Por Diego Erlan* Marzo 31, 2015

Tiene los ojos irritados.

Agustín puede notarlo ni bien ella abre la puerta del edificio. Ni bien empieza a bajar las escaleras sin mirarlo.

-Tengo que decirte que estoy paranoica.

Agustín le da un beso y empieza a caminar mientras Isabel cuenta que acaba de presenciar la escena más patética de la historia. Ella se ríe. Ella respira. Patética, comenta ella y Agustín no responde. Ella sabía que él iba a estar de mal humor porque se vino a la fiesta de la amiga sin avisarle.

-No era una fiesta -aclara ella-. Era una reunión de padres queriendo tener de nuevo veinte años. Y lo peor es que no les sale.

En la esquina, Agustín levanta la mano para llamar a un taxi estacionado en la otra cuadra. Ella dice que no deberían tomar más taxis. Agustín no responde, el taxi se detiene y ella abre la puerta y sube. Agustín le indica al conductor la dirección de la casa de Isabel en Almagro.

-¿Estás enojado?

-No.

-Te conozco.

Una semana antes ella le había pedido que la acompañara a esa reunión organizada por los padres de la escuela de la niña. Ella sabía que iba a ser lo mismo de siempre: gente aburrida y burguesa hablando de hijos perfectos. Y no tenía ganas de ir. Menos sola. Agustín no tenía planes y si los hubiera tenido habría aceptado de todos modos. Esa misma tarde ella lo llamó para decirle que la niña se había puesto caprichosa y no quería quedarse en casa de la abuela así que debía cancelar el programa. No le quedaba otra que alquilar alguna película para ver hasta que la niña se durmiera.

-Sabía que ibas a estar así. Por eso afané un porro para vos.

-Eso se llama culpa.

-Nada que ver.

-Es evidente.

Llegan a la casa. En el ascensor ella cierra los ojos, apoya la cabeza sobre el espejo y le cuenta que se puso a escribir a escondidas en la habitación del nene porque lo que veía era tan patético que podía ser la escena de una película.

-Imaginate a todos bailando, aparentando ser felices.

Ella se muerde el labio inferior y levanta las cejas. Tiene las llaves en la mano. Empieza a reírse mientras abre la puerta del departamento.

-No fueron todos, éramos como quince -dice en el sillón mientras se quita las botas.

-¿Hay vino? -pregunta Agustín, y ella dice que debe haber uno abierto en la cocina. Agustín cruza el pasillo y encuentra una botella en la mesa, apoyada sobre una nota de Sofía que, con letra irregular y rodeada de corazones, le pide que la perdone y que la quiera para siempre. Agustín se sirve en un vaso y le pregunta dónde está la niña.

-Al final mamá vino a buscarla y se la llevó al cine y después a comer. Antonio iba a pasar por el McDonald’s.

Agustín la escucha hablar mientras se acerca para sentarse. Ella mantiene los ojos cerrados, los pies descalzos, las piernas acurrucadas en el sillón.

Recién al sentarse ella abre los ojos.

-Ves que estás enojado.

-Te dije que no.

-Te conozco.

-¿Y cómo sabés?

-Porque no me ofreciste vino.

Ella le saca el vaso y dice que podría haber agarrado una copa del aparador.

Agustín no responde.

-Me di cuenta de algo -sigue ella-: la gente más grande toma mejores vinos que ustedes.

-Tienen más plata.

-No es una cuestión de plata.

Agustín le saca el vaso y ella vuelve a avisarle que está paranoica.

-A mí las drogas me drogan más que a la gente normal.

-Sos diferente -dice Agustín.

-Soy especial.

Agustín le pide el porro y ella dice que lo tiene en la cartera. Se levanta como si el cuerpo le pesara y llega hasta la silla, abre la cartera, encuentra el cigarrillo y se lo alcanza.

Agustín pregunta si tiene fuego.

-Eso es lo que estoy buscando -dice ella arrodillada frente a los cajones de la biblioteca.

Ella vuelve con el encendedor y se sienta, acurruca las piernas y lo mira.

-Hoy Sofía me preguntó si tenías novia.

-¿Y qué le dijiste?

-Obvio que no. No le iba a romper el corazón. También me preguntó por qué siempre usás los jeans rotos.

-Supongo que le explicaste lo que es tener onda.

-Una onda marginal -dice mientras agarra el cigarrillo que Agustín le tiende. Y fuma. Ella piensa que tal vez todo esto sea una obra de teatro y que ella, tan buena actriz, sigue compenetrada en su papel.

-Todo esto es una escenografía.

Agustín no entiende.

-Eso. Que soy una actriz genial interpretando a un personaje que tuvo una vida de mierda. Esta es una escena más.

-Somos actores, entonces -dice Agustín.

-No te des vuelta. Atrás nuestro está el público. La escenografía es el living de una casa. Un sillón gris, una biblioteca blanca, una muñeca sin cabeza en el piso. Todo lo que vayamos a decir forma parte del texto. Incluso esto.

-¿Y en la obra puede pasar de todo?

-Esto es la obra.

Agustín le pellizca un pezón mientras le da otra pitada al cigarrillo.

-Eso también -dice ella.

Agustín se da la vuelta y ella repite que no puede mirar al público, que escuche las respiraciones de los espectadores, que escuche el silencio de la escena.

-Sólo escucho el ascensor.

Ella le saca el cigarrillo y Agustín se enfoca en los libros en francés de la biblioteca. Nunca podrá leer a Proust, se dice, nunca podrá leer todo lo que ella leyó alguna vez.

-¿Alguna vez  te lavaron el estómago? -pregunta ella, pero Agustín no la escucha. Entonces ella le agarra la cabeza con una mano y se la hace girar.

-Pará -dice él.

-Interpretá tu papel.

Agustín le acaricia otra vez una teta.

-Una obra para menores de dieciocho.

Agustín le da un beso y ella se aleja y se acomoda en el sillón con el cigarrillo entre los dedos.

-No te enojes -le dice ella-. Era una reunión aburrida. No daba llevarte.

-Seguro que había algún padre soltero, algún viudo.

Ella se ríe.

-No, algún viudo no. Algún divorciado, quizás.

-¿Quién?

-El ex de mi amiga.

-¿De quién?

-No te lo voy a decir.

-¿Por qué?

-Porque no.

-Es al pedo. Siempre hacés lo mismo y empiezo a pensar estupideces.

-No pienses.

Ella se levanta del sillón, le tiende el porro y camina hasta la biblioteca. Tiene la planta de los pies sucia. Se agacha hasta el equipo de música y busca un disco de Pulp: Hits. Agustín pregunta qué hicieron en la reunión y ella responde que tomaron vino, fumaron porro y pusieron un par de temas de los ochenta. Después bailaron.

-Todos movían esos cuerpos fofos -dice ella-. Esos cuerpos dejados. Y te das cuenta de que ninguna pareja es feliz. Porque se dejaron estar.

-¿Cómo te das cuenta?

-No sé, te das cuenta.

-¿Cómo?

-Por las miradas. Por las cosas que se dicen. Porque en realidad no hacen lo que tienen ganas de hacer. Porque se odian.

-¿Y vos con quién bailabas?

-Sola.

-Y con el ex de tu amiga.

-No, es el ex de mi amiga.

-¿Y?

-Y él estaba en la otra punta.

-Entonces te pusiste a bailar en medio del living. Mientras todos te miraban.

Ella cierra los ojos y escucha la música. Mueve la cabeza, mueve las manos. Baila.

-Estaba rodeada de tipos casados que me querían coger.

-Y vos te querías coger a los tipos casados.

Ella niega con la cabeza. Y canta: Do you remember the first time? Y lo señala pero Agustín no se mueve y le da una larga pitada al cigarrillo y mira los libros y la mira a ella moverse con cierta torpeza, como si estuviera rodeada de tipos.

-Eran todos fofos y aburridos -dice ella.

-Tienen buenos vinos, tienen marihuana, tienen un departamento sobre Libertador -dice Agustín mientras se levanta para bailar con ella y la agarra de la cintura sin que ella deje de moverse-. Y estrenaste la pollera nueva para la fiesta.

Pareciera que ella no lo escucha y pregunta qué piensa hacer porque ella no puede hacer nada: ya le dijo que está paranoica y todo el departamento le da vueltas.

Agustín deja la tuca apagada sobre un estante y agarra a Isabel del brazo.

-Vamos a la cama -dice Agustín.

-Lo tengo que pensar -se ríe ella y pone su dedo índice en la boca, gira los ojos y señala a Agustín, Do you remember the first time?, susurra, y deja caer la cabeza hacia atrás. Después, lo conduce por el pasillo y mientras apaga las luces, se acuerda que debería depositar las expensas.

Agustín quiere que se calle. La empuja contra la pared mientras piensa que a él le hubiera gustado verla bailar entre esos tipos embarazada de Sofía. Y se arrodilla para besarle los pies descalzos mientras sube sus manos por las piernas hasta levantarle la pollera.

-¿No tenés bombacha? -pregunta Agustín.

Y ella empieza a reírse hasta dejarse caer al suelo junto a él.

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