Master of None, de Aziz Ansari. En Netflix.
Enamorarse en estos tiempos puede ser una experiencia terrorífica. Ya lo supo David Fincher en ese maravilloso final de The Social Network, donde veíamos a Mark Zuckerberg, el creador de Facebook, el genio de Harvard que a sus veintitantos ya era un billonario, hacer lo que haría cualquier otro tipo de su edad: esperar con angustia, con la guata apretada, sin despegar la vista del computador, que su ex aceptara su solicitud de amistad en Facebook.
De esos miedos contemporáneos, de ese terror a que no te contesten el WhatsApp, de ese tiempo sin tiempo, eterno, entre que mandaste un mensaje y esperas que ese otro, que no es cualquier otro, se digne a responderte, se trataba el libro Modern Romance, escrito por Aziz Ansari, el creador y protagonista de la serie Master of None. Después de una primera temporada brillante, Ansari se tomó su tiempo, se instaló en Italia para aprender a hacer pastas, y acaba de estrenar en Netflix un segundo ciclo de Master of None, que lo confirma como lo más chistoso que ha parido la televisión desde Jerry Seinfeld. O sea, como un genio.
Es una temporada más ambiciosa, que parte con Dev Shah —el alter ego de Ansari—, un actor norteamericano de origen indio que pasados los 30 aún busca su destino, justamente instalado en Italia, aprendiendo a hacer pastas después de una ruptura amorosa. Es un primer capítulo filmado en blanco y negro, un homenaje al cine italiano, en una propuesta formal que traerá más sorpresas. Cocreada junto a Alan Yang, hijo de inmigrantes al igual que Ansari, la serie esta vez irá más lejos en sus riesgos.
Así, Master of None puede ser una comedia desconcertante. Porque más que seguir las peripecias amorosas de Dev Shah, poco a poco la serie se transforma en otra cosa. Su espíritu es libre, lejano a las convenciones dramáticas, más cercano a un diario y a una serie de apuntes sobre el amor en los tiempos de Tinder y sobre una Nueva York cada vez más multicultural. En uno de los capítulos, dedicado a las primeras citas, vemos a Dev reunirse con diversas chicas, pero el montaje se encarga de mostrar esto como un ritual pesadillesco en que se repiten, una y otra vez, las mismas conversaciones y lo que queda, finalmente, es una sensación abrumadora de soledad. En otro episodio, sobre la religión, Ansari, como Woody Allen con el mundo judío, muestra de manera hilarante cómo intenta hacer convivir su formación musulmana con su vida neoyorquina. Y, claro, Dev también se enamora. De Francesca, a la que conoció durante su estadía en Italia y que, por supuesto, como suelen ser todas las Francescas, es guapa, encantadora y está comprometida. No podía ser de otra forma. Hay cosas en que el amor jamás cambia.