Por Alberto Fuguet Febrero 16, 2018

Un par de meses atrás, Llámame por tu nombre estaba en las listas imaginarias no sólo para ganar todos los Oscar, sino para convertirse en un hito del cine gay a la par de Brokeback Mountain. Hoy parece probable que no gane ninguno. Películas más pedestres que conjugan varios temas de moda, como la infumable Tres anuncios por un crimen, la van a opacar. Su temperatura-de-lobby se ha ido enfriando porque en unos pocos meses pasó de ser una cinta relevante, al día, a transformarse en lo que quizás realmente es: un romance de elite entre dos americanos que pasan, muy a la Henry James, el verano de 1982 en el norte de Italia. Elio es culto y —legalmente— menor: un tierno alfeñique de 17 interpretado por un muy buen Timothée Chalamet, nominado al Oscar. En cambio, Oliver (Armie Hammer, con su belleza clásica americana) tiene 24 años en el guion, pero se ve de unos treinta.

Duda al pasar: ¿qué hubiera pasado hoy si esta cinta hubiera sido acerca de una chica menor de edad y un tipo de treinta? El tema de la edad y el consentimiento —Elio quiere, Oliver duda— al parecer no son importantes y todo ocurre bajo el alero de una familia cariñosa y liberal, en un país “exótico”. Llámame por tu nombre intenta ser sutil; esa es su gracia y a la vez en donde tropieza. No es realmente acerca de un amor prohibido, sino de un primer amor de verano que, por cierto, durará hasta que deje de hacer calor. Acá la minoría no es LGBT, sino esa minoría scottfitzgeraldiana de gente rica, progre y sofisticada. Es una cinta bella, refinada y sexy. Es intrínsecamente romántica. Cuesta no quererla porque Elio te conquista y, con 36 grados en Santiago, la idea de veranear y amar así seduce: un amor prohibido no tan prohibido que transcurre en un pueblito cerca del mar, con lagos, pastizales e iglesias. Mucho lino, mucha sandalia, mucha brisa y nadie cerca, excepto los veraneantes privilegiados.

"Luca Guadagnino dirigió una cinta emotiva pero contradictoria y desencajada: una película gay familiar y acerca de la familia, orientada a conquistar a todos, usando todos los recursos."

Quizás la verdadera cinta gay o prominorías de la temporada sea la exitosa La forma del agua, un filme Disney para adultos que se aprovecha de manera burda del discurso love is love. En este remix A de la cinta B  El monstruo de la laguna negra, el clásico trash de Jack Arnold de 1954, lo que importa es cuán fuerte puede ser el amor (aunque prevalece el abandono y la soledad), por lo que las escamas, la imposibilidad de tener sexo o el bestialismo son meros baches en el camino a la redención y a un final feliz emo. El agua quizás no tiene forma, pero la deformidad es el nuevo chic. El monstruoso e infantil Guillermo del Toro hace una cinta de monstruos que no asustan: lo terrorífico es ver cómo la película conquista a los incautos.

Quizás es mejor que Llámame por tu nombre no sea tan abrazada como sus directores querían. Es, sin duda, un filme que lo quiere todo y muy capaz de embaucar. Su meta es clara: una película para románticos (acá apareció para San Valentín…), más allá de cualquier orientación o prejuicio. La película es tan libre, tan más-allá-de-todo, tan insanamente desprejuiciada que parece sospechosa. Es una obra aspiracional, fantasiosa, del querer-ser o de cómo debimos ser. Flacos, bellos, cultos, ricos, libres. Nada de veraneos en carpa comiendo hamburguesas: estos americanos de los 80 aman tanto Italia que dejan a Diane Lane en Bajo el sol de la Toscana como una turista que viaja en económica. Es la cinta ideal para que un chico gay invite a su madre y luego vayan a tomar helados. Busca complacer a todos y tiene pavor a ser demasiado sexualizada. La meta es clara: universalizar el deseo. Un primer amor es un primer amor; todos los que lo han sufrido podrán empatizar. Pero no por eso debe sanitizarse tanto.

El arte gay siempre tuvo algo transgresor, peligroso. A veces tanto que no se podía estrenar o publicar. Era un arte que se hacía cargo de una pasión cuestionada por el resto. Pero lo gay ya no es tema y eso quizás es un avance. Pero falta algo —miedo, deseo, terror, culpa— cuando se hacen obras “del tema” que no se atreven a ir más allá. Hasta la ridícula saga Cincuenta sombras es más jugada a nivel sexual. O quizás yo no entendí nada y la cinta —tal como La forma del agua— es sobre una conexión donde el pene y el sexo no hacen falta. Esta es la cinta gay más romántica en años, pero la más pudorosa también.

Lo que hace su director, el italiano Luca Guadagnino, es pasteurizarlo todo (algo que nunca hizo antes; sus filmes eran cajas de erotismo y perversidad). Opta por erotizar más que nada el entorno y lo hace bien. Uno sale sudando y con ganas de irse a la costa, pensando que el verano no es verano si no es como en esta película. Es, sin duda, una fantasía. En esta cinta con sobreabundancia de shorts y pantorrillas, los duraznos parecen frutos sexuales, los pastizales vellos púbicos, el agua es penetrada por el sol. Pero a la hora de sexualizar los cuerpos, se queda corta. La escena ardiente y necesaria no llega. O aparece en la mitad (lo mejor del filme es la embriagadora espera, la duda, en esta era de Tinder y Grindr), pero cuando sucede la cámara se corre hacia la ventana, a la sinfonía de árboles donde estos americanos conversan en tres o hasta cuatro idiomas.

"La cinta tiene pavor a ser demasiado sexualizada. La meta es clara: universalizar el deseo. Un primer amor es un primer amor; todos los que lo han sufrido podrán empatizar."

Es cierto: nadie filma trajes de baño como Guadagnino, y el momento en que Elio se erotiza con el bañador de Oliver es tan conmovedor como tierno, pero hay algo que no suma, que hace parecer todo una versión Hollywood de las cintas veraniegas europeas de Éric Rohmer. El personaje de Oliver es, en ese sentido, como la película: americano, no tan sofisticado como cree. Es curioso, pero no tanto, flexible quizás, pero con todo claro: volverá a su casa y se casará y tendrá memorias inolvidables. La narración será un thriller para los que no han padecido amores así; para los que sí lo han hecho, la gracia de la cinta es saber lo que va a pasar, pero no del todo cómo. Como toda historia de amor que merece contarse, alguien o los dos saldrán heridos. El notable plano final es uno de los puntos altos de la película y del año.

Qué ganas de haber visto lo que el gran James Ivory, ridiculizado en los 80 por estilizado, hubiera hecho como director de esta película, basada en la gran novela de André Aciman. Ivory es especialista en filmar cómo un sitio ajeno o alguien inesperado pueden remecer tu pasión y tu identidad. Sus dos adaptaciones de novelas de E. M. Forster son clásicos: Un amor en Florencia y Maurice. En ambas mezcló sensualidad, crítica social y humor con represión y deseo. En Llámame por tu nombre se encargó sólo del guion, y con 85 años está nominado al Oscar a Mejor Guion Adaptado por esta cinta en extremo silenciosa, donde se muestra más de lo que se habla. Merece ganar, pero tomó la decisión de destrozar el libro, desechando por completo su base: el recuerdo. La cinta es en presente y la novela pura remembranza, pero la decisión es correcta porque la historia es demasiado delicada para acorsetarla con una eterna voz en off. Dicho eso: Ivory debió dirigirla, pero a los productores les pareció muy veterano. Él ha dicho que su versión hubiera tenido desnudos frontales, porque esa es la base de la trama: dos cuerpos que se atraen, se necesitan, se desean. Puesto que ambos personajes son hetero o no se preguntan si son gays —ambos tienen lazos con mujeres—, el hecho de que exploren sus cuerpos es clave. Llámame por tu nombre no es acerca de salir del clóset; es sobre no creer en el armario y rechazarlo antes de que fuera compulsivo salir de él.

Fetichizada con justa razón por el mundo gay, que no sólo la está elevando como la película de la década (es una cinta sana, transparente y sin violencia, lo que es un agrado) sino como un testimonio de los recuerdos que hubieran querido tener como propios. Es un filme wanna be que apuesta por cómo quisiéramos haber sido, más que cómo fuimos. Creo que, con todos sus ripios, merecía más nominaciones. Crecerá con el tiempo.

Pero la caída de sus bonos le hace bien. La hará ser lo que no quiso ser: de nicho. Y una cinta para llorar. Al menos yo lloré. Porque posee grandes momentos y, para ser justo, me embrujó como una primera cita con un tipo que te seduce por completo, pero que al día siguiente deseas bloquear. Llámame por tu nombre tiene tanto para seducir como para bloquear. Su misma banda sonora es casi inmoral: mezcla grandes hits de los 80 (Giorgio Moroder y su “Lady, lady, lady”; o “Love My Way”, de The Psychedelic Furs), que acompañan a los personajes a bailar bajo las estrellas, con otros temas obvios y kitsch de Sufjan Stevens, en secuencias en donde el filme alcanza sus peores momentos.

La película insinúa tres temas que quedan de lado entre tanto vino y pasta fresca, y es raro que no hayan provocado más debate. Uno: la orientación sexual es fluida, por lo que, en rigor, la cinta es acerca de un primer amor y no de un amor gay (a ambos les gustan las chicas). Dos: el menor de edad es el cazador; y Oliver el acechado y seducido. Tres: el padre de Oliver es cómplice y acaso voyeur, y lo que al final siente por el affaire que ha sucedido frente a sus ojos parecen celos.

Pero en el mundo real no todas las familias son tan progres, ni están encerradas en su burbuja de arquitectura y arte romano. Esta es una cinta acerca de gente cuya ideología es el tono. No despertar a nadie durante la hora de la siesta. No desentonar. Llámame por tu nombre no dice las cosas por su nombre: sabe lo que quiere pero no se atreve a decirlo de frente. Todo es lateral. ¿El padre es gay o también tuvo una pasión así de adolescente? No es tolerante, sino algo así como poco resuelto, dañado. Impacta que sea tan cómplice. Es el padre que todo chico confundido quiso tener, pero por suerte no tuvo. Lo más aterrador de esa villa son los padres: vanos, fatuos, adictos a la Cultura con mayúscula.

Luca Guadagnino dirigió una cinta emotiva pero contradictoria y desencajada: una película gay familiar y acerca de la familia, orientada a conquistar a todos, usando todos los recursos. El padre es tan liberal que cuando Elio se ríe de una patética pareja de gays viejos, que están vestidos con trajes que parecen  hechos de gelato, el pater familias salta en defensa de los veteranos chillones que, al parecer, no necesitan que nadie los proteja. Luego Oliver le dice a Elio: mi padre me mataría si fuera gay. Al final a Elio se le quiebra el corazón pero sobrevive, porque tiene mejores padres que el resto. Padres de papel, imaginados, que lo ayudarán para siempre: buena onda, libres, cool, finos, progres.

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