Constitución 57, Bellavista, Providencia.
Y, casi de improviso, Bellavista se convirtió en un enclave de cervezas. Eso de estar cerca de oficinas y salas universitarias, haciendo más fuerte que nunca la unión entre trabajadores y estudiantes en torno a una jarra o botella, reforzó un espíritu chelero presente por décadas en la incombustible calle Pío Nono. Como suele pasar, los viejos estudiantes crecieron, volcándose a productos de mayor calidad. KrossBar, el más artesanal Loom, Jardín Mallinkrodt, Uncle Fletch o el más mainstream Dublin forman parte de un club al que hace poco se unió Kunstmann Kneipe (taberna en alemán). Tal como en 1994 cuando desde Valdivia anunciaron que otro mundo era posible en el ámbito cervecero, ya desde hace varios años que mantienen un exitoso local en las afueras de la capital de la Región de Los Ríos. Esa experiencia la traen a Santiago.
Un saber que se nota. Posee zona al aire libre para fumadores todoterreno para estos días fríos, un salón interior amplio con mesas altas y bajas, calidez en tono madera, junto a una barra larga donde más de 20 llaves proveen de lo necesario: cerveza, y mucha. Tanta variedad sólo indica dos cosas: los míos y los tuyos. Aparte de sus etiquetas más conocida —Lager, Bock y Torobayo—, lucen ediciones limitadas que a ratos aparecen en supermercados —Gran Torobayo, Anwandter— junto a ejemplares hasta hace poco sólo disponibles para sus parroquianos sureños. Una Lager sin filtrar y una nueva Session IPA de amargor de buen amargor y poder (desde $ 2.700 a $ 7.000). También hay invitados especiales, marcas más pequeñas: Szot, D’olbek, Guayacán y la Unión Cervecera de Los Ríos. Su comida, alemanota, recia, abundante, cumple. Quizá podría ser más suave de textura y mayor la humedad de su crudo ($ 3.100 y $ 8.100) viniendo de donde vienen, pero hay otros platos con un perfil interesante que acompañan muy bien el festín cervecero. Cosas como el Currywurst ($ 6.300), gorda bañada en salsa de curry con papas fritas y ensalada, aparte de costillas de chancho, sándwiches de salmón y hamburguesa, que refuerzan el debut auspicioso de un bar que, parece, llegó para quedarse.