
Playa, caipiriña, fiesta, música, cerveza. Después de días viviendo esa vorágine que es Río, descubrir un rincón tranquilo hace bien. Así, el mejor escape es el majestuoso Teatro Municipal de Río de Janeiro. Ése que fue creado hace más de 100 años, inspirado en el Palacio de la Ópera de París, pero que recién hace cuatro recuperó su esplendor, tras 18 meses de restauración.
Pagando 10 reales se accede a uno de los tres tours diarios. Antes, un acto imperdible: levantar la vista hacia el techo y admirar una enorme águila cubierta con más de 8 mil hojas de oro. Adentro, lo que sigue es mágico: un gran hall revestido de cerámica esmaltada con motivos babilónicos que combinan con lámparas, estatuas y espejos traídos desde Siria. En el segundo piso, el estilo se vuelve francés: pasillos, escaleras y balcones de mármol u ónix verde, además de vitrales, pisos de mosaico y techos con cerámicas detalladamente pintadas, todo creado con piezas traídas desde Italia, Alemania y, claro, Francia.
Al final, la nave central con más de 2 mil butacas, balcones revestidos en oro y un cielo pintado con “La danza de las horas”, del italiano Eliseu Visconti, quien también fue el autor de un reciente hallazgo: arriba del telón, se encontró durante la restauración una enorme pintura de Visconti que permanecía allí desde 1935. Ahora, continúa oculta y sólo es expuesta frente a alguna visita ilustre, como el Papa Francisco, que estuvo aquí el año pasado. En suma, un verdadero tesoro carioca.