Por Yenny Cáceres Septiembre 25, 2015

Con todo ese oficio del cine argentino para construir películas con vocación masiva sin insultar al público, El clan, de Pablo Trapero, es una película fascinante, que se sigue como si fuera un policial o una cinta de terror. Es la Argentina de los años 80, en la agonía de la dictadura militar y los primeros años de regreso a la democracia, con Raúl Alfonsín como presidente. Basada en una historia real, Arquímedes Puccio (Guillermo Francella) es el padre de una familia numerosa, donde destaca Álex (Peter Lanzani), figura de un equipo de rugby. Pronto, esa aparente normalidad se revelará como falsa y se descubrirá que bajo la fachada del dueño de una rotisería se esconde un siniestro criminal.

Ya conocíamos del talento de Trapero en películas como Leonera o Carancho. Aquí, en El clan, filma con bravura y energía, al ritmo de las canciones de The Kinks o Creedence, que no están de adorno, sino que nutren el pulso de la narración. Así, en una de las mejores secuencias, elige un clásico ochentero, el “Wadu-Wadu” de Virus, como la síntesis perfecta entre el sexo desatado y la violencia infernal.

El clan es un potente retrato de la esquizofrenia de los años 80 bajo dictadura —con evidentes ecos en la realidad chilena—, la esquizofrenia de un hombre como Arquímedes Puccio que, impasible, seguía barriendo o regando la entrada de su casa mientras en el sótano tenía a personas secuestradas. Trapero intenta filmar la locura y adentrarse en la desquiciada mente de esos hombres de civil, los más despreciables esbirros de la dictadura militar, agentes de inteligencia que funcionaban en las sombras. Esos monstruos que estaban ahí, a la vuelta de la esquina.

 2“El clan”, de Pablo Trapero.

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