Por Alberto Fuguet Febrero 12, 2016

Gane o no todos los Oscar a las que está nominada (aunque faltó Michael Keaton), lo cierto es que Spotlight: En Primera Plana ya es un triunfo. Que haya sido cotizada entre tanta cinta correcta, académica, wanna-be y megalómana (sí, El renacido) es sorprendente. Este tipo de cintas, austeras, contenidas, incluso distantes, tienden a quedar fuera. Pero Oscar o no, Spotlight es estupenda. Y lo es no tanto por las razones que se creen (hecho verídico, el patrón Iglesia Católica-pedofilia, rol del periodismo en la sociedad) sino por cómo no se deja tentar por esos grandes temas y entiende lo que todo periodista debe entender al reportear: lo importante acá es la historia. Spotlight se concentra en mostrar, por dentro, cómo se reportea, cómo se trabaja en equipo, cómo el periodismo poco y nada tiene que ver con la literatura o la inspiración y sí con los cierres y los despachos (el que escribe todo lo que se reportea es el personaje del gran Mark Ruffalo, sin que por eso se produzcan celos del resto del equipo de Spotlight, encargado de reportajes de aliento mayor).

Y al hacerlo así, sin tentarse, sin nunca dejar el punto de vista de los reporteros de The Boston Globe, el director Tom McCarthy crea una cinta mayor. El rol del periodismo, la perversión de una Iglesia que no quiere ver, la complicidad de los fieles, la idea de una ciudad grande como pueblo chico, todo eso está, pero más atrás. Acá importa reportear e indagar en los lazos profesionales-afectivos (pero nunca románticos) que se van formando entre los reporteros y entre estos y las fuentes (grande Rachel McAdams). El filme da pinceladas de sus vidas privadas, pero tiene claro que ese no es “el tema”. Acá lo que importa es la investigación. Cuando el equipo liderado por Michael Keaton cree que ya ha cercado a los culpables, el nuevo editor (Liev Schreiber) recomienda seguir e ir hasta lo más alto: el cardenal. Quedarse en una sola parroquia o en algunas víctimas es no entender el tema real, les dice Schreiber. En eso la simbiosis entre el director de la cinta con el editor es francamente notable y quizás la razón de que todo funcione tan bien.

Spotlight conversa con esa obra cumbre que es Todos los hombres del presidente, de Alan J. Pakula. En ambas uno sabe el final y quizás por eso el thriller gana en intensidad. Washington aparecía allí como una ciudad de sombras, de poderes ocultos; acá Boston es luminoso y la idea detrás es casi más alarmante, pues al rato queda claro que toda la ciudad sabe y nadie quería molestar o incomodar a la Iglesia. En un momento incluso aparece una casa que perfectamente podría ser la puerta de entrada de la cinta El club de Pablo Larraín, pero McCarthy prefiere no entrar a esa casona de curas removidos por el arzobispado. Sí deja a sus reporteros golpear puertas y, cuando se trata de las víctimas, sorprende cómo logra que uno entienda todo sin tener que refocilarse en el sufrimiento (McCarthy sabe cuándo cortar). Spotlight será de culto en las escuelas de periodismo, hará que muchos quieran ser periodistas, pero el director no romantiza, los hace más grandes reporteros que héroes, no cree que son perfectos (¿por qué no se la jugaron antes?) y tiene uno de esos finales para aplaudir: el día en que por fin aparece el reportaje no hay abrazos o champaña sino lo que hay que hacer es contestar y contestar teléfonos. ¿Quién llama? ¿Otros reporteros para felicitarlos? No, más víctimas que desean compartir sus abusos. El diario y la vida deben seguir.

“Spotlight: En Primera Plana”, de Tom McCarthy.

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