Por Yenny Cáceres Julio 28, 2017

Dunkerque, de Christopher Nolan.

La ambición siempre ha sido el motor creativo en la carrera del director Christopher Nolan. En sus aciertos (The Dark Knight), en sus caídas (Inception) y hasta en sus proyectos seductoramente fallidos (Interestelar) siempre hay un deseo por empujar los mecanismos narrativos y la experiencia visual al límite. Nolan tiene alma de prestidigitador, y por eso se ha movido con soltura dentro del cine fantástico y de la ciencia ficción. Que en su nueva película, Dunkerque, incursione en el cine bélico suponía una puesta a prueba de sus talentos al cambiar de registro. Pero sus seguidores pueden respirar tranquilos. Nolan sigue siendo Nolan. Como Spielberg en esos primeros minutos de Rescatando al soldado Ryan, que mostraba sin anestesia un sangriento desembarco en Normandía, Nolan —que filmó Dunkerque en 70 mm para ser exhibida en salas IMAX— ambiciona mostrar la guerra como nunca antes, mucho más real, devastadora y angustiante.

Toda la película tiene un halo muy spielbergiano y, en cierta forma, Dunkerque es la operación inversa de lo que era Rescatando al soldado Ryan. Nolan recrea un episodio de la Segunda Guerra Mundial poco conocido, la batalla de Dunkerque, que culminó con la evacuación de las fuerzas aliadas, tras ser acorraladas por los alemanes en la costa francesa. Esto ocurrió en junio de 1940 y, contra todos los pronósticos, permitió salvar la vida de más de 300 mil soldados, principalmente británicos. La operación fue bautizada como “el milagro de Dunkerque”, aunque también tuvo un sabor amargo. A los pocos días, los alemanes entrarían triunfantes en París y Francia firmaría el armisticio.

Nolan elige estructurar el relato con tres ejes paralelos, que al final se conectan. En uno seguimos a un joven soldado británico (Fionn Whitehead) que intenta escapar de la playa, mientras los alemanes bombardean una y otra vez a los barcos ingleses. En otro, un piloto británico (Tom Hardy) entra en combate con los aviones alemanes, mientras que el tercero ocurre en el mar, donde un hombre ya mayor (Mark Rylance) se embarca junto a su hijo adolescente y un amigo en su yate, atendiendo al llamado desesperado de la armada inglesa para ayudar a rescatar a los soldados atrapados. Dunkerque es también la odisea de un padre de familia, y por eso este es el mejor personaje de la película y el más cercano a la moral spielbergiana.

La película es un prodigio narrativo y visual, pese a que Nolan abusa de la inquietante banda sonora de Hans Zimmer y peca de efectista en algunas escenas, más cercanas al espectáculo que a una real emoción. Cuando Nolan olvida la grandilocuencia y recupera la fe en el cine, Dunkerque alcanza sus mejores momentos como la historia de una derrota donde los protagonistas no son  héroes sino sobrevivientes, y como un tour de force que busca reproducir la angustia de esos soldados varados que, en una de las escenas más conmovedoras, avanzan como espectros por esa playa infernal.

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