Jack cumple cinco años sin haber visto nunca a otra persona más que a su madre. Desde que nació, ha vivido en un cobertizo junto a ella, que permanece secuestrada desde hace siete años por un hombre al que Jack sólo conoce como el “viejo Nick”. Este es el mundo de Jack y con ese mundo le basta, y ese mundo también tiene un nombre simple y directo: la habitación.
Un relato que suena tristemente conocido, y lo es: se basa en un libro, Room, de Emma Donoghue, que a su vez se inspira en la macabra historia del austríaco que abusó y mantuvo a su hija cautiva junto a sus hijos por más de 20 años. Pero uno de los méritos de La habitación es que justamente se aleja de todo lo escalofriante y morboso que supone recrear un episodio de este tipo.
La habitación tiene una primera parte que estremece por todo lo que no dice y porque está contada casi como una fábula, desde la mirada inocente de Jack: desde su mundo, el de su habitación, donde cada objeto tiene su nombre y las personas que aparecen en la tele son tan irreales como los monitos que ve. Y donde su madre (Brie Larson, candidata al Oscar y ganadora del Globo de Oro por este papel) lo es todo, también, y así los vemos, como cualquier hijo con su madre, con las peleas cotidianas, con los juegos secretos, con las risas cómplices, esquivando el espanto.
Hacia la segunda parte, la película da un giro y se sumergirá en una mirada más realista, perdiendo fuerza y ese sutil equilibrio de la primera parte. Aun así, algo de esa delicadeza queda, especialmente para mostrar cómo una mujer que se convierte en madre, a pesar de todas las culpas y los errores, es mucho más que eso: un mundo y un todo.
“La habitación”, de Lenny Abrahamson.