Miren a Megan Fox. Miren el cuerpo de gringa sexual y jodida que tuvo que partir bailando de niña en Tennessee para llegar al cine y descubrir lo evidente: que nadie podía dejar de verla. Miren a Megan Fox y fíjense en sus tatuajes. En el verso de Shakespeare. En el poema sobre la niñita del corazón roto. Mírenla y dense cuenta de que verla en cualquiera de sus próximas películas, como Gatúbela o Jennifer's body, nunca será suficiente. Porque a Megan hay que leerla. Y eso, que parece tan simple, es lo que ninguno de los pelmazos que postean en su sitio oficial logrará entender. Riámonos de ellos.
www.meganfox.com