al socialismo utópico. Esa va a ser la tarea para la casa.

¿Entonces qué? ¿Cuál es el modelo a seguir? ¿Un héroe? ¿Hay algún modelo a seguir? Hay varias respuestas para esta pregunta. Una es la siguiente: ¡nada! ¡Urge no hacer nada! Urge no hacer nada. No está mala la frase, ah. Y otra respuesta es: ¡nada! ¡Morir pollo!

Tarea para la casa, entonces, qué, cuál es el modelo a seguir. ¿Habrá algún modelo? Algunos dicen, este, Hugo Chávez, o Fidel Castro. Esa es la tarea que les voy a dar yo.

—¿Caszely, como cuando dice no tengo por qué estar de acuerdo con lo que pienso? —le dice un alumno.

—¿Y puede ser la Violeta? —le dice otro.

Parece ah, a ver espérate…

La Pericona se ha muerto,

no Pudo ver a la Meica;

La Pericona se ha muerto,

no Pudo ver a la Meica;

Le faltaban cuatro reales,

por eso se cayó muerta.

Asómate a la rinconá

con la cruz y la corona

que ha muerto la Pericona,

¡ay, ay, ay!

Claro, eso es insuperable ah. ¿Alguno de ustedes podría cantar otra estrofa?

A propósito de esto, de la Violeta, recuerdo una frase de Manuel Rojas, ese que era un demonio, ah, un diablo absoluto. Me lo aprendí de memoria y dice lo siguiente: “Yo creía que el genio de la familia era Nicanor, hasta que conocí a su hermana Violeta, claro que ahora me quedo con el tío Roberto”. ¿Ubican a Roberto? ¿De la Negra Ester? ¿Ustedes han estudiado a la Negra Ester en la universidad? Ven ustedes que lo que pasa ahí es algo muy grave. Esto se dijo en la época, no es un invento mío. Se dice que Roberto encontró una nueva problemática, un nuevo planteamiento dramático que no existía en la historia del teatro universal. Porque la Negra Ester es un romance entre un cafiche y… ¿conocen esa palabra, cafiche? Entre un cafiche y una prostituta profesional. O sea, a la prostituta no hay que rechazarla, aunque sea profesional, lo que hay que hacer es caficharla. Chupaya, ¡ah! ¡Ayayay! ¿Habrá algún modelo?

Lumbago tengo, ¿lumbago se llama esto? Uno de los poetas surrealistas… ¿se acuerdan del surrealismo?, ¿de la revista Mandrágora? ¿Quiénes eran los mandragorianos? Braulio Arenas, Enrique Gómez Correa. Y el pobre Enrique Gómez Correa cayó enfermo de lumbago cuando tenía poco más de veinte años y duró unos cuantos años con sus bastones y se murió enfermo de lumbago. Y también hay otro ñato famoso que sufrió de lumbago: Onetti. Los últimos cuatro años los vivió Onetti en la cama, no podía ni siquiera apoyarse en muletas, ni en burritos. ¿Conocen los burritos?”.

 

Nos quedamos en silencio. Entonces, aprovechó para terminar su clase. Silencio. Sonido de llaves. Risas nerviosas de los presentes. Abrió su escarabajo, se subió, lo encendió. Pero no partió a la primera. El auto se prendió y se apagó un par de veces. Finalmente, pisó con fuerza el acelerador hasta calentar el motor. Logró echar la marcha. La salida de escena de Parra en su Parramóvil. Los estudiantes estaban alegres y asombrados. Aplaudieron con fuerza. Al fondo de la calle dobló a la izquierda y ya no lo vimos más.

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