Por Alejandra Costamagna Junio 23, 2017

La gaviota. En el GAM hasta el 1 de julio.

“A la gente sin talento pero con pretensiones no le queda otro remedio que criticar a los verdaderos talentos”, le dice Irina Arkádina a Kostia. La madre al hijo. La exitosa actriz ya en retirada al emergente dramaturgo. Una madre que acusa a un hijo de no tener talento. Un hijo que acusa a una madre de ser tacaña. Ese es uno de los conflictos de La gaviota, obra escrita por Anton Chéjov en 1896, que por estos días lleva a escena Francisco Albornoz en el centro GAM, con un elenco integrado por Ximena Rivas (Irina), Francisco Reyes (su hermano), Álvaro Morales (su pareja), Camilo Navarro (Kostia), Montserrat Ballarín (la novia de Kostia), Mario Avillo (el profesor) y María Jesús Marcone (la vecina).

En su adaptación, Albornoz eliminó personajes, comprimió algunos diálogos y acercó la obra, con sutileza, al contexto local. Junto al conflicto artístico y generacional de la madre y el hijo, vemos la cadena de pasiones cruzadas entre la pareja de Irina y la novia de Kostia, la vecina y el mismo Kostia o el profesor y la vecina. Amores no siempre correspondidos, que amplifican las frustraciones individuales. Como es usual en Chéjov, los conflictos visibles son apenas las puntas de lanza de otros asuntos, referidos con frecuencia a una estructura social en crisis. La versión del director chileno potencia este entramado con soluciones de gran eficacia plástica, como la presencia de gigantografías con los rostros de Lenin, Stalin, Marx y Gagarin sobre un fondo rojo, cubiertas por un telón a medio desplomarse. Uno de los momentos más logrados en atmósfera y dramatismo es la escena en que Irina y su hermano conversan en un rincón y son iluminados por un círculo que resalta sus figuras sobre el muro rojizo. A través de un micrófono, hablan sobre el fracaso, sobre lo que el tiempo ha borrado. Pero el efecto acústico no es la amplificación de sus voces, sino su enrarecimiento. Porque más que hablar, los hermanos murmuran. Y entre los murmullos, sin alarde, respiran su vacío existencial.

Ximena Rivas, brillante en su papel de Irina, concentra la atención de la obra. Sus conflictos con el hijo, con la pareja, con el hermano y con la nuera son lejos los puntos más altos del montaje. No sólo por su magnífica actuación, sino también por cierta debilidad interpretativa en los actores más jóvenes, asunto que desdibuja a algunos personajes. Especialmente el de Kostia. El drama del escritor emergente en pugna con su madre y con su rival artístico y amoroso queda algo opacado. Como sea, vale la pena ver esta nueva versión de La gaviota y esperar también el estreno de Tío Vania, a cargo de Álvaro Viguera, y la reposición de Jardín de cerezos, dirigida por Héctor Noguera. Chéjov por partida triple en la cartelera local.

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