Después de La buena vida, aquel retrato crudo -y subvalorado- de un Santiago poblado por seres anónimos y solitarios, Andrés Wood (Machuca) regresa a la dirección con un personaje icónico, casi intocable: Violeta Parra.
En Violeta se fue a los cielos -que se inspira en el libro homónimo de Ángel Parra, hijo de la cantante-, Wood asume una decisión arriesgada: no sólo evita contar la historia de Violeta Parra como una biografía tradicional y cronológica, sino que prefiere detenerse en episodios, e incluso, capturar atmósferas emocionales. Es una estructura compleja y ambiciosa, porque son varias las Violetas que se cruzan en este relato: la niña que pierde la inocencia, la madre ausente, la guardiana del folclor, la mujer que no renuncia a su sexualidad.
Como siempre en el cine de Wood, la parte técnica es impecable, especialmente gracias a los aportes de Miguel Joan Littin (dirección de fotografía) y Rodrigo Bazaes (dirección de arte). Este último, además, es uno de los guionistas, junto al cubano Eliseo Altunaga, el dramaturgo Guillermo Calderón y el propio Wood.
Desde antes de su estreno, la actuación de Francisca Gavilán en el rol de Violeta había generado grandes expectativas, las que cumple más allá de lograr un extraordinario parecido físico con la cantante, ya que la estructura de la película obliga a que todo el peso dramático recaiga en ella. Pero esta misma estructura episódica a ratos le quita fuerza -y hasta emoción- al relato y empobrece el desarrollo de otros personajes.
Quizá el mejor logro de la película de Wood sea retratar la complejidad de Violeta Parra, eludiendo el recurso fácil ("Gracias a la vida", uno de sus hits, sólo aparece en los créditos), optando por mostrarla en toda su intensidad y sus contradicciones. Es una Violeta en fuga, inasible, un mito que se escapa al juicio de la historia, imposible de atrapar o reducir a una película de casi dos horas.