Por Patricio Jara Julio 28, 2017

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Lo más llamativo, al menos a primera vista, en De qué hablo cuando hablo de escribir (Tusquets) es la sinceridad con que Haruki Murakami habla de su carrera como escritor y la convicción de que realmente esta se trata de una ruta con objetivos, desafíos y estrategias sustentadas, como buen japonés, en una rigurosa planificación. Tiene todo el derecho a hacerlo, desde luego. Aunque sorprende que lo diga sin eufemismos ni maquillajes. Digamos que el autor de Tokio blues ha trabajado duro no sólo para escribir cada una de sus novelas, también para transformarse en el escritor internacional que es. Aquella era su intención (o poco a poco fue su intención) y estuvo dispuesto a bastante para conseguirlo.

De qué hablo cuando hablo de escribir es una colección de textos (una “antología de conferencias nunca leídas en público”, precisa) en los que se sumerge en dos campos cercanos, pero que ningún narrador más o menos sensato se atrevería a mezclar: la escritura y el negocio de los libros; el novelista puertas adentro, dedicado a su trabajo día a día, y el autor puertas afuera, enfrentado a sus lectores, a sus pares, a librola crítica, a la academia y también al país del que proviene y con el que tiene una relación compleja.

“No me considero especialmente patriota”, dice Murakami, “pero fuera de mi país, me guste o no, no tengo más remedio que aceptar la realidad de lo que soy: un escritor japonés. La gente me mira con esos ojos y yo mismo termino por verme así”.

Hay quienes dicen (a veces en broma, a veces en serio) que no es recomendable conocer al autor de aquel libro que tanto nos gusta. Temen que se pierda algo del encanto o que derechamente el tipo les caiga pésimo. Este libro podría seguir aquella lógica, aunque al final gana la sensación contraria, sobre todo por la sencillez con que Murakami se refiere, por ejemplo, a sus inicios en la ficción, el camino largo (la carrera) que debió hacer y con ello sus reflexiones sobre los premios literarios a partir de uno al que postuló dos veces sin éxito, o bien acerca de qué significa ser un creador original, tema que desarrolla desde el impacto que le provocó escuchar por primera vez a los Beatles o a Thelonious Monk.

“Al escribir este libro he sido capaz, creo, de pensar sistemáticamente y observarme a mí mismo desde la distancia. Me ha llevado tiempo, y si de verdad lo he logrado, sólo ha sido después de meterle mano muchas veces”, dice hacia el final del epílogo, cuando han pasado casi 300 páginas y el autor se revela como un hombre para el cual cada novela, cada libro, implica partir desde cero, muchas veces sorteando las mismas dudas y enfrentando los mismos miedos del principio. Aunque quizás aquello no sea del todo cierto: la experiencia y los años de oficio son cargas que se llevan a todos lados. No hay cómo borrar las huellas del camino, o de la carrera, como es en su caso.

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