Por Marisol García Marzo 18, 2016

El pop podrá tomar en adelante mil rumbos y acoger todas las renovaciones que le vengan en gana, pero el arquetipo de la cantante indómita al frente de una banda filorrockera nunca dejará de ser una fórmula atractiva. En parte, la combinación de riffs y canto femenino atribulado condensa la intensidad emocional asociada a la juventud y los años de definición de la propia identidad en torno a las relaciones y el sexo.

La inglesa Florence Welch consigue que la fuerza que transmite al cantarnos sobre sus confusiones se encauce con elegancia en melodías dóciles y en una electricidad compatible con la difusión radial. Su furioso pelo colorín sólo contribuye aún más a distinguirla en su carácter, mezcla del tórrido estilo de la era psicodélica y de blues rock (nombra a Grace Slick y Stevie Nicks como dos referentes) y la finura de cierta tradición de poesía inglesa que la cantante asegura seguir y citar (Ted Hughes, por ejemplo).

Su presencia este fin de semana en un Lollapalooza-Chile carente de megaestrellas tiende un lazo a una tradición roquera que no cansa ni pasa por modas: el sentimiento ideal para corear en vivo, en cómplice identificación con una figura del pop europeo dispuesta a confesar que autoboicotea aquello que no sabe cómo manejar. Tal como uno. “¿Acaso construí este barco para encallar?”, repite el estribillo de una de las mejores canciones de How Big, How Blue, How Beautiful, su último disco. Es una certera imagen para describir una relación amorosa que no avanza como debiese. Es la culpa, la confusión, la necesidad que afloran en un canto magnético, ideal para escuchar a campo abierto.

Florence + The Machine. Domingo 20 de marzo, 22 h, festival Lollapalooza-Chile.

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