Por Alberto Fuguet Julio 14, 2017

Perfectos extraños, de Paolo Genovese. En cines.

Ocurre cada tanto en medio de las cintas animadas para padres separados y los blockbusters explosivos: el filme adulto acerca de adultos que es bastante infantil y recurre a guiones básicos. Tienden a ser europeas, aunque muchas veces son argentinas con Ricardo Darín. Es un tipo de cine demasiado-bien-hecho, con una estética que roza lo publicitario, pero que a diferencia de muchas de las cintas de arte falsas, cuenta una historia y entretiene. Aunque muchas parecieran no tener un autor detrás. Pertenecen a una suerte de internacional-del-entretenimiento y se convierten en fenómenos locales.

Perfectos desconocidos, de Paolo Genovese, es un ejemplo perfecto de esto. De hecho, se acaban de firmar los derechos para un inminente remake americano y además español (vía Álex de la Iglesia). Esta cinta es de aquellas que funcionan mejor resumidas. Se la he contado a varios amigos intentando demolerla y todos me dicen: “Wow, puta que me tinca”. ¿Por qué intriga tanto? Agarra un tema “contemporáneo” e inventa una premisa intragable pero curiosa. En este caso: los teléfonos celulares. ¿Mejoran o empeoran una relación? ¿Ocultan secretos? ¿Aceptarías que tu fono fuera propiedad pública? Después del antipasto deciden participar de un “arriesgado” juego: poner sus celulares sobre la mesa y compartir los mensajes y llamadas que cada uno de ellos reciba durante la velada. Así, una cena de amigos, durante la noche de un eclipse lunar digital (¿es una cita o un escupo hacia El Eclipse de Antonioni, que también es acerca de italianos burgueses?), se transforma en un experimento social con moral de Mega donde —obvio— un secreto o dos serán revelados. Como son cuarentones, no ingresan a las aplicaciones que quizás son capaces de socavar una relación: Instagram o Twitter. Ni siquiera hay mensajes de voz en WhatsApp. Da lo mismo. Genovese tuvo esta idea luego de ver un reportaje de la tele (seguro) y aprovechó de crear esta lasaña fílmica.

Es injusto pedirle a Genovese que tenga sutileza porque no le interesa; lo que él quiere tiene algo respetable, es cierto, pero a la vez es vomitivo: posee esa histeria de sólo querer ser querido y de que sus películas sean un éxito de taquilla. Lo logra. ¿Y? Eso no hace que su cine sea digno.

Que todo el filme ocurra en un departamento demasiado-lindo empuja la película a otro grado de realidad. O de falsedad. Qué mal le ha hecho Almodóvar al cine: la idea de teatralizar y estilizarlo todo crea ese tipo de mentira artificial que la gente ama. Parece real pero no tanto.

¿Qué le sucedió al cine italiano? ¿Este es el país de Fellini, de De Sica, de Rossellini, de Visconti? Sí, pero también es el de Benigni y Berlusconi. Viendo Perfectos desconocidos pensé: aquí hace falta Nanni Moretti. Pero a él jamás se le hubiera ocurrido semejante tontera. Y por eso nadie ve sus filmes. Perfectos desconocidos tiene atisbos de verdad, pero Genovese se preocupa de no engancharse y seguir adelante. Esto es un thriller acerca de la vida moderna. Eso cree. Lo patético es lo antigua, pacata y homofóbica que es. Una cinta para ver con el celular encendido.

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